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De aquellos breves días en la “Montaña Mágica”, quedan pensamientos inconexos que rescato.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
25 de abril de 2019

El libro reciente de Julio César Londoño –‘Sacrificio de Dama‘– fue, en horas de bruma y silencio, motivo de deleite, tanto por sus cuentos como por sus ensayos. En realidad, la línea que los separa es tenue; quizás esa clasificación sea una broma amable del autor para confundir a aquellos lectores a quienes les gusta llamar “pan al pan, y vino al vino”. Lo digo porque el supuesto ensayo sobre los amores del poeta colombiano Álvaro Mutis y la escritora mexicana Elena Poniatowska parece ser un ensamblaje de elementos biográficos reales o, al menos, verosímiles, para elaborar una ficción; un cuento. Lo mismo cabría decir de su texto sobre las hormigas, que escribe con rigor de entomólogo para, al final, plantear implausibles y divertidas hipótesis sobre los móviles de Dios al crear este mundo.

En su cuento ‘Los gramáticos‘, se incluye la carta que Rufino José Cuervo, el primero de nuestros grandes filólogos, supuestamente habría dirigido a Don Andrés Bello, el mayor de los intelectuales de Hispanoamérica del siglo XIX, en la que le formula algunas glosas sobre su ‘Gramática de la lengua castellana‘ que quisiera ver incluidas como aporte suyo en la nueva edición de ese magistral texto. Allí encuentro una epifanía que resumo: las funciones comunicacionales de la lengua, en tanto refieren a hechos o conceptos, requiere el respeto de ciertas estructuras lógicas, que la gramática debe garantizar mediante normas que son de estricta observancia so pena de fracaso comunicacional. Mas como ella sirve también para cometidos emocionales –seducir, insultar, acoger, persuadir, etc.– el emisor de la comunicación cuenta con grados amplios de libertad para lograr su cometido. En ese ámbito su soberanía es toda, o casi.

Luego de leer la misiva, en aquellos días del otoño de 1864, Don Andrés, un hombre ya senil, sale a caminar por el parque adyacente a su despacho en Santiago de Chile. Entonces “Los ojos de una colegiala que se posaron un momento en los suyos con la velocidad del colibrí le recordaron a una mujer que había sido todo el dolor y todo el amor”. ¿En quién piensa aquel hombre en las vecindades de la muerte? Creo en la información que nos aporta Pedro Gómez Valderrama en su bellísimo relato ‘Corpus Iuris Civilis‘ publicado en 1974. Se trata de María José de Sucre, la adolescente caraqueña a quien amó, poseyó y por quien fue abandonado en su temprana juventud.

Allí se cuenta que Bello, autor del Código Civil de Chile (que es también el nuestro) en aquella tarde santiaguina acaba de escribir este artículo para esa magna obra jurídica: “Las palomas que abandonan un palomar y se fijan en otro, se entenderán ocupadas legítimamente por el dueño del segundo, siempre que éste no se haya valido de alguna industria para atraerlas y aquerenciarlas…”. Como la ingrata se fue en ejercicio de su libertad, y no por engaño o “industria” de su nuevo amador (piensa el ilustre venezolano) no hay reproche alguno que formular. Añade Gómez que al terminar de escribir “Don Andrés miró de nuevo a la ventana, sobre la cual se formaban minúsculas ramificaciones de hielo. La muerte y el mar son los dos grandes indemnizadores. Pero no llenan el vacío ni con agua ni con tiempo”.

La limitada capacidad de maniobra frente al Congreso de que adolece el Gobierno, ha convertido el proceso de discusión del Plan Nacional de Desarrollo en una caja de pandora de la que salen muy audaces propuestas parlamentarias. Doy ejemplos: (I) Se establecerían elevados aranceles para proteger las industrias de textiles y confecciones, iniciativa muy discutible desde el punto de vista de su conveniencia, entre otras razones porque favorecería el contrabando y encarecería el vestuario para toda la población: además, esa iniciativa sería violatoria de las facultades que en esa materia corresponden al Presidente de la República; (II) se obligaría a los importadores de alimentos a cotizar para los fondos parafiscales del sector agropecuario, en clara contradicción con los tratados de comercio que se encuentran vigentes. Insistir en esa propuesta puede generar represalias comerciales contra nuestra oferta exportable, y agravar, por falta de competencia, sus problemas de productividad y competitividad; (III) se abriría un mecanismo de translado entre los regímenes pensionales de reparto y capitalización, que si bien podría generar caja a un gobierno que afronta escasez de recursos, tendría el efecto de aplazar, agravándolas, onerosas obligaciones fiscales y causar severos trastornos inmediatos al mercado de capitales.

La película sobre Fernando Botero nos permite apreciar su excelso trabajo artístico y su condición humana ejemplar. Desde joven, en la pacata y mercantilista Medellín, asumió su vocación pictórica, la que, a pesar de las tendencias de los años sesenta en pro del arte abstracto, se expresó en la pintura figurativa; su evolución posterior hacia el ensanchamiento de los volúmenes fue, en sus comienzos, un evento accidental que luego desarrolló con inmenso talento. Ajeno al activismo político que, en ocasiones, sirve para ocultar la mediocridad de intelectuales y artistas, ha desplegado ante los ojos del mundo los abusos de las tropas de Estados Unidos en Irak y la violencia desatada por Pablo Escobar y otros narcos contra la sociedad colombiana.

Pocos han acometido con el rigor que él lo hizo la tarea de recrear los grandes hitos de la pintura europea; las distintas versiones de la Mona Lisa de Leonardo son un festival de risueña creatividad. La pompa, tantas veces vacua de políticos y obispos, se trasforma en sus lienzos y esculturas en motivo de sonrisa, no de agresiva carcajada. Los cuadros sobre su hijo muerto en la infancia constituyen una de las catarsis más conmovedoras de la historia del arte. Haber temporalmente abandonado la pintura para convertirse en un magnífico escultor, denota una admirable fidelidad a su misión creadora. Fue inmensa su generosidad al donar espléndidos museos a Bogotá y Medellin.                      

Briznas poéticas. Para Franz Kafka hay destinos inexorables. “Los perros de caza siguen jugando en el patio, pero no se les escapan las presas, por más que corran ya por los bosques”.

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