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Bukele: victoria arrolladora y peligro de creerse Dios

Si bien Bukele triplica al chavismo en respaldo popular y no tortura ni encarcela rivales, sería un error caer en los vicios del carismático sátrapa fallecido.

Salud Hernández-Mora
10 de febrero de 2024

Encuentro descabellado comparar la democracia salvadoreña con las tiranías de Cuba o Venezuela. Las elecciones en El Salvador fueron libres, mientras que las que eligen a los sátrapas castristas o chavistas son meras farsas amañadas.

Tampoco el lacayo de los Castro y el capo de Miraflores cuentan con apoyo popular, solo los militares sostienen sus bastones de mando.

Con frecuencia se olvida El Salvador que recibió Bukele y las razones para que sus compatriotas lo elevaran a los altares. Si era el país más inseguro del planeta, infausto honor que a veces le arrebataba Honduras, parece lógico que las víctimas de los criminales antepusieran la seguridad al resto de sus preocupaciones cotidianas, incluida la pobreza.

La pequeña nación había intentado desarmar a las maras con una cadena de procesos de paz, firmados con la entusiasta complacencia de la comunidad internacional. Aunque no arrojaban resultados y la fortaleza de dichas bandas crecía de manera irrefrenable, ni la ONU ni otros organismos clamaban contra los Gobiernos que dejaban a sus pueblos a merced de los criminales.

Si usted era un salvadoreño del común, solo soñaba con que eliminaran tamaña plaga al precio que fuera o emigrar a Estados Unidos porque no avizoraba salida alguna –más del 60 por ciento quería abandonar su patria–.

En un primer momento, Bukele intentó persistir en la fracasada política de zanahoria y palo con las maras. Si dio un giro radical fue movido por los 80 asesinatos de inocentes que la Salvatrucha y Barrio 18 cometieron durante un fin de semana para retar al presidente. Y ya sabemos quién ganó el pulso.

Que ahora los despiadados asesinos pasen sus días en celdas iluminadas las 24 horas, donde jamás ven el sol ni reciben visitas; que duerman sobre planchas de hierro, tengan un agujero por letrina colectiva y los alimenten de manera frugal puede preocupar a los defensores de los delincuentes y a un determinado sector social y político, pero nunca a los cientos de miles de ciudadanos que los padecían. Justo o no, humano o inhumano, es la realidad y sería hipócrita sustentar lo contrario.

Conseguir transformar en tiempo récord un territorio inhabitable en el más tranquilo de América elevaría a la cima a cualquier político latinoamericano. Y en una región donde las encuestas señalan la inseguridad como la perenne pesadilla, aplicar mano de hierro de manera efectiva no solo no está mal visto, sino que es aplaudido por todos los estratos sociales.

Porque resulta innegable que la sucesión de estados de excepción, que aún Bukele sigue decretando, y las detenciones de un sinnúmero de personas que nada tienen que ver con las maras, entre otras medidas de choque, no resisten, con razón, el filtro de los defensores de los derechos humanos.

Pero el dilema consiste en decidir qué camino tomar cuando las soluciones negociadas han arrojado un rotundo fracaso y los que ponen los muertos y una existencia atenazada por el miedo son los civiles desarmados.

La “respuesta Bukele” obtuvo en las elecciones alrededor del 85 por ciento de los votos. Recobrar la paz, sacudirse el miedo a esos tipos pintarrajeados con las señas de identidad de su grupo de matones, verlos sometidos al imperio de la ley en cárceles estrictas, aislados del mundo, desde las que no pueden seguir delinquiendo, genera una enorme satisfacción, como certificaron las urnas.

Pese a su inocultable éxito, el presidente salvadoreño no debería caer en una peligrosa deriva autoritaria. No tiene sentido que tras su arrolladora victoria dedicara su primer discurso a atacar a sus críticos y a menospreciar a sus oponentes. No querrá imitar al bandido Hugo Chávez, que bautizó como “escuálidos” a la oposición venezolana. Si bien Bukele triplica al chavismo en respaldo popular y no tortura ni encarcela rivales, sería un error caer en los vicios del carismático sátrapa fallecido.

Debería considerar más necesarios que nunca los partidos opositores y las voces discrepantes de su propio país. Un líder con tan abrumador triunfo electoral, el mayor de las democracias actuales, puede caer en la tentación de levitar y rodearse de una corte de áulicos que le harían perder el norte. En lugar de lanzar diatribas contra El Faro, por ejemplo, tendría que confrontar sus denuncias con hechos. Sin polos a tierra ni controles independientes, los poderes absolutos se corrompen.

Aunque las prioridades de Bukele serán mantener la seguridad y combatir la pobreza, es consciente de que su gobierno se volvió referente internacional. Vivimos en una región muy castigada por la delincuencia a tal punto que hasta Gustavo Petro alerta sobre los países con preocupantes índices de ingobernabilidad por el poderío de las bandas criminales, como pasa en México o Ecuador.

Nayib Bukele tiene la oportunidad histórica de marcar una senda distinta, de derrotar la corrupción, generar riqueza y convencer del retorno a sus migrantes. Pero, al mismo tiempo, de fortalecer el Estado de derecho, que incluye respetar a los discrepantes.

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