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EL AFRICA SALVAJE

En Africa está soplando un viento de reconciliación, de sensatez y de progreso económico capaz de asombrar al más esceptico.

12 de junio de 1995

NADA MAS ASOCIADO CON LA IMAgen de lo salvaje que Africa. Desde las selvas profundas de los animales indómitos a los que sólo se atreve a enfrentar Tarzán, hasta las matanzas recientes de Ruanda o las atrocidades de Idi Amín Dadá, en los años 70. Todo eso está en la mente de cualquier persona que asoma la cabeza por este continente.
Nada más falso que esa percepción. Lo único que coincide con la idea que uno tiene de Africa es la del paisaje. El sur del continente, buena parte del cual consiste en ciudades aisladas puestas sobre el inmenso desierto, al término del cual están las selvas, coincide con la pintoresca y legendaria Africa. Tigres, leones, panteras, elefantes, rinocerontes, serpientes, safaris espectaculares, manadas de animales de todas las especies galopando o saltando, asustadas por el ruido del helicóptero que vuela casi a ras de la arena del desierto... Todo eso es igual, y supera en mucho, al Africa de los libros de aventuras y de las películas.
La otra parte de la historia, la política, la económica, la social, no corresponde en nada -o casi nada- a la leyenda creada hasta hace muy poco tiempo por los propios acontecimientos de la historia. Resulta que lo que está soplando en Africa, de abajo hacia arriba, es un viento de reconciliación, de sensatez y de progreso económico tan fuerte que es capaz de asombrar al más escéptico.
En Suráfrica, por ejemplo, se cumplió el miércoles pasado el primer aniversario de gobierno de Nelson Mandela, en medio de la algarabía general de blancos y negros, en un espectáculo que hacía imposible pensar que hace sólo un par de años, se estaban matando en las calles y en la legislación estaba prohibido que los negros pudieran usar siquiera los mismos baños de los blancos.
Hoy, Nelson Mandela, el hombre símbolo de la resistencia negra en Surafrica es el ídolo de los negros, a pesar de estar aún muy lejos de alcanzar los objetivos que prometió durante su campaña electoral, y para los blancos es el símbolo de la estabilidad y de la concordia que había sido imposible pensar, siquiera teóricamente, hace 18 meses. La popularidad de Mandela entre los blancos subió del 5 al 77 por ciento en dos años y aumentó (cosa ya casi imposible) entre los negros. El Consejo Nacional Africano, el terror de los gobiernos surafricanos de otras épocas, es un partido multirracial y poderoso, y lo más probable es que otro negro -Tabo Mbeki- suceda a Mandela cuando éste abandone el poder.
Pero Suráfrica no es un caso aislado. Namibia, que hasta hace cinco años no había visto jamás la independencia, es gobernado hoy por el legendario Swapo (South Western Africa People's Organization), que durante más de 20 años luchó de todas las maneras posibles, incluida, por supuesto, la de las armas, contra la colonización europea y surafricana y contra la segregación racial.
Hoy en día Namibia tiene un crecimiento económico mucho más alto que el de la mayoría de los países de América Latina, la infraestructura se está modernizando a velocidades vertiginosas, y se siente un ambiente de unidad nacional fuertísimo.
Pero resulta que los vientos de reconciliación siguen subiendo. La semana pasada todos los periódicos africanos registraron con alborozo la fotografía inverosímil del presidente de Angola, José Eduardo dos Santos, abrazando a su archienemigo y guerrillero legendario Jonas Savimbi, líder de la Unita. Los dos dirigentes pusieron fin con ese gesto a más de 30 años de lucha armada, y casi todos los demás países del continente entraron de inmediato a respaldar y a proteger este proceso.
Las consecuencias económicas de esta nueva tendencia en Africa no se han hecho esperar. Los gobiernos del mundo y los grandes capitales levantaron el veto a Suráfrica y están metidos en todas las actividades productivas, y varios otros países -Namibia, Ghana, Uganda y Kenia, entre ellos- están en la mira de los inversionistas internacionales.
Esto ha sido posible únicamente porque sus dirigentes -los de todos los bandos imaginables- fueron capaces de parar un día y empezar a conciliar posiciones mucho más distantes y contradictorias que las que generan la violencia en Colombia. Odios ancestrales entre tribus, procesos arbitrarios de colonización y excesos alucinantes en violación de derechos humanos no han sido obstáculo para iniciar esta nueva época en buena parte del Africa salvaje. -

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