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La cuenta regresiva

¿A qué sí están dispuestos los de las Farc? a comprometerse expresamente con el respeto a la propiedad privada, el modelo económico y el núcleo familiar tal como están expresados en la constitución.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
15 de octubre de 2016

Escribo esta columna desde La Habana, Cuba, a donde vine para averiguar qué están pensando las Farc de los acuerdos de paz que quedaron invalidados por el plebiscito que ganó el No por una precaria mayoría. Más que una entrevista he tratado de conseguir una aproximación menos formal -y más franca- de lo que piensan los cabecillas guerrilleros de esta decisión popular. De lo que están dispuestos a negociar y de lo que consideran inamovible.

Se trata de un encuentro off the record y por lo tanto no puedo identificar a mis interlocutores, ni lo que dijeron textualmente, pero sí puedo usar como referencia la información que me entregaron y compartir con ustedes mis impresiones.

La reunión tuvo lugar en El Laguito, en una casa de protocolo del gobierno cubano en donde están alojados algunos miembros del secretariado de las Farc. La casa es bella y cómoda, tiene un jardín cuidado y una pequeña piscina. Sin embargo, está amoblada tan austeramente que algunos lugares han ido tomando el aspecto de un cambuche en la selva.

La parte trasera del hermoso jardín interior de la mansión ha sido cubierto con trozos de lona camuflada. Debajo de esos toldos amarrados con cabuya hay un busto blanco de Simón Bolívar, una bandera amarilla, una azul, una roja y dos blancas; fotos de Tirofijo, Jacobo Arenas, Alfonso Cano y Hugo Chávez; dos mecedoras de madera rústica y cinco o seis sillas plásticas de las que en Colombia llamamos Rimax. Allí hablé con tres miembros de la cúpula de las Farc por cerca de cuatro horas.

Ellos afirman que la unidad dentro de las Farc se mantiene intacta, sin importar los resultados del plebiscito que desaprobó los acuerdos, y que sus bases apoyan la decisión de persistir en una salida negociada. Incluso me aseguran que han vuelto a las filas la mayoría de los integrantes del frente Primero que anunció su discrepancia con la firma de los acuerdos. Según ellos, hoy los disidentes son apenas 50 guerrilleros.

Una y otra vez insisten en que cumplirán la decisión de oír los planteamientos de los partidarios del No y que están dispuestos a resolver e integrar –rápidamente- a un nuevo acuerdo todo lo que tenga solución. Uno de ellos anota que están decididos a aceptar que los acuerdos “aumenten” lo que sea necesario. Cuando le pregunto “¿Y también a que disminuyan?”. La respuesta es tajante: “No”.

Dentro de lo que las Farc consideran irrenunciable hay dos puntos esenciales: primero, no aceptarán ir a la cárcel aunque están dispuestos a cumplir sentencias alternativas. Segundo, no aceptarán marginarse de la política o renunciar –ni aún de manera temporal- a ser elegibles. Sostienen ellos que la meta de cualquier acuerdo de paz consiste en reemplazar las armas por el ejercicio político, por eso sin esa capacidad de expresión el acuerdo pierde su sentido.

¿A qué sí están dispuestos? A comprometerse expresamente con el respeto a la propiedad privada, el modelo económico y el núcleo familiar tal como están expresados en la Constitución.

Uno de los interlocutores afirmó que respetan la decisión de los que votaron por el No y que muchas de esas personas podrían apoyar un acuerdo de paz si –por ejemplo- hay mayor claridad sobre los temas relacionados con la familia, el respeto a la libertad religiosa, los derechos de la mujer y los homosexuales.
Las Farc tienen claro que el senador Uribe no representa a todos los que votaron No, porque muchos de ellos lo hicieron por razones distintas a las suyas.
También parecen estar dispuestos a discutir el alcance de la Jurisdicción Especial para la Paz y el periodo de vigencia de la misma. “No puede ser para siempre”, reconoce uno de ellos.

Mientras hablaban conmigo, los cabecillas de las Farc recibieron la notificación del gobierno de prorrogar hasta el 31 de diciembre el cese de fuego y hostilidades. No lo toman como un ultimátum pero creen que la elaboración de un nuevo acuerdo debe tomar días y no meses.
Esto se hace evidente cuando les pregunto cuánto vale sostener a una tropa de miles de hombres sin incurrir en las actividades delincuenciales de las que han vivido por largo tiempo.

Ninguno de ellos responde concretamente pero es evidente que si el cese al fuego no está atado a un acuerdo de paz viable, pasarán pocos días antes de que suene el primer tiro. 

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