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Un clima tóxico

Preocupa que el esfuerzo por encontrar matices en medio del maniqueísmo se descarte de plano por no alimentar el "coco" del caos institucional. Es un fenómeno mundial pero nunca serán demasiados los llamados a abandonar la filosofía de los absolutos y el fatalismo como herramientas electorales.

Lucas Pombo, Lucas Pombo
20 de junio de 2019

No hay nada más peligroso para el Estado de Derecho que la erosión de la credibilidad en las instituciones. El clima que se siente hoy en Colombia, y que ha llevado a un rechazo generalizado de la población por todo lo que huela a Establecimiento, es rentable políticamente para muchos, claro, pero también es el caldo de cultivo perfecto para el caos y de paso para el surgimiento del populismo y el autoritarismo.

El Centro Democrático es en buena parte responsable de esta sensación de crisis institucional. Con sus reiterados ataques a la Rama Judicial, azuzando a las masas para que salgan a las calles a rechazar fallos de las cortes, el partido de Gobierno golpea las bases del Estado de Derecho. Lejos de fortalecer al gobierno que tanto lucharon por elegir, el uribismo deja sin margen de maniobra al Presidente de la República, al plantear propuestas como la creación de una única alta corte o la eliminación, de un plumazo, de la Jurisdicción Especial.

Un sector de la oposición también ha sido responsable de enrarecer el ambiente. Por supuesto que la crítica y el control político no sólo son saludables, sino indispensables en una democracia; sin embargo, la incapacidad de algunos de reconocer los aciertos del Gobierno  y la crítica a veces ligera y exagerada, con el único fin de debilitar al presidente de turno, radicaliza las posiciones y contribuye a crear  un pantano que impide que avancemos como país; sucedió en gobiernos pasados y sucede en este. La misma crítica vale para los periodistas que, en este ambiente de absolutos, caemos en la sobresimplificación de la realidad nacional para el aplauso de las tribunas.

Preocupa también que en medio de la polarización, el esfuerzo por encontrar matices en medio del maniqueísmo se confunda con tibieza y se descarte de plano por no alimentar el "coco" del caos institucional. Es un fenómeno mundial pero el absolutismo de la mano del fatalismo, que algunos tratan de imponer, es la fórmula para el desastre.

Hay cosas que, sin duda, están mal. La cifra de desempleo aumenta, a los líderes y a los excombatientes de las Farc los están asesinando, la implementación de los acuerdos de paz avanza a paso de tortuga y los cultivos ilícitos alimentan el fenómeno del narcotráfico, mientras retomamos viejos debates que parecían superados sobre el porte y consumo de drogas; sin embargo, las instituciones existentes, con sus miles de defectos, son capaces de enfrentar esas y mil dificultades más; sobrevivieron a la Violencia, a 60 años de guerra con las Farc, a la infiltración del paramilitarismo y del narcotráfico y sobrevivirán ahora. Hablar en este momento de poner "patas arriba" el Estado, reformando una constitución que apenas empezamos a conocer, no es el camino, como tampoco lo es la estrategia de enfrentar a la ciudadanía con las cortes, el Congreso y Gobierno Nacional.

Pildorita: El hundimiento del proyecto anticorrupción de la Fiscalía, que acababa la casa por cárcel para los corruptos, es otra mina a la confianza de los colombianos en el Congreso de la República. Aunque hay una cadena de hechos que llevaron a que la iniciativa se archivara, uno de los grandes responsables es el Presidente de la Cámara, Alejandro Carlos Chacón. El súper-poderoso congresista volvió a usar la fórmula de la Reforma a la Justicia para acabar con uno de los puntos de la Consulta Anticorrupción votada por más de 11 millones de colombianos.








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