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Policías a merced de la carroña política

El Eln parece estar copiando, con veinte años de atraso, el tipo de acciones que adelgazaron políticamente a un subejército del tamaño de las Farc.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
1 de febrero de 2018

En 1976 siete pistoleros intentaron matar a Bob Marley en su casa de Island House. Jamaica vivía entonces una crispante campaña electoral y las calles estaban en manos de bandas criminales, matones políticos, saboteadores extranjeros, pistoleros a sueldo, narcotraficantes y policías corruptos. Lo más grave de la situación era la irresponsabilidad de los políticos ante los asesinatos. La novela de Marlon James Breve historia de siete asesinatos, ganadora en 2015 del Man Booker Prize, el más prestigioso galardón en lengua inglesa, recrea a través de setenta y seis voces lo sucedido en aquel agitado año.  

Los sangrientos sucesos de Jamaica en 1976 me hacen pensar en lo que ocurre actualmente en Colombia, con el agravante de que en nuestro país la violencia posee atributos más complejos y carece de límites territoriales y temporales. El sangriento ataque contra la policía en Barranquilla, el perenne asesinato de líderes sociales, la delincuencia organizada en las calles, la expansión de la cadena del narcotráfico y la creciente re-paramilitarización y re-guerrillerización en el campo, son la demostración palmaria del fracaso de una generación política cuya praxis está viciada por la venganza, la fanfarronería y la insensatez.

El proceso de paz con las Farc, que bien pudo ser la oportunidad de cerrar el perpetuo ciclo de violencia, ha fracasado. Fracasado por el infantilismo de sectores de la izquierda que vieron en los acuerdos la oportunidad de ajustar cuentas legales con el ex presidente Uribe; por la mezquindad y el cálculo político del uribismo y sus similares; por la incompetencia del aparato gubernamental, incapaz de resolver el abecé de la implementación e incorporación de los excombatientes; por la incapacidad de las fuerzas militares de proporcionar una ‘seguridad‘ y ‘estabilidad‘ superior a las que proveían las Farc a los labriegos en sus zonas de influencia; por los laberintícos fallos y contrafallos de las Cortes sobre los acuerdos de paz; por el estilo pendenciero que caracteriza a la mayoría de los formadores de opinión en Colombia, y por el maldito destino que los dioses han reservado para Colombia.

Para colmo de males: el nihilismo del Eln. Si alguien observara los actos de los elenos desde unos anteojos setenteros, es decir en plena Guerra Fría, diría que algunos de sus componentes están inoculados por el veneno de sus adversarios, pero como estamos en 2018 diría que su principal enemigo son ellos mismos. El Eln parece estar copiando, con veinte años de atraso, el tipo de acciones que adelgazaron políticamente a un subejército del tamaño de las Farc: el secuestro, los ataques indiscriminados, el asesinato de exguerrilleros que han dejado las armas para seguir la lucha sin ellas, el vertido de petróleo, la sordera hacía las voces críticas y la perdida de humanidad. La soledad política de la Farc no es por las cosas buenas que están haciendo en el presente, sino por las malas que hicieron en el pasado.    

A un Nobel de paz no le está permitido cerrar un espacio de dialogo. Dudo que Santos lo vaya a hacer con el Eln a escasos meses de acabar su segundo mandato. A veces pienso que el Eln está clavado a una cruz de la que no quiere ser redimido porque a sus pies sólo ve pecado, traición y adulterio. Quizá el nihilismo de los elenos puede explicarse en la encrucijada que los ha cogido este siglo. Una encrucijada en la que no hay un camino bueno y uno malo, sino que los dos son malos: llegar a un acuerdo para que luego se los birlen como está pasando con las Farc o esperar en el monte a que los maten. Pero lo peor para los elenos es la creciente soledad política. La gente puede seguirle la corriente a un romántico, pero dudo que haga lo mismo con un nihilista febril.

Así las cosas, Viejo Topo, el próximo presidente de Colombia no administrará un país sino un matadero. Un matadero de gente. Este no es un problema de demagogia, policías, oraciones o gallos de pelea. No hay nada que hacer si una parte de Colombia quiere cobrarle cuentas a la otra parte o viceversa. Esto es lo que no ha entendido esta generación política. Queda la opción de seguir administrando la violencia tal como lo vienen haciendo todos los gobiernos desde el asesinato de Gaitán, hasta que la bomba de relojería estalle sobre la superficie de Colombia y no haya vuelta atrás.

“Cuando el perro mata al gato, y el gato mata al perro, el único que queda feliz es el carroñero. Y el carroñero lleva toda su vida esperando”, reflexiona Raymond Clarke, apodado Papa-Lo, un capo de las calles de Kingston, poco antes de que los siete pistoleros hirieran a Bob Marley, autor de Natural Mystic, una de las mejores canciones del siglo XX.

¿Cuántas pistolas y pistoleros tiene Colombia?

* Escritor y analista político

En Twitter: @Yezid_Ar_D

Blog: En el puente: a las seis es la cita

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