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Espíritus del Salto

Hay que defender el Salto del Tequendama, no sea que los que acabemos vagando como espíritus sin territorio seamos otros.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
16 de agosto de 2017

Todo parece indicar que a pesar de los esfuerzos de la cooperación francesa y europea, y del trabajo concertado y responsable de la Universidad Nacional y algunos actores privados, habrá que declarar el Salto de Tequendama patrimonio inmaterial de la cultura; memoria histórica.

Quedará el espíritu de la caída impreso en billetes de colección y en las rocas de este lugar insignia de las bellezas naturales del país, más apreciado por algunos extranjeros que por nosotros mismos, como tiende a suceder. La razón: todos lo aclamamos, lo visitamos, nos ufanamos, pero pocos hacen cosas por él.

La vida del Salto es la de una cascada de agua por más contaminada que esté y que hoy depende de la empresa generadora que define el caudal del río, más que los ciclos hidrológicos. Emgesa reemplazó a Bochica… Y los gestos simbólicos abundan, la gente visita la caída que confiamos quede limpia con el plan de descontaminación del río que la corporación autónoma adelanta, pero que ahora recibe toneladas de basuras de Soacha, más la basura de los turistas, más la basura de los vendedores que hace rato se apropiaron de lo público del espacio común en la vía a Mesitas del Colegio.

Y aún con más basura de algunos medios de comunicación que insisten en promover el espiritismo amarillista con que amenazan el patrimonio histórico del antiguo hotel, única estación de ferrocarril que curiosamente quedó por fuera de la declaratoria patrimonial que reconoció el valor de todas las demás en el país, hoy día sede de un museo de quienes tratan de proteger contra viento y marea un lugar que todos dicen querer y respetar, pero eso sí en virtud fantasmal.

El Salto del Tequendama, que fue el símbolo de la historia muisca y de la posterior bogotanidad, cierre épico de la Sabana, lo es hoy de la frustración y la impotencia, pues representa el mismo punto de abandono que los habitantes de la calle, que deambulan ante la incredulidad de quienes creemos que una sociedad moderna, ilustrada y rica como la nuestra no tiene excusa para permitirlo.

Aun así, nos depara sorpresas derivadas del trabajo local de quienes parcialmente adaptados a los ciclos de aire apestoso habitan y tratan de proteger la región: hace pocos días un oso perezoso volvió a visitar los bosquetes restaurados del sector, que desafortunadamente tuvieron que ser cercados ante la avalancha de paseantes de olla que creen que disfrutar la naturaleza es incompatible con mantenerla, o que llevados por la curiosidad morbosa prefieren consumir los relatos prefabricados de suicidas…

El Salto merece ser considerado Patrimonio Cultural de Colombia, ya lo es de Cundinamarca, pues el hecho de ser una belleza natural no implica que sean las autoridades ambientales las encargadas de protegerlo; también las bellezas escénicas y ecosistemas emblemáticos tienen un carácter cultural que en todos los países es reconocido con categorías especiales, pero que aparentemente en la Colombia leguleya no reúnen los requisitos del formato.

Hay que defender el Salto, no sea que los que acabemos vagando como espíritus sin territorio seamos otros.

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