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Uribe en su laberinto

Es peligroso subestimar el poder del odio ahora que desde la orilla del uribismo, en confabulación con un arsenal de columnistas, se pretenda acorralar a la Justicia tras la decisión de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) de llamar a indagatoria al máximo líder del Centro Democrático (CD), Álvaro Uribe Vélez.

Javier Gómez, Javier Gómez
31 de julio de 2018

Toda clase de epítetos se han lanzado contra los tres magistrados a quienes se les acusa de ejercer la “justicia espectáculo” y de “perseguir” al senador del CD. Uribe fue por lana y salió trasquilado. Su estrategia fracasó. Quiso avasallar a su adversario político y aniquilarlo - el senador Iván Cepeda- y no pudo. Un debate que era nítidamente político lo judicializó y buscó por todos los medios abatir jurídicamente a su contradictor. Cometió un craso error: prefirió ignorar la confrontación dialéctica, la de los argumentos, para, cautivado por el odio, dar una batalla en los tribunales, que va a perder. Él mismo, Uribe, judicializó su vida política. Al parecer, las pruebas en su contra son contundentes y por ello debe responder. “El que la hace la paga”, dijo en campaña su pupilo y hoy presidente electo, Iván Duque.

No se trata de una “revancha judicial” como lo han querido presentar los seguidores del exmandatario, se trata de que la CSJ le devuelva la dignidad a la administración de justicia y acabe con el mito de que “la justicia es pa´ los de ruana”. Seguramente muchos de los simpatizantes, arropados por los parlamentarios del CD y sus aliados en los medios de comunicación, se movilizarán instigando el odio contra la corte para propagar una matriz de opinión virulenta y atiborrada de desprestigio; acción que debe censurarse porque la justicia, en cualquier caso, debe actuar sin presión y con independencia.

Tal vez nada de esto debiera sorprendernos. No le achaco a la llamada polarización el comportamiento de ciertos sectores que hoy se solazan lanzando toda clase de epítetos contra la corte, responsabilizo de esto a quienes prohíjan el paradigma de que el jefe hace cuanto quiere; se mofa, deshonra y humilla a quien quiere y cuando quiere. Esa es la retórica que buscan vender; una retórica que tiene un amplio mercado y la gente lo compra sin chistar. Escenario peligroso; es como jugar con candela.

No se trata de “al caído caerle”, pero este hecho debe servir para aplicar justicia genuina, sin miramiento alguno y más allá del poder que pueda ostentar el sindicado. Esa justicia es el verdadero sustento de una democracia; de una sociedad decente.

Por supuesto, el senador Uribe, como cualquier otro colombiano que afronta problemas judiciales debe contar con todas las garantías procesales y recurrir a los argumentos de ley para controvertir a la corte, pero lo que no puede es deslegitimar institucionalmente a su juez natural renunciando a su investidura como senador, para evitar, supuestamente, esa instancia judicial.

La Constitución del 91 es un estatuto garantista que se fundamenta en el Estados social de derecho, ahí encontrarán el senador Uribe y sus abogados las herramientas adecuadas para salir del laberinto judicial que lo tiene contra las cuerdas o aceptar, como debe ser, la decisión de los tribunales se esté o no de acuerdo.  

@jairotevi  

 



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