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Una defensa de lo indefendible

Defender las acciones de Uribe a esta altura de la historia no solo es criminal sino también insensato. Intentar decir, o insinuar, que el periodista busca “enlodar” la imagen de alguien que no necesita que lo enloden, pues su largo y amplio historial habla por él, no solo es “insensato” sino miope.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
6 de septiembre de 2018

La función del periodismo no es “montársela” a nadie. Y eso deben tenerlo bien claro hasta los primíparos de los programas de comunicación. Por eso me extrañó en su momento un comentario de una de las novelistas más sobresalientes de las letras nicaragüenses de las últimas décadas sobre el seguimiento que Daniel Coronell ha venido haciéndole en su columna de la Revista SEMANA al caso Uribe sobre manipulación y compra de testigos que la Corte Suprema le inició después de que este denunciara ante el máxima tribunal de justicia de Colombia al senador del Polo Democrático, Iván Cepeda, por el mismo delito.

Para la premiada escritora con nombre de retrato renacentista, Coronell es repetitivo, monotemático y (palabras más, palabras menos) busca enlodar la imagen del expresidente con sus investigaciones. No me habría extrañado si esa afirmación hubiera salido de la boca de reconocidas periodistas como Claudia Gurisatti o Vicky Dávila, afines al uribismo, o del flamantísimo presidente del Senado de la República, Ernesto Macías. Pero salió de los labios de una mujer cuyas interpretaciones de la realidad política de este trozo del continente serán siempre tenidas en cuenta por el resto de los mortales, o por lo menos de aquellos que creen que las declaraciones de los pensadores famosos no son tabula rasa en el concierto histórico de nuestras naciones.

El periodismo puede resultar monotemático porque los hechos de la política lo son y porque la historia, según Nietzsche, es un eterno retorno.

Dudo que la señora desconozca quién es Álvaro Uribe Vélez. Dudo que desconozca su enorme prontuario. Los periodistas, opinantes de medios y escritores suelen ser monotemáticos no porque carezcan de lucidez mental para abordar otros temas, sino porque les fascina o, simplemente, consideran que hay que darles seguimiento, como es el caso de algunas noticias de impacto general, o, en relación con los novelistas y poetas, hacen parte de su mundo experiencial, eso que Bourdieu llamó habitus.

En todo caso, la función del periodismo es llegar a la verdad de los hechos. Y con relación al expresidente y senador Uribe esa verdad sobre los delitos que se le atribuyen y por los que fue denunciado e investigado aún no han sido esclarecidos. De manera que mientras no haya claridad sobre las razones que originaron los acontecimientos el periodista está en su deber moral y ético de sumergirse en esas aguas turbulentas e intentar buscar la punta de la madeja que le permite seguir (como en el mítico relato de Ariadna y el minotauro) el camino que lleva, ya no a la salida del laberinto, sino a la verdad de un hecho tan grave que involucra a un hombre fuerte de la política nacional y que, de ser cierto y ser encontrado culpable, no quedan dudas de que lo llevaría a pasar el resto de sus días en una cárcel.

Decir, pues, que un periodista es monotemático es una expresión poco seria de alguien que conoce cómo funciona el oficio. El periodismo puede resultar monotemático porque los hechos de la política lo son y porque la historia, según Nietzsche, es un eterno retorno. Si la política resulta cubierta de gruesas capas de corrupción es porque los que la practican son corruptos. Y no hay que olvidar que las “acciones democráticas” del senador más poderoso del país han dejado ver siempre las enormes nubes oscuras que gravitan sobre ellas. La lista es larga y los libros que se han escrito sobre estas también.

Defender las acciones de Uribe a esta altura de la historia nacional no solo es criminal sino también insensato. Intentar decir, o insinuar, que el periodista busca “enlodar” la imagen de alguien que no necesita que lo enloden, pues su largo y amplio historial habla por él, no solo es “insensato” sino el resultado de una profunda ceguera. Si el máximo tribunal de justicia le abrió una investigación sobre la compra o manipulación de testigos es porque tiene suficiente material probatorio que permita sustentar dicha investigación. Matar, desprestigiar o atacar al mensajero es una suerte de viejo exorcismo que se remonta a la Antigua Grecia y que busca invertir las acciones de la guerra, pero que en la realidad de los hechos no incide en nada. El periodista es, en este caso, el mensajero. Y nadie que lo conozca podrá asegurar que hasta ahora su trabajo de mensajería no ha sido impecable.

En Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

(*) Magíster en comunicación.     

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