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Expulsados de ida y vuelta

La pregunta podría ser también: ¿dónde estaba Santos cuando 4 millones de colombianos tuvieron que irse de aquí?

Antonio Caballero, Antonio Caballero
5 de septiembre de 2015

Los colombianos deportados desde la frontera de Venezuela son unos 1.000. Los que huyen cruzando el río por miedo a la expulsión violenta de la Guardia venezolana son 10.000 más. Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, cuenta unos 70.000 en los últimos años. Las imágenes son terribles: la brutal Guardia, la ignominiosa letra D de la demolición y el despojo, los refugiados cargando un niño, una nevera o un colchón, que es lo único que les queda en el mundo.

Y son desvergonzadamente cínicas las explicaciones cargadas de insultos y falsedades que dan los dirigentes venezolanos. El presidente Maduro dice que el gobierno de Juan Manuel Santos lo quiere asesinar a él. Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea, que los paramilitares uribistas quieren matar a su hija. La canciller Delcy Rodríguez, que Colombia es como la Ruanda del genocidio de los tutsis. El defensor del pueblo Tarek Saab exige una indemnización por vecindad. El vicepresidente Arreaza resume: “Es una realidad que habla por sí sola y que demuestra cómo el capitalismo paramilitar de la ultraderecha colombiana trata de hacerse con el territorio venezolano”.

Todo eso es inaceptable. Tiene razón el presidente Santos en protestar enérgicamente, así lo haya hecho con su habitual tardanza. Y la canciller Holguín, aunque se haya quejado con su habitual dulzura. Y el embajador González, aunque haya exagerado la retórica veintejuliera en su discurso. Tienen razón también los expresidentes. Uribe, aunque haya ido a la frontera a agitar el avispero por sus habituales motivos mezquinos y a repartir mercados con su habitual desfachatez demagógica. Pastrana, aunque su carta de indignación no haya sido redactada por él sino por sus amanuenses. Samper en su habitual doblez. Gaviria perdiendo la compostura ante los micrófonos. Y tiene razón la prensa que publica y denuncia, aunque se le vaya la mano en su desafuero patriotero y en su sensiblería humanitaria. Porque es un crimen lo que está haciendo el gobierno de Venezuela con unos pocos miles de colombianos pobres sin más culpa que la de vivir en la frontera, allá o acá.

Por otra parte, no les faltan razones a los venezolanos para quejarse de la vecindad de Colombia. Esta, como dice el embajador ante la OEA Roy Chaderton, ha sido por muchos años “exportadora de pobreza”. Como dice la canciller Rodríguez, el narcotráfico sale de aquí –aunque, claro, sigue su camino allá–; y el paramilitarismo nació aquí –aunque, claro, allá es otro: el de los “colectivos chavistas” armados: los paras de aquí, en sus tiempos, hubieran podido llamarse ‘colectivos uribistas’. –Y los unos y los otros son hoy las “bacrim”, bandas criminales, que controlan las mafias fronterizas. Es un hecho innegable que Colombia les genera problemas a sus vecinos en las rayas de frontera: droga, fumigaciones, violencia, bombardeos, contrabandos. Que van y vienen. Si en Venezuela Maduro se queja del contrabando de allá para acá, desde el Ecuador Correa se queja del que hay de acá para allá.

Pero también es bastante cínico y demagógico el escándalo de Santos y sus predecesores. Pues ¿por qué estaban allá los colombianos a quienes hoy expulsan por indocumentados indeseables? Porque antes habían sido expulsados de acá, por la necesidad o la violencia, bajo gobiernos presididos por Santos y sus predecesores. Tampoco recuerdo que entonces hubiera protestado mucho la prensa que hoy se indigna. ¿Cuándo nos mostró fotos de colombianos cruzando el río Táchira de acá para allá? ¿Y llevaban a la ida colchones o neveras? Esta revista escribe con sorpresa que las de los deportados “parecían fotos llegadas de alguno de los puntos más conflictivos del planeta”. ¿Y es que no es “conflictivo” un país que ha generado 5 millones de desplazados internos y otros 5 externos? Santos les dice ahora a los retornados de Cúcuta que son “bienvenidos a su patria” y que “aquí los queremos”. Pero ¿los despidió con lágrimas cuando salieron, pidiéndoles que no se fueran de su amorosa patria? Ahora exagera la nota retórica comparando el caso con el Holocausto nazi, y preguntándose: “¿Dónde estaba el mundo cuando ocurrió todo esto?”. La pregunta podría ser también: ¿Dónde estaba Santos cuando 4 millones de colombianos tuvieron que irse de aquí? En el gobierno. El suyo, o el de Uribe, o el de Pastrana, o el de Gaviria…Y tiene razón Maduro: a muchos de ellos los recibió Venezuela.

Colombia, por su lado, ¿a quién le ha dado cobijo? Que yo sepa, a Pedro Carmona, el promotor del golpe de Estado contra Hugo Chávez en el 2002.

En resumen: la patriotera y humanitaria protesta colombiana contra Venezuela, aunque justa, parece también bastante oportunista. Es como si en medio de la monumental tragedia de los náufragos del Mediterráneo el presidente sirio Al Assad y el califa islámico Al Bakr denunciaran la crueldad de los europeos que tardan en acoger al millón de refugiados que huyen del Levante incendiado por ellos. Es un deber humanitario dar asilo al que huye. Pero se me antoja que mayor aun es el deber recíproco, o contrario, de no exiliarlo.

Leo en la prensa que las autoridades de Cúcuta temen que entre los colombianos que vuelven perseguidos de Venezuela puedan colarse ilegalmente colombianos que son perseguidos aquí.

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