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El buen verdugo

Matar gente para luego venderla por partes sólo se le puede ocurrir al mismísimo demonio.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
20 de septiembre de 2018

"Aún la universidad no puede explicar la presencia de los cadáveres, porque Barranquilla está paralizada por el carnaval; cuando se normalice la situación se aclararán las cosas”. Eso dijo un directivo. Los directivos de la Universidad Libre de Barranquilla seguían de fiesta mientras los diez cadáveres apiñados en el anfiteatro de la facultad de medicina pedían una explicación. Quién y por qué los habían matado a palos, tiros y cuchilladas. Otros cuarenta cristianos habían sido troceados. Un hombre al que le quedaban minutos de vida veía con terror los baldes que contenían órganos y extremidades. Olía a formol. En las paredes se divisaban lamparones de sangre. Año 1992. Sábado de carnaval. Avenida Olaya Herrera. Anfiteatro de la Universidad Libre de Barranquilla.

Se veía venir. Comenzando los ochenta una pandilla de politiqueros turbayistas se había hecho con el control de la Universidad Libre. Gente corrompida y sin escrúpulos. Para conseguirlo echaron a los profesores y estudiantes que nos interponíamos en sus planes. Su estrategia era la de transformar a la universidad en un trasto clientelar. En un taller de votos. Lo consiguieron. Quienes fuimos expulsados nos tocó buscarnos la vida en otra parte. Seguir los estudios o la docencia en otras universidades. Fueron años terribles en los que la Universidad Libre de Barranquilla se convirtió en un remedo de sí misma. Los demonios campeaban en el claustro. Matar gente para luego venderla por partes solo se le puede ocurrir al mismísimo demonio. En la trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez hay un relato parecido: unos sepultureros venden hígados de gente como si fueran de cerdo.  

Entre los celadores del claustro de Barranquilla habían unos cuantos rufianes. En los mitines nos marcaban con una mirada feroz. Parecían perros drogados dispuestos a matarnos a dentelladas. Iban a contarle a sus amos sobre lo que decíamos en las arengas. Fueron los que se untaron las manos de sangre para que otros contaran las ganancias. Esos otros, los que tenían montado el negocio de órganos y extremidades, jamás aparecieron en los expedientes. La macabra carnicería de indigentes en la Unilibre ha sido uno de los mayores casos de impunidad en la historia de Barranquilla.

Desde entonces, las cosas cambiaron en Barranquilla. La dirigencia política no reaccionó. La sociedad miró para otra parte. Las víctimas eran de la calle y carecían de dolientes con pedigrí. A la vida se le puso precio. Se devaluó. Llegaron los asesinatos políticos. El blanco eran los opositores. Mandarlos al cementerio para que el proyecto político de los extremistas de derecha se volviera hegemónico en la ciudad. Luego siguieron asesinando: por un celular, por una mirada, por una borrachera, por callarle la boca a un hijodelagranputa, por la purísima gana de apretar el gatillo.  

Iván Wild, el polifacético cineasta barranquillero, volvió al asunto. El buen verdugo, la miniserie realizada por la Universidad del Magdalena y la televisión pública, recrea el episodio más escabroso de la historia judicial de Barranquilla. Son cuatro capítulos bien hechos. Un thriller que se adueña del televidente. Con actores ciertos. Un jalón de orejas a la cadenas privadas de televisión que parecieran no encontrar ideas que llevar a la pantalla. Otro jalón de orejas para la televisión privada que antepone las caras bonitas a de las actrices y actores profesionales curtidos en el oficio. La actriz caleña, Patricia Tamayo, interpreta un formidable papel protagónico que por momentos nos hace recordar a Sarah Linden, la comisaría de policía en la renombrada serie The Killing que tanto gustó a la cantante y escritora Patti Smith.

Los acontecimientos se desataron el sábado 29 de febrero de 1992. Año bisiesto. Un año presto para la cábala y los agoreros. “Como se puede soñar, si se vive en la pesadilla”, sentencia Natalia, la fiscal que en la miniserie tiene que enfrentar toda clase de entuertos. Para muchísimos barranquilleros y barranquilleras la vida es una pesadilla.

* Escritor y analista político

En Twitter: @Yezid_Ar_D

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