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Esperando a Irma

Fue difícil para nosotros despedirnos de nuestra casa. No sabemos si en las próximas 72 horas desaparecerá ese lugar en el que hemos pasado momentos felices –y tristes-, pero siempre juntos.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
9 de septiembre de 2017

Quizás cuando usted lea esta columna ya habrá sucedido todo. Escribo esto el viernes 8 de septiembre en la tarde desde la sala de redacción de Univisión en Miami donde se espera la llegada de Irma, el huracán más grande desde que existen registros. Es una masa descomunal –casi tan grande como el territorio de Colombia– que trae vientos ciclónicos que pueden alcanzar los 300 kilómetros por hora, desatar un diluvio que durará al menos 18 horas, empujar el mar hasta 20 kilómetros al interior y subir las mareas al punto de impedir que los ríos desemboquen causando mayores inundaciones.

Mi esposa, mis dos hijos y yo vivimos en una zona de evacuación obligatoria. Esta mañana patrullas de la Policía recorrían nuestro barrio perifoneando la advertencia: no hay garantías para la vida de quienes permanezcan en esta área.

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No pude sacar a mi familia de la ciudad a tiempo porque ayer jueves mi hija tenía que recibir una sesión de quimioterapia inaplazable. Después los vuelos empezaron a ser cancelados y las carreteras se convirtieron en un atasco de dimensiones apocalípticas. El trancón empezaba en Orlando y prácticamente terminaba en Miami, un recorrido que usualmente dura cuatro horas manejando a una velocidad promedio de 90 kilómetros por hora.

Pude encontrar un lugar para ellos en un hotel cerca de aquí que está haciendo un bonito negocio con la emergencia. La suite que les quedaba nos la están cobrando a 840 dólares la noche, más del doble de lo que costaría normalmente.

Miles de personas que no pudieron evacuar, y no pueden pagar un sitio aparentemente seguro, se han agolpado en refugios que no parecen suficientes. A esta hora reportan que la universidad FIU no puede recibir más gente en sus instalaciones. Los refugios temporales van a acoger a más de 100.000 personas.

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Fue difícil para nosotros despedirnos de nuestra casa. No sabemos si en las próximas 72 horas desaparecerá ese lugar en el que hemos pasado momentos felices –y tristes-, pero siempre juntos.

Rafael, mi hijo de 11 años, tuvo que dejar sus mayores tesoros: una camiseta que James Rodríguez le firmó con una dedicatoria cariñosa y un balón que le autografiaron, uno por uno, los jugadores del Real Madrid. Teníamos que sacar lo estrictamente necesario. No sabemos cuánto tiempo va a durar esta emergencia. Lo más importante es sobrevivir, todo lo demás es prescindible.

Lo que más me duele es que no podré vivir estas horas de terror al lado de ellos.

Soy responsable de un equipo de periodistas que está decidido a seguir informando en medio de la emergencia. No me siento capaz de irme con mi familia mientras ellos cumplen con el deber de nuestro oficio. No me siento capaz de pedirle a nadie algo que yo mismo no estoy dispuesto a hacer y sé que María Cristina -reportera como todos nosotros- lo entiende.

Dicen que el huracán se va a oír como la turbina de un jumbo multiplicada por diez durante muchas horas. Los modelos meteorológicos muestran que llegará a Miami como categoría 4 y podría impactar a una población de 10 millones de personas con resultados incalculables.

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Hace tres años pude viajar en un avión cazahuracanes de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Partimos desde St. Croix en las Islas Vírgenes hasta el ojo del huracán Cristóbal en formación. Ese huracán era 500 veces más pequeño que Irma, sin embargo, pude sentir su fuerza incontrolable. No olvidaré que, en medio de un mareo de 11 horas, pude ver sus paredes negras de tormenta y el rastro de pájaros muertos que arrastraba a su paso.

La otra referencia que tengo de un huracán es Katrina. Llegué un mes después de su paso asesino por Nueva Orleans. Lo que más me impresionó fue ver cómo había sacado una casa de sus cimientos, la había transportado 3 kilómetros por los aires hasta tirarla vuelta al revés sobre su techo al otro lado del lago Pontchartrain.

Esa casa se me antoja muy parecida a la que nos cobijó hasta la noche de ayer.