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La criminalización del que investiga

El señor expresidente Uribe sabe que no tiene que explicar nada, solo contraatacar con una calumnia, dejando al aire una sospecha y cambiando la agenda para que sea el investigador el que quede en el banquillo.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
9 de abril de 2016

La más reciente víctima de la estrategia es el columnista de El Espectador Yohir Akerman. Cada vez que alguien se atreve a explorar el pasado del doctor Álvaro Uribe o de los suyos es inmediatamente criminalizado por él y por sus devotos. En Colombia, está prohibido decir, entre muchas cosas, que el padre de Álvaro Uribe era parte del círculo íntimo del clan Ochoa. Que don Alberto Uribe Sierra actuó como rejoneador para la fundación Medellín sin Tugurios de Pablo Escobar y que existen fotos suyas en esa faena. Que el libro de Fabio Ochoa, el patriarca del clan, abunda en elogios a Alberto Uribe Sierra y que habla de su hijo Alvarito como futuro presidente de Colombia. ¡Que visión la de don Fabio!

No se debe hablar tampoco de la foto de 1985 que muestra a don Santiago Uribe Vélez –ahora cómodamente detenido en una instalación militar por su presunta responsabilidad en los crímenes del grupo Los 12 Apóstoles– posando al lado del hoy extraditado Fabio Ochoa Vásquez y de otros personajes ya cuestionados en esa época.

La enumeración podría seguir con el helicóptero que heredaron el doctor Uribe y sus hermanos y que fue encontrado en Tranquilandia. La venta de la aeronave a un tercero solo fue ingresada al registro aeronáutico después de que había sido encontrada en el complejo coquero.

A punta de insultos el doctor Uribe nos tiene prohibido hacer notar que sus hijos Tomás y Jerónimo llegaron siendo estudiantes a la Casa de Nariño y salieron multimillonarios. Por esos días, prometió que entregaría las declaraciones de renta suya y de sus hijos para explicar el prodigioso aumento de su patrimonio pero años después esos documentos siguen sin conocerse.

Tampoco es de recibo hacer evidente que la reelección del doctor Uribe fue fruto de un cohecho. Los fallos judiciales que comprueban la compra del voto parlamentario que permitió la reelección no son válidos solo porque él no está conforme con ellos. Las decisiones judiciales que lo favorecen son justas y las que lo perjudican son persecuciones políticas.

Persecuciones políticas también deben ser las evidencias de que un fotógrafo fue pagado con cargo a los fondos reservados del DAS para que participara en la campaña de desprestigio a Yidis Medina, la congresista que confesó haber vendido su voto favorable a la reelección.

Los seguimientos ilegales de las que fueron blanco miembros de la Corte Suprema de Justicia, opositores políticos y periodistas tampoco se pueden mencionar. Ni el montaje contra el magistrado investigador de la parapolítica, orquestado por el abogado Sergio González, amigo y vecino de su hermano Santiago y de su primo Mario Uribe, condenado gracias a las investigaciones del magistrado Iván Velásquez.

Ya rara vez se habla de las extrañas circunstancias en las que fue asesinado el paramilitar Francisco Villalba. Él, que fue uno de los autores de la masacre de El Aro, aseguraba que hubo una reunión previa a la matanza en la que estuvieron “Álvaro Uribe y Santiago Uribe, el señor Mancuso, Cobra, Noventa, Carlos Castaño, mi persona, Junior y los 22 hombres que yo tenía bajo mi mando”.

Hace unos días el abogado y politólogo Yohir Akerman se atrevió a abrir una de esas puertas prohibidas en su columna de El Espectador. Se refirió a la existencia demostrada y ampliamente documentada de una lista de la Agencia de Inteligencia del Pentágono, DIA por sus siglas en inglés, que incluyó en 1991 al doctor Álvaro Uribe en un reporte sobre narcotraficantes y sus aliados.

El señor expresidente Álvaro Uribe sabe que no tiene que explicar nada, solo contraatacar con una calumnia, dejando al aire una sospecha y cambiando la agenda para que sea el investigador el que quede en el banquillo.

Acostumbrado a que las querellas por calumnia en su contra duermen el sueño de los justos en los anaqueles, el senador Uribe decidió señalar gratuitamente a Yohir Akerman como “militante del ELN”.

No tiene ninguna prueba de eso, ni la puede tener porque Yohir Akerman no es un guerrillero. La única militancia política que ha tenido ha sido una muy fugaz, cuando tenía 19 años, en el Partido Conservador.

Así es que ustedes ya saben lo que viene después de esta columna.

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