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Feliz cumpleaños Gu

Nada de esto ha menguado tu alegría, ni tu carácter de acero. De manera que cuando superes esto –y lo vas a superar– nada te va a detener.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
3 de octubre de 2015

Es posible que esta semana necesites ayuda para apagar las velitas del ponqué. La batalla que estás librando exige hasta la energía de ese mínimo soplo. Por fortuna estás llena de fuerza interior y de ánimo aunque el cuerpo se resienta, duela y se debilite. En cambio tu cerebro está claro y brillante como siempre.

Somos muy afortunados, Gu. Tuvimos la suerte enorme de darnos cuenta a tiempo.

Tu mamá, tu hermano, tú y yo recién llegábamos de unas vacaciones simples, llenas de sitios nuevos y encantadores. Habíamos pasado unos días felices de sol, trenes, jardines e historias. Sin embargo, no vivimos una hora sin recordar a unos queridos amigos que estaban sufriendo.

Ellos son una familia como la nuestra: un papá, una mamá y dos niños. Los papás, como los tuyos, son periodistas. Igual que nosotros viven en un país distinto al que nacieron y de vez en cuando –como nosotros– tienen nostalgia de sus lugares y de su gente.

El niño mayor tenía 12 años. Era un ser singular lleno de amor, solidaridad con sus semejantes y sabiduría. Se llamaba Oliver, era el arquero de su equipo de fútbol y estaba aprendiendo a tocar el saxofón con la misma maestría con la que hizo todo, en su corta vida.

Lo que empezó como un dolor de cabeza persistente acabó pocos días después de la manera más dolorosa: Oliver murió en el Hospital de Niños de Miami como consecuencia de una leucemia fulminante.

Esa terrible experiencia gravitaba sobre nosotros cuando apareció una mancha diminuta en tu nariz. Era un punto morado, casi imperceptible, del tamaño de la cabeza de un alfiler. Tu mamá tomó una foto y se la mandó por mensaje de texto al abuelo que es un médico como quedan pocos. Él tiene otra especialidad pero estudia mucho y es un hombre sereno, ajeno a los alarmismos, por eso su “no me gusta” y su recomendación de ver inmediatamente a un hematólogo nos dejaron muy preocupados.

Esa misma noche encontré en Google que esa manchita sumada a los ganglios inflamados podían ser síntoma de leucemia. Tu mamá se angustió mucho pero eso no podía ser posible. Los dos pensamos que quizás era una percepción injustificada de nuestra parte y que el pediatra, al día siguiente, podría establecer lo que realmente estaba pasando.

El cuadro hemático confirmó nuestros peores temores.

Esa misma tarde terminamos en el Hospital de Niños con un diagnóstico de cáncer y viviendo el terror a lo desconocido.

A partir de ese momento las noticias han ido mejorando.

La leucemia que padeces es quizás la menos maligna de todas. El doctor que te está tratando nos dijo con asombro que fue descubierta cuando apenas tenía dos semanas de desarrollo y que eso aumenta sustancialmente las posibilidades de éxito.

Hay millones de antecedentes de curación completa de ese cáncer llamado Pre-B ALL pero el tratamiento es duro.

La quimioterapia es un veneno que mata células malas y mata células buenas. Va minando el organismo. Los esteroides te han producido grandes dolores. Las cosas que antes hacías fácilmente, ahora te cuestan mucho: dar unos pasos, leer un libro que es lo que más te gusta hacer.

Hace unos días podías leer varias páginas antes de que las letras empezaran a salirse de foco y a moverse. Fue entonces cuando tu mamá y yo empezamos a leerte pero una de las medicinas te produce hiperacusia y aunque susurremos, nuestras voces retumban en tu cabeza. A ratos puedes oír libros hablados, leer el computador, o ver televisión.

También hemos tenido días buenos. Una vez te despertaste a las cinco de la mañana con ganas de ver el sol. Esa madrugada fuimos a dar un paseo manejando despacio y paramos en una cafetería de desvelados a tomar jugo de naranja.

Un domingo te animaste y pediste que te lleváramos a tu restaurante favorito a comer pasta. Aunque en la cocina se esmeraron, todo tenía ese sabor a hierro que deja una de las medicinas. De todas maneras valió la pena.

Esta no es la única adversidad que has tenido que afrontar. Cuando tenías 6 años supiste lo que era recibir amenazas de muerte por cuenta del trabajo de tus papás. También has soportado insultos, seguimientos y campañas de infamia contra los tuyos.

Nada de eso ha menguado tu alegría, ni tu carácter de acero. De manera que cuando superes esto –y lo vas a superar– nada te va a detener.