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El Diluvio

Los gobiernos del mundo se han mostrado década tras década incapaces de detener un ápice el ritmo de destrucción de la ida en este que alguien ha llamado el último rincón que tiene vida en toda la inmensidad inabarcable del universo.

Antonio Caballero
30 de junio de 2012

¿Sirven para algo las conferencias internacionales sobre la preservación del medio ambiente? Para convocar nuevas conferencias sobre lo mismo, dicen los optimistas: de tanto hablar, algo queda. Para nada, se resignan los pesimistas. Resumiendo lo que fue la Conferencia sobre Desarrollo Sostenible que acaba de celebrarse en Río de Janeiro bajo el nombre de Río+20, escribe George Monbiot, uno de los más tenaces y elocuentes defensores del planeta ante la voracidad insaciable del desarrollo económico:

-Es el más grande fracaso de liderazgo colectivo desde la Primera Guerra Mundial.

Algo parecido se dijo hace 20 años sobre la primera Cumbre de Río, que le dio su nombre a esta. Y con razón pudo un grafitero resumirla pintando en un muro una sencilla ecuación: RÍO+20=0. Pues los gobiernos del mundo, en efecto -había en Río de Janeiro representantes de 193 de ellos, de los cuales nada menos que 130 eran jefes de Estado-, se han mostrado década tras década incapaces de detener un ápice el ritmo de la destrucción de la vida en este que alguien ha llamado el único rincón que tiene vida en toda la inmensidad inabarcable del universo. Por el contrario: el ritmo de la destrucción se ha acelerado en los 40 años transcurridos desde que el Club de Roma publicó su primer informe apocalíptico sobre los Límites del Crecimiento. Se ha acelerado por el aumento del consumo de los ricos -tanto países como personas- como por el de los pobres. Y también, naturalmente, por el aumento desmesurado de la población mundial: esta es hoy el doble de lo que era en 1972, cuando el famoso informe. Y requiere más del doble de todo: energía, alimentos, agua. Y en consecuencia produce más basura, que ya no cabe en las ciudades y ni siquiera en los campos y empieza a obstruir los ríos y a cegar los océanos que hasta ayer parecían infinitos. Busquen ustedes en internet las islas de basura que giran como remolinos del tamaño de continentes en medio del Atlántico y del Pacífico.

Basura. Tiembla uno de solo pensar en cuánta basura habrían dejado en las playas cariocas las 75.000 personas que, según dice la prensa, asistieron a la Cumbre, sumando delegados oficiales, activistas de ONG y guardaespaldas de los jefes de Estado. Si juzgamos por los efectos de la reciente Cumbre de las Américas en Cartagena, calculen lo que puede haber producido la reunión de Río solamente en condones usados.

Basura fueron también las conclusiones acordadas en el documento final El futuro que queremos, que carece de fechas y de cifras, de metas y de compromisos, y solo ofrece sugerencias virtuosas. Porque no es solo que los gobiernos no sean capaces de detener la destrucción, como apunté atrás: es que no quieren detenerla. Así lo demuestra el hecho de que el único resultado concreto de la cumbre haya consistido en designar una Comisión de 30 miembros para que estudie los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que reemplazarán a los llamados Objetivos del Milenio cuya vigencia expira, sin que hayan sido cumplidos, en el año 2015. Una comisión. Vale la pena recordar al respecto la frase de Clemenceau, político francés de hace 100 años:

-Si se quiere resolver el problema, se lo resuelve; si no, se nombra una comisión.

Y los gobiernos no quieren detener la destrucción del planeta, digo, porque solo piensan a cortísimo plazo: el de su propia permanencia en el poder. Todos ellos podrían hacer suya otra frase, de otro político francés de hace más de 200 años, el rey Luis XV:

-Después de mí, el Diluvio.