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El valor de decir ¡basta!

Jorge Armando Otálora es un gran abogado, un hombre de ejemplar superación muy poderoso. Los hechos denunciados acaban con su autoridad moral para ser defensor del pueblo.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
21 de noviembre de 2015

El poder del abusador llega hasta cuando la víctima se rebela contra él. El señor defensor del pueblo, Jorge Armando Otálora, ha impuesto un imperio de terror en la entidad. Al comienzo la gente pensaba que eran solo momentos excepcionales de furia del jefe. Sin embargo, se volvió costumbre oírlo insultando a sus subalternos desde los más humildes hasta algunos directivos de la institución.

Las palabras y el tono que se habituó a usar el señor defensor están registrados en la columna anterior llamada ‘¿Y ahora quién podrá defendernos?’.

El tema no se queda en un asunto de buenas maneras. Lo que está haciendo el defensor viola la Constitución, la ley que prohíbe el acoso laboral y también la labor misional de la Defensoría. El defensor del pueblo debe promover y amparar los derechos fundamentales, uno de los cuales es el derecho a la dignidad.

Cuando las denuncias empezaron a conocerse, el defensor Otálora anunció que a él no le pasaría nada y se jactó ante sus subalternos de su amistad con importantes periodistas que –según él– son sus aliados incondicionales.

A comienzos de esta semana -y ante la publicación de la columna- el defensor del pueblo se movió fuerte para evitar el escrutinio.

Aparecieron cuentas de Twitter recién creadas para defender al defensor. Lo mismo hicieron algunos ahijados políticos suyos o allegados de quienes han recibido sus favores. La presidenta de uno de los dos sindicatos de la Defensoría salió a hablar en nombre de los trabajadores “en defensa de la gestión del defensor”. El doctor Otálora citó a los directivos de la institución para pedirles que firmaran una carta respaldándolo.

La estrategia se devolvió contra el defensor del pueblo como un bumerán. Su colaboradora más cercana decidió contar la verdad.

Después de la publicación, la secretaria privada del defensor, la abogada Astrid Helena Cristancho, decidió no seguir viviendo en el silencio y el miedo. Cuando la invitaron a avalar por escrito a su jefe maltratador, ella decidió renunciar contando cómo ha sido su paso por la entidad.

En dos páginas, la doctora Cristancho cuenta que “me encontré desde el principio con una inclemente violencia verbal y psicológica, gritos, zapateos, manoteos, amenazas, pataletas, malos tratos en general. Este comportamiento es denigrante no solo para mí sino para muchos de mis compañeros”. (Ver carta)

La carta de la abogada Cristancho al defensor también dice “No puedo permitirme más tiempo en un lugar hostil, agresivo e irrespetuoso como el que usted ha creado. No me cabe más miedo en el cuerpo ni en el corazón”. (Ver carta)

La operación tapadera que el defensor quería montar también se desmoronó por el lado de los trabajadores. Varios de ellos le escribieron una carta a la presidenta del sindicato –tan servicial con el defensor y patrono Otálora- pidiéndole que renunciara.

Ellos aseguran, “el ambiente laboral se ha llenado de temor, la coacción hacia los trabajadores es enorme y por ello no se atreven a denunciar situaciones contra el nominador, porque se pone en riesgo la seguridad de su vinculación laboral”. (Ver documento de los trabajadores)

Hernando Toro, quien renunció hace poco a la institución después de una larga y brillante carrera que lo llevó incluso a estar encargado de la Defensoría del Pueblo, escribió en las últimas horas un revelador artículo, “Tengo gratitud y lealtad con el defensor del pueblo, pero ello no me impide reconocer con objetividad un complejo problema de maltrato al interior de la entidad y por ello debo ejercer mi ‘Deber de ingratitud’”. (Ver artículo)

El doctor Toro dice que la necesidad del empleo ha sido la razón del silencio de los maltratados, “La condición humana y la necesidad de trabajo hacen que las personas callen tanto sometimiento”. (Ver artículo)

Concluye con lo que seguramente va a pasar, “Se preparará una estrategia para desvirtuar lo inocultable pero para que el doctor Otálora logre los buenos resultados en su gestión no necesita gritar, insultar, humillar y sembrar temor”. (Ver artículo)

El defensor Jorge Armando Otálora es un gran abogado, un hombre de ejemplar superación, muy poderoso y bien conectado. Los hechos denunciados acaban con su autoridad moral para ser defensor del pueblo.

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