Home

Opinión

Artículo

¡AHORA SI, EL JAPON DE SURAMERICA!

Semana
9 de mayo de 1983


¡Devaluación! Esta es la palabra más temible del moderno vocabulario de los colombianos. Nadie se atreve a conjugarla entera, previendo el intrínseco maleficio de todo cambio abrupto, y nuestro desarrollo institucional ha llegado al punto en el que hemos diseñado un mecanismo "gota a gota" que impide la rápida adaptación de la economía a circunstancias coyunturales adversas y que convierte la parsimonia y la lentitud en virtudes cardinales de nuestro sistema. El común del vulgo, tan poco versado en los temas económicos como nosotros los columnistas, presupone que la devaluación es una catástrofe social de las proporciones del terremoto de Popayán y sin saber qué es la "moneda sana", ni el "tipo de cambio" ni el "gota a gota" ni la "balanza comercial" simplemente supone que todo lo que se haga de tacazo es malo para el país y todo lo que se haga lentamente revela una cualidad del carácter que es garantía de la estabilidad política que añoran todas las clases medias.
El hecho fundamental ante el cual se encuentra la economía colombiana, sin embargo, es que durante el año 82 las principales monedas del mundo -Yen, Marco Alemán, Libra Esterlina- se devaluaron frente al dólar en una proporción cercana al 30%, mientras que la devaluación de nuestras monedas circundantes frente al dólar, llegó casi al 86%.
Como la devaluación mide, en realidad, la perdida de poder adquisitivo de una moneda frente a otra, influida por ejemplo por la inflación interna de cada país, la situación colombiana es mucho más grave si se tiene en cuenta que teníamos lo que los industriales llaman "un retraso en el tipo de cambio" que no significa otra cosa que el hecho de que nuestra inflación de la última década ha sido superior a la devaluación total que hemos logrado por medio del sistema escalonado. Esto quiere decir que los exportadores tienen que arrojarle al consumidor extranjero, por medio de alzas en los precios, el mayor valor de sus costos -operación que no siempre se puede hacer- o que tienen que reducir sus márgenes de utilidad, lo cual tampoco es factible en todos los casos. En últimas, entonces, y ante el mercado norteamericano, el peso se ha revaluado en términos absolutos frente al dólar, por el solo efecto del retraso cambiario. Si a esto se suma la devaluación de las monedas europeas frente al dólar, tenemos que ante algunas de ellas, el Yen por ejemplo, el peso colombiano se habría revaluado, en términos reales, en algo así como el 50 % .
¡Somos entonces, sin lugar a dudas, el Japón de Suramérica! No exportamos nada pero tenemos la moneda más fuerte del mundo, cosa que nos satisface en cada encuentro internacional de banqueros en los que se evalúa la maravilla de nuestro sistema económico mientras éste agoniza en nuestras manos.. .
La necesidad de alcanzar un tipo de cambio que refleje mejor la realidad de nuestro sistema productivo (algo así como 120 pesos por dólar, o más) no es debatida por persona alguna. Es el medio de llegar a ese objetivo el que nadie acepta: la devaluación brusca que nos permita recuperar de un día para otro la paridad de las monedas. Es claro que la devaluación, por sí sola, no resuelve el problema estructural derivado de la falta de competitividad de las industrias, pero también es claro que a esos problemas de costos altos y productividad baja, resulta injusto sumarles un escollo cambiario que no es culpa de los empresarios sino de un instrumento que parecería estar quedando obsoleto: el 444.
La devaluación de brinco, o de tacazo, no tiene necesariamente que resultar inflacionaria ni debe afectar demasiado la deuda externa. Por un lado, sería bueno que el país se acostumbrara, en épocas de receción, a restringir sus consumos externos. Hay que reducir las importaciones, con un poco de sentido nacionalista y otro poco de sentido común aunque ya la caída de la inflación en los países industriales ha reducido el costo de éstas. Por otro lado, está en marcha una renegociación de la deuda latinoamericana que presenta al país una oportunidad de oro para unirse al carro de los ricos menesterosos que han ido a tocar a la puerta de la banca internacional. No sería mala respuesta, por lo demás, al deliberado y paulatino cierre de nuestros mercados por parte de los Estados Unidos. El Banco de la República calcula la deuda externa colombiana en $ 9.920 millones en Septiembre del 82 (unos $10.664 hoy en día). Tras una devaluación del 20% (que sumada al 30% del gota a gota equilibraría el tipo de cambio) esta deuda llegaría máximo a los 12.800 millones, siendo aún moderada para un país ortodoxo como el nuestro, pero suficiente para calificar dentro de la renegociación colectiva. En algunos casos, se podría establecer un tipo de cambio diferencial para el repago de la deuda privada,registrada ya adquirida sin necesidad de llegar al cambio múltiple que tantos abusos ocasiona.
Para la economía esta sería tal vez la única posibilidad de reactivación, y de sostenimiento de los níveles de empleo, para el año 83. El costo de portarse como el resto del mundo posiblemente no sea tan alto como se teme, mientras que el producto de esa devaluación, sobre todo en términos de conservar el equilibrio social de Colombia, podría ser infinitamente superior al que se supone.

Noticias Destacadas

Luis Carlos Vélez Columna Semana

La vaca

Luis Carlos Vélez