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El chofer de la buseta

Si hoy el nombre de Zuluaga resulta reconocible en las encuestas no es por sus méritos de estadista, sino, precisamente, por sus pecados de candidato.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
28 de octubre de 2017

El viejo chiste sobre el taxi vacío del que se baja un señor podría haber sido inventado para describir a Óscar Iván Zuluaga, quien ha vuelto a formar en la cola de los huevitos de Uribe: ya vienen por racimos como los de una iguana. Aunque habría que hablar de siete u ocho taxis vacíos: todos los precandidatos y precandidatas del Centro Democrático son igualmente insignificantes. Intercambiables muñecos de un ventrílocuo del cual estamos todos hasta la coronilla. Ahora están enzarzados en una rebatiña por el guiño del patrón, rivalizando de lambonería hacia él y poniéndose mutuamente zancadillas.

Sin embargo, una cosa distingue a Zuluaga de sus comparsas en la utilería del ventrílocuo: que ya hizo trampa una vez. Ya se voló los topes del gasto en una campaña electoral, hace cuatro años. Ya recibió aportes ilegales de una empresa extranjera, Odebrecht. (Él sostiene que fue a sus espaldas; y si es así, eso solo demuestra su ineptitud como jefe: se dejó engañar por sus más cercanos colaboradores, su hijo, gerente de la campaña, y su íntimo amigo, “asesor espiritual” entonces y hoy prófugo de la justicia). Y ya mintió públicamente sobre sus relaciones con el hacker informático de su campaña, hoy condenado por espionaje electrónico.

Yo no sabría recordar cuál fue el desempeño de Zuluaga como ministro de Hacienda. Podría apostar a que hizo, como todos los intercambiables y olvidables ministros de Hacienda, una ineficaz reforma tributaria, o dos. No creo que lo recuerde nadie, ni que nadie le vaya a preguntar por eso. Si hoy su nombre resulta reconocible en las encuestas no es por sus méritos de estadista, sino, precisamente, por sus pecados de candidato. Nadie dice: “¡Ah, sí, Óscar Iván, el que fue alcalde de Pensilvania, Caldas!”, sino “¡Ah, Óscar Iván, el que decía que no conocía al ‘hacker’!”. Y esas trampas por las que se recuerda su nombre son las que debería explicar ahora, cuando nuevamente quiere ser el candidato “que diga Uribe”. No basta con decir que no sabía, ni que se acaba de enterar. No basta con que la investigación administrativa al respecto se la haya archivado por “inexistencia de plena prueba” el Consejo Nacional Electoral, que no es un tribunal de justicia. Y además sigue viva otra investigación por el mismo asunto en la Procuraduría, y otra más, penal en este caso, en la Fiscalía.

Por cierto: ahí debe estar incurso también el precandidato Carlos Holmes Trujillo, que fue el compañero de fórmula de Zuluaga. Como debe estarlo Germán Vargas por la campaña del presidente Juan Manuel Santos, en su calidad de candidato a la vicepresidencia. Odebrecht, como está demostrado, dio dinero para las dos campañas presidenciales. Y no se sabe todavía a dónde fue a parar la suma total de sus sobornos en Colombia, de la que al principio se dijo que era de 9 millones de dólares y ya va en 30.

Pues la verdad es que no es Zuluaga el único de los precandidatos del uribismo que tiene que dar explicaciones. Debería darlas también, por ejemplo, Iván Duque, quien fue su acompañante y su testigo en el viaje al Brasil para las conversaciones con los representantes de Odebrecht. Y por culpas más viejas –las de la vieja parapolítica– el otro precandidato todavía in pectore Luis Alfredo Ramos. Y si vamos al fondo de las cosas, quien en últimas es responsable por su conducta es el patrón de todos ellos, que les ha enseñado malas mañas: el chofer del taxi. O mejor, dado el número creciente de pasajeros, el chofer de la buseta uribista, en la cual se empeñan en caber no solo los huevitos propiamente dichos, sino otros cuantos precandidatos que también han sido uribistas y lo volverán a ser. Y en primer lugar el exsantista (pero bueno: también el propio Santos fue uribista cuando era precandidato) receptor del sibilino mensaje del patrón sobre futuras conversaciones: “El exvicepresidente doctor Germán Vargas o semejante”.

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