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Cancillería en el aire

Santos no puede caer en el mismo escenario de Uribe y convertir a la política exterior en instrumento de su pelea personal.

María Jimena Duzán
19 de enero de 2013

Si hay un renglón en el que el presidente Santos se ha diferenciado del expresidente Álvaro Uribe es en el manejo que le ha dado a la política exterior. Con Santos el país volvió a tener una política internacional decente, respetuosa de los vecinos y diseñada con el propósito de integrar el país al mundo. De ahí que me hubieran causado tanta inquietud dos hechos que ocurrieron la semana pasada y que reflejan un desdén por la política exterior que se le conocía a Uribe, pero no a Santos.


El primero de ellos tiene que ver con  su sorpresiva propuesta de  pedir que se levante la reserva sobre las actas de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores y el espíritu revanchista que  la impulsa más propio de un alma indómita  como Álvaro Uribe que de un político de buenas formas como lo es Juan Manuel Santos. Según lo dejó entrever en Caracol Radio, si se levantan esas reservas el país podría constatar que su gobierno no tuvo nada que ver con la fallida defensa ante La Haya y quedaría claro quiénes habrían sido los reales responsables de  ese desastre que tanta mella le ha hecho a Santos en las encuestas. (Huevo es, gallina lo pone: los señalados serían los gobiernos de Andrés Pastrana y de Álvaro Uribe). 

El problema es que este ajuste de cuentas tendría un costo monumental para el país porque al levantar la reserva toda la estrategia de defensa frente a los pleitos que tenemos con Venezuela y Ecuador, por solo hablar de esos, quedarían expuestos. La política exterior colombiana quedaría ultrajada y el país perdería los argumentos que habría trabajado durante años para su defensa. Si lo que se trata es de sacarse el clavo con Uribe, ¿no habrá otra forma de hacerlo que no le cueste tanto al país?  

Si a este escenario tan poco promisorio le agregamos la renuncia de Juan Daniel Jaramillo, el experto internacionalista que venía adelantando la nueva estrategia de defensa diseñada por la Cancillería después de la salida de Londoño y compañía, la conclusión a la que se llega es que más allá de la furrusca inoficiosa que hay entre Uribe, Pastrana y Santos por el fallo adverso de La Haya, es evidente que la política exterior de Santos no ha podido levantarse del sablazo que sufrió el día en que la Corte de La Haya profirió su fallo  y que la Cancillería  sigue dando palos de ciego. 

No sabemos aún cuál va a ser la estrategia para enfrentar el fallo de La Haya y lo más preocupante es que hay temas que ya no dan espera. Se sabe, por ejemplo, que ya hay varias demandas contra Colombia que vienen en camino, pero la Cancillería parece no tener la capacidad de reacción necesaria. Se habla cada vez con más insistencia de que Nicaragua prepara otra demanda contra Colombia para extender su plataforma continental, que de triunfar enclavaría aún más al archipiélago de San Andrés y Providencia, pero la Cancillería tampoco se afana. De la misma forma hay  serios indicios de que Panamá estaría preparando una demanda contra Colombia en la que pediría la soberanía de la isla de Malpelo en un reclamo que podría llegar a 120.000 kilómetros invocando la misma tesis de Nicaragua, según la cual, cuando se hicieron las delimitaciones con Colombia, Panamá estaba controlada por los americanos y no tenían soberanía sobre su territorio. Para no hablar de la demanda que instauró Ecuador en La Haya por el tema de las fumigaciones, la cual parece que va muy avanzada. Sin embargo, Colombia no ha desarrollado una estrategia jurídica clara porque espera que más antes que tarde logre un acuerdo con el presidente Correa de Ecuador. Y el nombramiento de Carlos Gustavo Arrieta como agente especial para ese caso no da mayores luces, porque a pesar de ser un exitoso abogado, no es un experto internacionalista. 

Santos no puede caer en el mismo escenario de Uribe y convertir a la política exterior en instrumento de su pelea personal. Porque quien más pierde es el país y él. Pero eso no explica la incapacidad por parte de la canciller  María Ángela Holguín de armar una política exterior postfallo de La Haya que le permita enfrentar los litigios que se le vienen a Colombia. Un buen comienzo sería que  dejara de viajar tanto y abandonara su Cancillería en el aire para poner más los pies en la tierra.                                                                                                                 

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