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Los Reyes Magos visitan a Juan Ma

¿No podían los Reyes pensar en obsequiarle pañales o potes de Desitín? No digo que han debido pasar por Baby Ganga en su camino a Belén, pero ¿llevarle incienso? ¿Llevarle mirra? ¿Qué diablos es la mirra? ¿Para qué regalar un lingote de oro a un bebé, como no sea para que se intoxique cuando lo chupe?

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
6 de enero de 2018

Buscaba temas de columna en la desapacible planicie informativa de la primera semana del año cuando súbitamente saltó ante mis ojos la noticia que esperaba; según un medio español, mucha atención, el episodio de los reyes magos puede ser una de las primeras fake news de la historia: una información ficticia que podría haber sido elaborada por uno de esos medios uribistas de internet que crean, recrean y reciclan hechos amañados a su antojo, y que lo mismo podrían advertir que Baltasar tenía contratos con el gobierno, como que Melchor en realidad era un médico cubano al servicio del castrochavismo.

Así es. Tal parece que los reyes magos no eran tres, sino varios, y de ellos no solo se desconocen sus nombres, sino su número e, incluso, su género. El único dato cierto, al parecer, es que efectivamente ofrendaron al Niño Dios incienso, mirra y oro, objetos que, como lo haría cualquier bebé, el redentor agradeció de todo corazón. ¿No podían los reyes pensar en obsequiarle pañales o potes de Desitín? No digo que han debido pasar por Baby Ganga en su camino a Belén, pero ¿llevarle incienso? ¿Llevarle mirra? ¿Qué diablos es la mirra? ¿Para qué regalar un lingote de oro a un bebé, como no sea para que se intoxique cuando lo chupe?

Como sea: después de haber leído la noticia, comprendí que meter mano en la historia sagrada es relativamente sencillo, y me sentí autorizado para reescribir el episodio de los reyes magos a la luz de este lánguido enero. Sería así:

“Y hete que del Oriente vinieron tres reyes magos para visitar a Juan Manuel, el Rey de los Jodidos. Los guiaba una estrella que, al decir del Centro Democrático, era roja, como las de las gorras de los terroristas Far.

–¿Seguro es por acá? ¿No es mejor guiarse por el Waze? –preguntó Gastar, Gastar Cárdenas, el corpulento reyezuelo que manejaba el dinero de la caravana.
–Es por acá –repuso, fatigado y sudoroso, Baltasar Villegas, mientras reacomodaba su túnica extra large–, pero esta caminata me está matando…
–Usa el camello… –sugiriole Gastar.

–Si por culpa suya, querido Gastar, acá cada vez hay menos camello –repuso Baltasar, colorado y al borde de un vahído.

–¡No peleen más! –los increpó Melchor Murillo–. ¡No peleen más o hasta acá llego yo!

Los tres seguían la estrella en dirección al portal de Anapoima, cuando observaron, a lo lejos, unas pequeñas luces rojas que titilaban en el camino.

–¿Y eso? ¿Es una nueva seña del Redentor? –preguntó Baltasar.

–No: es un trancón –aclaró Gastar.

Efectivamente: un kilométrico cúmulo de carros y tractomulas se apostaba sobre la carretera.

–Es la Línea… –especificó–: la han inaugurado tres veces. El primero fue el rey UribHerodes, que se lanzó en una tarabita y la dio por estrenada…

–Maldita estrella –dijo el Gordo Baltasar, colorado, sudoroso–, ¡nos hubiera mandado por otra ruta!

–¿Por La Mesa? –intentó Melchor.

–¿La de negociaciones? –respondiole Baltasar, con un genio insoportable–. ¡Jamás volvería a la mesa de negociaciones!

–Por lo pronto vamos a la mesa, pero de ese parador –terció Gastar, mientras señalaba un Parador Rojo: rojo castrochavista, diría la oposición.

Dicho esto, los tres reyes magos encargaron suculentos almuerzos para recargar energías.

–Y ustedes –preguntó Melchor–, ¿qué llevan al divino Juanma?

–Ejem –se anticipó Gastar–: quería comprar un regalo con el salario mínimo que yo mismo aprobé, y no me alcanzó para nada: ni para el papelito en que lo calculé.

–¿Entonces no le llevas nada?

–Ejem, no –respondió apenado–. ¿De golpe podemos dividir el tuyo, Baltasar?

Baltasar Villegas palideció:

–Bueno, je, je –rio nerviosamente–; yo le llevaba un pernil de cerdo, lo había importado desde Venezuela… Pero… Pero…

–¿Sí?

–Pero me lo comí –confesó, sonrojado.

–¿Y entonces?

–Y entonces pensé en llevarle una falda escocesa, para que se escape a Escocia durante un puente, cuando ya viva en Londres –suspiró–: pero con los sistemáticos líos de faldas de los líderes sociales, me dio miedo...

–¿Y?

–Y no le tengo nada…

–¡¿Nada?! –increpó Melchor.

–Acaso tú qué le tienes –respondiole Baltasar Villegas.

Y fue Melchor, ahora, el que se tornó incómodo.

–Yo le iba a llevar unos Crocs, pero me dijeron que le gustaban más los Convers –intervino Melchor.

–O unos Ferragamo –metió la cucharada Gastar.

–No: esos son para Petro, el hijo del pueblo; no para Juan Ma, el hijo de Dios –continuó Melchor–; también pensé en llevarle esta resolución para realinderar reservas forestales –dijo, al tiempo que la mostraba…

–¡Qué resolución más divina! –expresó Gastar.

–Sí: dejaremos construir sobre la Van der Hammen y donde se les dé la gana… Pero apenas la estoy puliendo.

–¿Y entonces?

–Y entonces al final yo tampoco le llevo nada –admitió–; quizás oro de Santurbán, pero para el próximo año…

–¿Nadie tiene nada? –preguntó, de nuevo, Baltasar.

–No.

–¿Y para qué estamos yendo, entonces?

Lo discutieron por un rato, y conscientes, entonces, de que este gobierno ya no vale ni un Petro venezolano, los tres terminaron de comer y se marcharon de vuelta. Y así fue como el divino Juan Ma no recibió regalos el seis de enero, y su desolación fue de la misma talla de la túnica de Baltasar Villegas.