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Débiles, tibios o intransigentes

No se puede permitir que personas inocentes se pudran en las selvas. Ceder en este caso es un mal menor.

Semana
14 de julio de 2007

En este país donde estamos casi acostumbrados a desayunar con tragedias, y donde de tanto sufrir y ver sufrir nos ha salido un callo tan duro en el corazón que ya rara vez se conmueve, ha sido esperanzador ver salir a la calle a millones de personas que protestaban por el crimen cometido por las Farc contra los diputados del Valle. Para algunos analistas lo malo de las marchas fue que quienes participaron gritaban consignas contradictorias. Unos le pedían al gobierno que no cediera y otros, que accediera al canje.

En realidad en las dos posiciones no hay una contradicción esencial. Fuera de un puñado de intelectuales que perdieron la luz del intelecto, la condena al secuestro como arma de lucha política es cada día más unánime. Lo que divide a los dos grupos es la actitud vital ante el chantaje del secuestro. Y esa división (ceder, no ceder, ceder en algo) lo que muestra es una diferencia de carácter. En general los humanos venimos al mundo, de fábrica, con una serie de respuestas recurrentes frente a las situaciones que enfrentamos. Podemos ser condescendientes, variables o firmes. O si lo prefieren, con palabras más drásticas: débiles, tibios o intransigentes.

Para definir el tipo de talante que tenemos se puede hacer un ejercicio mental muy sencillo, imaginando que nos secuestran a nosotros o que secuestran a uno de nuestros hijos. En este análisis yo resulto ser un tibio pues tengo una actitud frente a mí y otra frente a mis hijos. Si es a mí a quien secuestran, asumo una posición intransigente: no ceder al chantaje y que intenten rescatarme como sea; prefiero estar muerto que pasar meses o años sometido a esa ignominia. Si el secuestrado es uno de mis hijos, en cambio, cedo al chantaje: económico, político, moral. Sé que hay personas capaces de la misma intransigencia frente a sus hijos que frente a sí mismos. Admiro su firmeza, pero me parece que hay algo de crueldad en este acto de heroísmo. A los débiles (los que ceden por sí mismos y por los hijos) no los admiro, pero los comprendo mucho mejor que a los firmes. La cobardía me parece un defecto menos grave que la crueldad.

Acusar a este gobierno, o peor, a "las partes", de tener la culpa en la muerte de los diputados, es una injusticia. Sin duda la intransigencia de este gobierno revela una dureza de corazón que yo no comparto. Pero entre ser intransigente y ser asesino hay un salto lógico que no se puede dar. Como han señalado los analistas más lúcidos en estos días, aún durante un operativo imprudente de rescate, los responsables de la muerte de los secuestrados son quienes cometieron el secuestro. Nunca pueden ser quienes intentan rescatarlos, así no estemos de acuerdo con ese rescate o así este sea torpe (como lo fue el de Gilberto Echeverri Mejía).

Hay quienes razonan de un modo muy curioso. Dicen: pero es que las Farc habían advertido que si había intento de rescate los matarían. Justificar así esas muertes es absurdo. Es como si un ladrón dice: "Me da la plata o lo mato". La víctima duda un momento y el ladrón lo mata, pero se justifica diciendo: "Se lo había advertido". Esto podrá ser hasta cómico en un gag de una película de Tarantino, pero en la dramática situación de este país la amenaza de matar a los secuestrados no hace otra cosa que agravar (con la explícita intención de homicidio) el delito del secuestro.

Aunque entiendo que ceder a un chantaje es algo que violenta nuestra dignidad, sigo pensando que, en vista de que no tenemos un Estado capaz de realizar el propósito de defender a sus ciudadanos, ni un Ejército apto para rescatar a los secuestrados, ante esta situación de ineptitud, no hay más remedio que ceder, pues no se puede permitir que personas inocentes se pudran en las selvas. Ceder en este caso, es un mal menor. Si no somos capaces de liberar a un niño como Emmanuel, antes de que pasen 10 años y lo veamos convertido (con el cerebro más lavado que un talibán) en otro adolescente que empuña los fusiles de las Farc, entonces hay que hacer un intercambio humanitario. Haciéndolo, honraríamos la memoria de la última lucha, tan digna, del presidente López Michelsen.

La guerrilla, con sus crímenes atroces, se ha derrotado a sí misma en la conciencia nacional. Mientras el Estado no sea capaz de derrotarla en la realidad, habrá que ceder temporalmente a su chantaje, hasta llegar a un acuerdo de paz, o hasta derrotarla con las armas. Y esto no quiere decir, como vendrán a sostener los intelectuales que han perdido la razón, que estemos en el bando de los paramilitares. Ellos son criminales incluso peores que los de las Farc. Pero a unos y a otros hay que repudiarlos y denunciarlos. Porque las balas con las que asesinan los unos y los otros, entran de igual manera en la carne, y de la misma manera nos podrían callar. En esto no podemos ser nunca tibios: si estamos contra la muerte, no podemos estar nunca ni con los guerrilleros ni con los paramilitares (y entre estos incluyo, por supuesto, a los que estén incrustados en el gobierno o en el Ejército).

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