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Perpetuados con sangre

Pretender el cambio de las élites, bien sean estas locales, regionales o nacionales es sinónimo de muerte.

Álvaro Jiménez M
13 de enero de 2020

Matar a los líderes del bando contrario no forma parte del derecho de guerra, no se mata a los generales enemigos, dicen muchos expertos en la historia. Incluso un reconocido columnista de esta revista mencionó que el asesinato del general iraní Quasem Soleimani por parte de los Estados Unidos era la ruptura de una antiquísima costumbre de mantener el respeto entre reyes, que entre romanos no se aceptaba el asesinato de sus líderes por parte de traidores. Que solo Israel y Estados Unidos violan ese criterio y que bla, bla, bla.

En Colombia hemos visto y vemos asesinar los líderes que se oponen al estado de las cosas desde siempre.
Desde antes de que el general español Pablo Morillo llegara y aniquilara a lo más educado de la época por haberse levantado contra la autoridad de la corona y creado un nuevo gobierno. Y desde ese entonces hasta el sol de hoy, se asesina al que se levante contra el poder, esté armado o no. Incluso haciendo una rápida observación de nuestra propia historia es mayor el número de líderes opositores asesinados estando desarmados, inermes que en levantamientos armados.

La lista no tiene fin y continúa.

¿Qué existe en el alma de esta sociedad que lo hace posible? Es una pregunta que han debatido generaciones de colombianos mientras a su lado, otros caen a consecuencia de balas oficiales, semioficiales, no oficiales, pero balas que favorecen el estado de las cosas.

Solo la trepidante acción constante de grupos organizados ha mantenido la voz de opositores a pesar de la muerte y también ha conquistado algunas victorias sociales o de modernización de la sociedad colombiana. Ahora casi a 30 años de promulgada la Constitución de 1991, cuando se habla de la importancia de los jóvenes y la iniciativa de la Séptima Papeleta a comienzos de los 90, el país no debe olvidar que el texto constitucional del 91 está abonado con la sangre de muchos, para mencionar los más relevantes: la de Luis Carlos Galán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. Todos asesinados encontrándose inermes, todos en oposición al estado de las cosas y todos opositores a los gobiernos y liderazgos de su época.

Hay quienes dan mucha importancia hoy al debate de si los asesinatos de los líderes son o no sistemáticos, “lujo de debate” que nos damos mientras el país se desangra a cuota de un líder por día. Debates imbéciles en que se involucran funcionarios estatales encargados de protegerlos cuando solo hay que revisar la prensa de los últimos cien años para saber que en Colombia sistemáticamente se asesina a los opositores del estado de las cosas gubernamental, económico y social es decir a los opositores al poder, a aquellos que buscan efectivamente transformarlo cambiando las elites.

Ese es el tema de fondo.

Pretender el cambio de las elites, sean estas locales, regionales o nacionales es sinónimo de muerte. Mientras ello sea así. Las viejas élites con unos u otros en su nombre continuarán ejerciendo el poder y beneficiándose con los asesinatos de pequeños y grandes liderazgos.

Por lo pronto esa es la realidad y no hay nada ni nadie que los contenga porque las autoridades después de un largo discurso mandan a las familias a quejarse al mono de la pila. Con excepción de la familia de Luis Carlos Galán a quien las élites consideraron uno de los opositores buenos y lo colmaron de beneficios y acceso al poder.

Varios de los gobernantes locales tienen hoy la oportunidad de liderar la ruptura y transformar el estado de las cosas. De no hacerlo, la historia de muerte seguirá repitiéndose y el cambio de elites continuará pendiente al igual que cambiar el estado de las cosas.


@alvarojimenezmi
ajimillan@gmail.com

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