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Cómo lidiar con la depresión en los adolescentes

La depresión afecta a los jóvenes con mucha más frecuencia de lo que la mayoría de la gente piensa. Como detectar los síntomas a tiempo.

José A. Posada Villa, José A. Posada Villa
11 de mayo de 2017

El inicio temprano de la depresión en los adolescentes se ha vuelto cada vez más común. Algunos incluso utilizan la palabra “epidemia”. Pero nadie sabe con certeza si hay más adolescentes con depresión en la actualidad o solo una mayor conciencia del problema. Algunos investigadores piensan que el estrés producido por una alta tasa de bullying, separaciones y divorcios, el aumento de las expectativas académicas y económicas y otros tipos de presión social a los que últimamente se ven sometidos, puede estar empujando a más muchachos al borde del abismo.

Y aunque la depresión es tratable, solo uno de cada cinco adolescentes con este trastorno recibe ayuda, pues a diferencia de los adultos, que tienen la capacidad de buscar atención por su propia cuenta, los adolescentes necesitan de sus padres y profesores para reconocer su sufrimiento y recibir el tratamiento que necesitan.

Hay que recordar que la depresión es uno de los factores más asociados a la conducta suicida. Se ha calculado que el riesgo de suicidio es cuatro veces mayor en las personas con depresión en comparación con la población general y 20 veces mayor en el caso de la depresión grave.

Por eso hay que estar pendientes de señales del trastorno depresivo mayor como la disminución del rendimiento académico, los problemas de atención y dificultad de concentración, la disminución de la energía, la agitación o enlentecimiento motor, la ausencia de motivación, el estado de ánimo deprimido, la baja autoestima, la evitación de actividades recreativas, la disminución de las interacciones sociales y familiares, el deseo continuo de estar solo y no ser molestado, los pensamientos recurrentes sobre la muerte y los comportamientos autodestructivos.

Existe un tipo de diagnóstico, el de trastorno depresivo persistente, al que no se le ha puesto el suficiente cuidado. Es un tipo de depresión que es permanente, en el cual el estado de ánimo de los muchachos está generalmente bajo, pero se diferencia del trastorno depresivo mayor en que los síntomas afectivos no son tan evidentes.

En muchas ocasiones, más que expresar tristeza, los jóvenes con trastorno depresivo persistente verbalizan aburrimiento o rabia, se muestran desafiantes y retadores y utilizan discusiones y peleas como vía para expresar su malestar emocional.

Los adolescentes que sufren este trastorno, a menudo, no son adecuadamente conscientes de sus sentimientos y emociones. Entre otras cosas porque en nuestra sociedad, los síntomas físicos son mejor aceptados y menos estigmatizados, que los síntomas mentales. Es más sencillo decir que le duele la cabeza, que reconocer que está triste o se siente solo. Por eso, una de las vías que elige el trastorno para manifestarse, es la física.

¿Qué hacer? En primer lugar, no echarse la culpa unos a otros: los padres echan la culpa al colegio, el colegio a los papás, todos a las redes sociales y los responsables de las redes sociales dicen que es el mal uso que se hace de ellas.

Los padres y profesores pueden reconocer factores de riesgo, como la existencia de antecedentes de trastornos afectivos en la familia, las dificultades sociales y los traumas físicos y emocionales que ha tenido que vivir el joven. También son los llamados a promover relaciones estables desde los primeros años y fomentar la autoestima, así como mejores condiciones para el desarrollo emocional y cognitivo. Asimismo, pueden detectar que se ha iniciado el trastorno depresivo. En este contexto, la formación de los papás y profesores es básica para que ser capaces de identificar los síntomas a tiempo.

Tres recomendaciones importantes para ayudar a los jóvenes si existe la preocupación acerca de su salud mental: la primera es que sienta que se le respeta como persona. La segunda es conocer y entender las señales de advertencia de la depresión en los adolescentes, en especial, aquellos trastornos depresivos que no se manifiestan de manera abierta, sino ocultos detrás de síntomas físicos o cambios comportamentales.

La tercera, más que hablar, es escuchar al muchacho cuando esté dispuesto a conversar, sin cantaleta ni reproches, poniéndose en sus zapatos y con actitud de apoyo.

¿Y si el adolescente no quiere hablar? Estas situaciones son difíciles tanto para los hijos como para los papás y profesores. Se debe tener en cuenta que las posibles reacciones negativas no son del todo dirigidas contra los adultos y muchas veces el joven guarda silencio porque piensa que ellos no pueden entender lo que está sintiendo.

Hay que mostrarle que existe la intención de hablar con él cuando esté dispuesto a hacerlo y recordarle que lo amamos y estaremos siempre allí para él. Es difícil esperar a que se termine su silencio, especialmente si esta callado lleno de rabia. Sin embargo, presionar a los muchachos para que hablen, a menudo los hace más decididos a guardar silencio.

Una opción es escribir por ejemplo vía e-mail o WhatsApp, expresando las inquietudes. Y decirle que nos gustaría una respuesta después de que tenga tiempo para pensar en ello. O que si lo quiere hacer con otro adulto al que le tenga confianza sería excelente.

Es importante mostrar interés en las cosas que hace el hijo. Hablar de sus intereses implicará menos presión que hablar de cosas como el desempeño escolar o las relaciones sociales. Conversar sobre temas sencillos puede ser la clave para la apertura de la comunicación.

Tratemos de comprenderlo en vez de esperar a que él nos entienda. Generalmente es difícil recordar que los adultos tienen mucha más experiencia que él, sobre todo si uno lo ve cometer los mismos errores que nosotros cometimos. Mostrémosle que estamos felices de verlo y que estamos dispuestos a dejar a un lado todo lo que estemos haciendo cuando él quiera hablar.

Hay que recordar que lo mejor para motivar a una persona es escucharla.

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