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Transiciones y monstruos

Hay que ser acróbata mental o gimnasta del espíritu para mantener el optimismo en alto en estos tiempos.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
10 de junio de 2019

Las evidencias del acecho oscuro pululan en el mundo, del brexit a Bolsonaro, de Trump a Duterte, y nos vamos llenando de misoginias, segregaciones, nacionalismos y moralismos fundamentalistas, sostenidos por masas que entregan su capacidad de pensar por el confort de pertenecer a la indignación colectiva orquestada por el autoritarismo.

En Colombia atravesamos por la incertidumbre de llevar renqueando un proceso de paz que dividió a la sociedad hasta la médula. Dicen los que saben, que ‘incertidumbre’ es la palabra que define todo proceso de transición después de la firma de un acuerdo de paz; con esto se da por sentado que las dificultades son normales en estas circunstancias, incluso en los casos en los que el acuerdo es más consensuado. En nuestro caso, cuesta trabajo ser optimista y pensar que solo atravesamos una turbulencia, cuando las atrocidades que estamos viendo son como una vuelta atrás a la historia violenta del país, esa que parece que nunca termina.

Una frase de Antonio Gramsci (pensador italiano de comienzos del siglo XX) se acerca a la definición de lo que sucede en las transiciones: “Lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. En este interregno aparecen los monstruos” (traducción simbólica de fenómenos morbosos). Los monstruos colombianos, señoras y señores, están vivos tramando patrañas y alentando cizaña  desde el Gobierno, el Congreso y las Fuerzas Armadas, sin hablar de las hordas de seguidores que inventan y comparten a granel razones para que la gente odie y odie cada vez más a la JEP, a los defensores del proceso de paz, a los reclamantes de tierras, a los reincorporados, a las víctimas que no son las de las Farc a quienes se atreven a ponerles en tela de juicio sus exigencias de verdad. Para los monstruos lo importante es vengar antes que reconciliar, imponerse haciendo la guerra y no construyendo la paz.

Este Gobierno entronizó en la cabeza de las Fuerzas Armadas a la linea de mando que se  opone al acuerdo de paz, formada por los guerreros de vieja escuela que basan su operación en la existencia del enemigo interno, al que alimentan (no combaten) con ejecuciones extrajudiciales, asesinatos selectivos, erradicación a la brava con glifosato. Esa es la lógica del ejército que mantuvo la guerra contraguerrillera por 50 años, que encubrió y trabajó en llave con los paramilitares y que sigue pregonando el peligro del comunismo como si siguiéramos en Guerra Fría.

Pero una cosa es el alto mando y otra las tropas, y la fractura de las Fuerzas Militares corre por cuenta de un grupo de uniformados que alcanzó a creer en una manera diferente de ejercer su profesión, que alcanzó a considerar que los derechos humanos no son una entelequia izquierdista sino un modo de hacer más digno su trabajo de ejercicio de autoridad. Por esa división, un general pidió perdón a la comunidad por el asesinato de Dimar Torres al interior de la base militar a su cargo, y fue suspendido; por militares valientes que entregaron pruebas a la prensa, conocimos la directriz de aumento exigido de número de bajas. La línea dura manda, pero en la más jerarquizada de las instituciones hoy no hay unidad.

Soy defensora del proceso de paz con las Farc con uñas y dientes, y una de las razones para serlo es que llegué a tener la ilusión de que podíamos pasar la página de esta guerra. Una vez desarmada la guerrilla más antigua, más grande, desestabilizadora y criminal, no existiría ya ningún discurso que justifique la lucha política armada ni la existencia misma de guerrillas. De paso, podríamos también haber reescrito la página funesta e ineficaz de la lucha antiguerrillera. Ilusa. El Gobierno incumple con lo que le toca por el acuerdo de paz; las disidencias crecen, se organizan y entrenan en el monte como si nada hubiera pasado; los paramilitares se pulen en la comisión de atrocidades; los soldados son entrenados con métodos de tortura para la lucha antiguerrillera; y pasan de 150 los líderes sociales asesinados en lo corrido del año. Más que sentir rabia con todo lo que está pasando, sumo tristezas por cada una de las ilusiones que voy perdiendo, y me pregunto una y otra vez si estamos pasando por una transición o si estamos abocados a seguir sobreviviendo en medio de la barbarie.

Y encima, los monstruos le hacen eco a los redobles de la derecha llamando a una constituyente. Pero no podemos desfallecer, para enfrentarlos hagamos acopio de una gran dosis de acrobacia mental, gimnasia espiritual, agudeza política y, sobre todo, resistencia vital. Mientras estemos vivos, que no nos maten la posibilidad del optimismo.

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