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Guerra es guerra

Al margen de los detalles, el absurdo episodio debe servir para darles un sacudón a las dos partes y recordarles que no es cierto que lo que sucede fuera de la Mesa sea ajeno a lo que se discute en la Mesa.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
22 de noviembre de 2014

Cuando las Farc devuelvan, tal como han anunciado, al extravagante general Alzate, que se puso en sus manos desarmado y en pantaloneta en su propia zona de guerra, tendremos ( tal vez) respuesta a algunos de los misterios que rodean este tragicómico episodio.

El más inmediato es el misterio del incomprensible comportamiento del general, que no es un niño alocado sino un hombre hecho y derecho. ¿Fue una provocación deliberada? ¿Una celada de la guerrilla? ¿Un simple capricho de frivolidad? Otro es el del sospechoso comportamiento de la inteligencia militar, que por lo visto informó de lo ocurrido al senador Uribe Vélez, quien lo publicó en su Twitter, antes que a su jefe natural, el presidente de la República. ¿Otro hacker suelto? ¿Un complot en toda regla? ¿Y de qué lado está el ministro de Defensa? Un tercer misterio es el del errático comportamiento de las Farc: primero no sabían nada; luego leyeron un comunicado del bloque Iván Ríos informando que tenía al general en su poder e insinuando la posibilidad de someterlo a juicio (por “cuentas pendientes con la justicia popular”); después dijeron que el impasse lo resolvería el Secretariado en la persona de su comandante en jefe, Timochenko; y por último los países garantes, Cuba y Noruega, anunciaron que pronto saldría libre. Es decir, se impusieron la unidad y la disciplina, pero hubo muchos nervios. ¿Están divididas las Farc?

Al margen de estos detalles, sin embargo, el absurdo episodio debe servir para darles un sacudón a las dos partes. Para recordarles que, pese lo acordado tácita y tácticamente, no es cierto que lo que sucede fuera de la Mesa de La Habana sea ajeno a lo que se discute en la Mesa. No hay que olvidar que, para empezar, la Mesa es resultado de lo que ocurría por fuera, antes de que existiera. Ni es cierto que la discusión en medio del conflicto sea ajena al conflicto, cuando está destinada justamente a acabar con él.

Por eso en este caso no se cumplió lo acordado, y tiene consecuencias el secuestro del general, o su captura (y las consecuencias no son las mismas si es lo uno o si es lo otro). Estrictamente hablando, el presidente Santos no tenía por qué suspender los diálogos, como lo hizo. Estrictamente hablando, las Farc no habían roto las reglas de juego: la guerra sigue en medio de las conversaciones. Y en la guerra pasan cosas: desde que empezaron en firme los diálogos hace dos años ha habido más de mil muertos sumados los dos lados enfrentados, y sin contar civiles. Ocho días antes de la captura o del secuestro del alto oficial en el Chocó las Farc habían secuestrado o capturado a dos soldados rasos en Arauca. Cosas de la guerra, que es – decía Von Clausewitz- el ámbito de lo impredecible. Lo contrario de la negociación, que es esencialmente el arte –o la pretensión– de disponer el futuro.

Disponerlo, o intentar hacerlo, desde el presente, y a la luz del pasado. Y aquí sucede que las dos partes se están comportando, tanto en las conversaciones de la Mesa como en las acciones fuera de ella, como si ya vivieran en el futuro. El gobierno (y no solo el ministro Pinzón) se empecina en reclamarles a las Farc “actos de paz”: treguas unilaterales, erradicación de los cultivos de drogas ilícitas, abandono del uso de las armas. Es decir, las cosas que se están negociando, pero sobre las cuales no se ha llegado todavía a un acuerdo. Desde su lado las Farc pretenden que se hagan efectivos desde ya los cambios y reformas que eventualmente saldrán de los acuerdos. Cada parte le exige a la otra que actúe como si las negociaciones ya hubieran concluido, y los acuerdos ya hubieran sido firmados; y, en la interpretación de cada parte, firmados en el sentido de su propia posición previa, que las dos identifican con el interés general. Ambos lados, para decirlo coloquialmente, ensillan antes de traer las bestias. Como si la guerra ya no existiera.

Ahora empieza a cobrar fuerza, con mayor realismo –y esa es una de las consecuencias benéficas del secuestro o captura del general Alzate– la idea de un “desescalamiento” de la guerra. Deseable, sin duda, dado en particular el profundo nivel de degradación al que ha llegado por parte y parte. El gobierno no quiere ir más allá del respeto por el derecho internacional humanitario (lo cual parece una obviedad, pero no lo ha sido nunca). A esta modesta aspiración, las Farc oponen la propuesta más radical de un cese al fuego bilateral, que el gobierno rechaza. Por inverificable, como en efecto lo es, y también porque es –como se dijo más atrás– adelantarse a los acontecimientos. Los tiros siguen porque sigue la guerra. No se pueden suspender los tiros (salvo en treguas pasajeras) sin suspender la guerra.

Lo que no sería tan difícil de lograr, en cambio, es un desescalamiento de la retórica de la paz. De parte y parte.

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