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El procurador, candidato

Ordóñez no tiene, al menos que yo sepa, pasado paramilitar: pero defiende a los que sí lo tienen, proponiéndose desde ya como su candidato.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
16 de abril de 2016

El procurador Alejandro Ordóñez predica contra la Ley de Víctimas. Bendice con su presencia en Chivolo –el mismo Chivolo del célebre pacto de los parapolíticos costeños con el paramilitar Jorge 40 en el año 2000–, la postura de Fedegán y de su presidente José Félix Lafaurie según la cual las víctimas son otras: los actuales poseedores de tierras despojadas que las adquirieron “en medio del conflicto y obrando de buena fe”, y van ahora a ser a su vez despojados para resarcir a los que fueron expoliados en primer lugar. “Una exigencia de las Farc”, dice Lafaurie. Pero es más bien una exigencia de los paraterratenientes, que han sido a la vez –como dicen las Farc de ellas mismas– víctimas y victimarios.

Dijo el Iguano, famoso comandante paramilitar: “Veníamos nosotros matando, y detrás venían otros legalizando”. Y detrás llegan ahora Lafaurie reclamando y Ordóñez bendiciendo los reclamos “de buena fe”: cosa tan imposible de probar como la mala fe.

Se mete así Ordóñez en lo que no le compete (no es la primera vez), y desde donde no debería estar: desde la Procuraduría a la que fue reelegido ilegalmente pero en la que se ha mantenido a fuerza de leguleyadas y chantajes casi hasta el final de su segundo periodo, o hasta el final si ahora le funcionan de nuevo las amenazas y las dádivas al Consejo de Estado. Mal reelegido a la Procuraduría, y desde la Procuraduría haciendo política pro domo sua: para ser el presidente de la derecha.

De una derecha, por fin, ya sin disfraz. Porque uno de los más inmediatos efectos que tuvieron los pactos del Frente Nacional –hace ya 60 años– fue el de que, a la vez que derechizaba en la práctica al Partido Liberal (ese que Carlos Lleras se atrevía todavía a definir como “una coalición de matices de izquierda”), le quitaba en la retórica al Partido Conservador su calificativo de derecha, desprestigiado por el horror de la Violencia. Por eso, por ejemplo, Álvaro Gómez tenía que presentarse disfrazado en todas sus candidaturas presidenciales, cambiando de bandera y ocultando su apellido, y siendo siempre derrotado por un país que –como decía él mismo con razón– es conservador pero vota liberal. Por miedo, añado yo: por miedo a la derecha. Incluso Álvaro Uribe, el presidente más de derecha que ha tenido Colombia desde Laureano Gómez, se hizo elegir bajo el rótulo de “liberal independiente”. Y solo ya en el poder, cuando para su reelección fundó su propio partido de bolsillo (ese de La U que está hoy en el bolsillo de Santos), puso por condición ineludible que no se usara para él el apelativo de “liberal”. Pero tampoco se atrevió a llamar (frenteramente) de derecha a su posterior engendro de derecha autocrática: llevado por su amor por la mentira lo llamó “Centro Democrático”.

Ordóñez sí se atreve. Llega ya sin máscara, como laureanista declarado y derechista convencido. Y adornado por sus coqueterías, nada inofensivas, de católico integrista. ¿Y en qué consiste la derecha? (Dentro de esa distinción semántica que data de la Revolución francesa, y que la derecha lleva décadas –desde la guerra mundial– empeñada en negar que exista). Nos lo está mostrando el procurador Ordóñez: consiste en tomar partido por el fuerte frente al débil. Por eso se pronuncia (desde Chivolo: la desvergüenza) a favor de los que el exministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo, conservador pero no de derecha, llama “avivatos o testaferros de los paramilitares”. Ordóñez no tiene, al menos que se sepa, un pasado paramilitar: pero defiende a los que sí lo tienen, proponiéndose desde ya como su candidato presidencial desde una derecha tan cruda que hace parecer progresista al neoliberal Santos. Si quien le dio el beso de la resurrección a la derecha desembozada fue Uribe, tras la traición (a medias) de Santos llega ahora Ordóñez como su “gran esperanza blanca” para ganar otra vez las elecciones. Para allá va del brazo de Fedegán y de la derecha rural, enemiga de la restitución de tierras.

Y, paralelamente, se está formando un nuevo ejército clandestino que se llama así, y que mata reclamantes de fincas expoliadas y líderes campesinos, dando comienzo a un nuevo ciclo de violencia.

NOTA SOBRE OTRA COSA:

“La puntita nada más, que soy doncella”, le pedía una niña a su violador para no comprometer su futuro de “señora decente”. Como si se pudiera ser violada a medias. Pues eso es lo que ahora nos piden que creamos la Autoridad de Licencias Ambientales y el Ministerio de Ambiente con la autorización dada a una empresa petrolera para abrir 160 pozos de exploración en la zona de protección del Parque Natural de la Macarena. Otorgada esa licencia, reclamarán otra igual otras dos docenas de compañías petroleras y mineras en parques y páramos protegidos, y habrá que dársela. Y si esta de ahora se echa para atrás ante la protesta ecológica, vendrán demandas a granel que, gracias a lo firmado en algún renglón perdido de los TLC, serán ganadas por los demandantes ante los tribunales internacionales de arbitraje. El Estado colombiano pagará juicios y perjuicios, y además renovará las licencias. No le conviene a un país abrirse tanto de piernas.