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Casi me gano mi infarto

Duque cantó “Quizás, quizás, quizás”, en honor a Santrich. Y “dónde estás, corazón, no oigo tu palpitar”, en honor a José Obdulio.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
26 de mayo de 2019

Llámenlo sugestión o coincidencia, pero sucedió que, mientras observaba el canal del Congreso, y tan pronto como me enteré de que el senador José Obdulio Gaviria había padecido un infarto, sentí yo también un dolor punzante en la boca del estómago, me trepó un hormigueo por el brazo izquierdo y se apoderó de mí una sensación de reflujo que subía y bajaba, sobre todo bajaba, como Duque en las encuestas:

–Acá fue –me dije: voy a quedar como un pollo. Precisamente como Duque.

Pensé en incendiar la casa a los alaridos, como Carlos Felipe Mejía en una plenaria; en cambiar de canal, al menos, para que quienes levantaran mi cadáver no descubrieran que sigo los sucesos del Congreso de la República como quien mira partidos de fútbol.

Con el borde de los dedos rocé el control remoto y lo empujé hacia mí, y, arrastrándome con esfuerzo hasta la mesa de noche, alcancé el celular y le marqué al doctor Roselli, mi cardiólogo.

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–Doctor, creo que tengo un infarto –le dije.

–¿Siente náuseas?

–Sí, doctor, pero puede ser porque estoy viendo el canal del Congreso…

–¿Le duele el cuello?

–El Ape Cuello, doctor –le confesé, porque en ese momento ese senador pedía la palabra.

–Aflójese la corbata –me ordenó–. Repose. Y si nada mejora, llámeme de nuevo.

Pesadamente, entonces, logré levantarme; caminé con pasos lentos hasta el armario; me puse la única corbata que tengo y, acto seguido, como ordenó el doctor, me la aflojé. El malestar fue pasando, efectivamente, y poco a poco, y a diferencia de María Fernanda ídem, regresé a mis cabales.

¿Qué hábitos están causando semejantes tensiones en mi cuerpo?, me pregunté preocupado: tengo más de 40 años, la edad en que un infarto en el miocardio sobreviene en cualquier momento. Por eso me alimento bien. Como verduras. Nunca excedo los 500 vasos de agua, como aconsejaba Martuchis. Y si el agua ha sido embotellada en la Fiscalía, la rechazo.

Concluí entonces que mis tensiones coronarias son producto de la estresante realidad nacional, y a lo mejor eso me hermana con José Obdulio: me primohermana, si me permiten el verbo.

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En Colombia todo es angustioso. Miremos, por ejemplo, el reality de Jesús Santrich: duró 12 minutos libre, por reloj: ¿es eso serio? La enfermera que empujaba la silla hacia delante, súbitamente la empujó hacia atrás, y eso fue todo. ¿Puede estar en vilo el proceso de paz por semejante show tan deprimente?

Y miremos, a propósito, la relación con los Estados Unidos: ¿existe otro lugar del mundo en que extorsionen a unos magistrados como lo hace el embajador gringo con los nuestros? Imagino a Pachito Santos devolviendo atenciones de manera idéntica: invita a desayunar a su residencia en Washington a senadores de la bancada demócrata; les ofrece comida típica colombiana, especialmente burritos “Supreme” con Pepsi “Diet”, que es lo que, según declaró, comía en su niñez, por allá en su tierra. Y les advierte de frente:

–Si no retiran la solicitud a María Fernanda Cabal de que se disculpe por propagar mentiras falsas contra el periodista de New York, les retiro la Visa, la Mastecard y hasta la tarjeta de Carulla. Y algo más: el fiscal Mueller es un patriota.

Y hay más noticias dignas de infarto: el pacto nacional propuesto por Duque, por ejemplo. Citó a sus asesores (salvo a Pachito Miranda, que en ese momento se encontraba trotando en exclusiva para su cuenta de Instagram); los sentó en el Salón de los Gomelinos; pidió la guitarra; cantó “Quizás, quizás, quizás”, en honor a Jesús Santrich; cantó “Dónde estás corazón, no oigo tu palpitar”, en honor a José Obdulio; y dijo a sus ministros, como Jesús a sus apóstoles: “Sueño con un país con unicornios: un país con siete enanitos que vivan de la economía naranja. E invito a que luchemos por ese sueño de unidad a todos los partidos, salvo los verdes, el Polo, las Farc y los de Petro”.

–Pero, presidente, ¿no sería mejor convocarlos a todos? –intervino el consejero Amín.

–No hace falta: ya tenemos al uribismo, al duquismo, al Centro Democrático y a la derecha.

–Pero usted habló de un acuerdo nacional…

–Nacional no: soy del América. Pero no le cuenten al Presidente Eterno.

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Y miremos, por último, el amago de infarto que padeció José Obdulio Gaviria. Fue determinante que Ernesto Macías no se hubiera ofrecido para contar las pulsaciones: eso lo salvó. Y fue paradójico, a la vez, que lo auxiliara un miembro de las Farc: esos son los famosos auxilios parlamentarios.

Pero en RCN después informaron que no se había tratado de un infarto, sino de un vahído, un “surmenage”, a lo sumo un gas. Ya me parecía raro que José Obdulio tuviera corazón.

Colombia infarta. Así se lo dije en su consultorio al doctor Roselli, todavía con la mano en el pecho:

Duque canto´ “Quizás, quizás, quizás”, en honor a Santrich. Y “dónde estás, corazón, no oigo tu palpitar”, en honor a José Obdulio

–No exagere, hombre –me reconvino: usted está perfecto; lo suyo fue un falso positivo.

Pero cuando me lo dijo, se me vino la cara bovina y congestionada del ministro de Defensa. Y –ahí sí– por poco me gano mi infarto.

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