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JORGE HUMBERTO BOTERO

Nación

El león dormido

Antioquia es un león dormido. Mida el Gobierno los riesgos de despertarlo.

Jorge Humberto Botero
16 de abril de 2024

Las agresiones del Gobierno nacional contra Antioquia no cesan. Se ha dicho que la nueva conexión de Medellín con la costa caribe, y un tramo de transporte masivo dentro de la ciudad, fueron diseñadas para beneficiar a los sectores pudientes de la sociedad, que hay que reorientar, a pesar de compromisos adquiridos, las vigencias futuras hacia el agua potable y las regiones más atrasadas del país; y que el mecanismo de apoyos solidarios puesto en marcha por la Gobernación es ilegal y puede ser contaminado con dineros mafiosos.

Como suele pasar, Petro intenta modular sus afirmaciones. Ahora dice que no está en contra del departamento y sus gentes, pero sí contra los carteles de la energía, las carreteras y la salud. No puede ser más despectivo con relación a empresas antioqueñas, privadas y públicas, que operan dentro de la legalidad. Si cree que delinquen, debería aportar las pruebas.

Nos ofende a los paisas su desconocimiento de luchas que hemos dado desde hace más de un siglo para forjarnos un futuro, muchas veces sin el concurso de la nación. Hasta fines del siglo XIX, fuimos una región atrasada por su aislamiento frente al resto del país y el exterior. Entonces, descubrimos que las enormes posibilidades de progreso que el cultivo del café nos permitían vislumbrar, no eran realizables justamente por el embotellamiento del territorio.

Esa constatación se encuentra en el origen de una epopeya que fue enteramente nuestra: la realización de las grandes obras de infraestructura, que implicaron la superación de esos factores adversos. El consecuencial auge exportador del café, aportó cuantiosos recursos en divisas que financiaron la modernización de Colombia durante casi todo el siglo pasado.

Hablo del Ferrocarril de Antioquia, que conectó a Medellín con el río Magdalena y con el océano Pacífico; de la carretera al mar, que de mucha utilidad ha sido y que vendrá a ser complementada con unas obras de interés nacional que el Gobierno actual mira con ojeriza. Dejarlas al garete implicaría que el país no perciba los beneficios que ellas deben generar y dilapidar los cuantiosos recursos ya invertidos.

La oposición petrista al programa de donaciones para financiar las obras pendientes, por el riesgo de que se contaminen con dinero turbio, es infame. Ese riesgo gravita sobre casi cualquier actividad financiera, y puede ser conjurado mediante las cautelas que la Gobernación ha adoptado. Cautelas que, hasta donde sabemos, el presidente no tuvo en cuenta en su campaña presidencial. Hay procesos judiciales en curso.

Con fundamento en ese mismo esquema de solidaridad voluntaria que se ha puesto en marcha, en Medellín se creó, en 1927, la Federación Nacional de Cafeteros. Desde ese entonces, y hasta 1940, cuando se creó el Fondo Nacional del Café, los exportadores aportaron, sin apremio estatal alguno, los recursos para financiar el desarrollo de la caficultura. Ahora, en su fragor destructivo, el Gobierno quiere debilitarla para poderla destruir. Esa batalla –que es nacional– también es de Antioquia.

El ministro de Transporte argumenta, para oponerse a los proyectos de infraestructura bajo el sistema de concesión que el Gobierno se ha propuesto dinamitar, que ellos no son justos por concentrarse en zonas de mayor desarrollo relativo. Supongamos que esa afirmación es cierta, y que, en aras de la discusión, los beneficios de esas obras no irradian sobre partes del territorio en los que la pobreza es mayor.

Al margen de los daños colosales que la parálisis que se persigue está ya causando, debemos preguntarnos si la política correcta consiste en detener la inversión estatal prevista, a fin de lograr, en un futuro remoto, la igualdad absoluta entre todas las regiones. Ese igualitarismo mecánico ignora la realidad: que la dotación de recursos naturales, humanos y sociales es desigual y siempre lo ha sido en el mundo entero.

El Medio Oeste en los Estados Unidos tiene grados de bienestar inferiores a los de las zonas costeras. Lo mismo pasa en Italia, donde existe un norte industrializado y rico, y un sur atrasado. En España, Cataluña y el País Vasco están a la vanguardia del bienestar, no Andalucía. En Argentina, son diferentes los índices sociales del gran Buenos Aires y de la Patagonia. En Colombia, la situación es más aguda como consecuencia del carácter abrupto de nuestra geografía. Entiendo que solo Afganistán y Nepal nos superan.

Estos desequilibrios son reales y deben afrontarse para lograr la satisfacción generalizada de necesidades básicas. Con relación a la infraestructura, el modelo de concesiones es idóneo para aquellas porciones del territorio en donde la población está en capacidad de pagar el costo y mantenimiento de las obras. En las regiones rezagadas, el esquema adecuado es el de obra pública, que se financia con los impuestos de todos.

Paralizar las obras que benefician a las zonas en donde se asienta la mayor parte de la población, y se genera una proporción abrumadora de la riqueza, en procura de un anhelo de igualdad inalcanzable, empobrece a muchos y posiblemente redime a pocos. Este ha sido el resultado con los experimentos socialistas: todos pobres, aunque ¡por fortuna!, iguales.

Dicho lo anterior, se precisa añadir que el programa de recolección de fondos que se adelanta no puede cumplir sus objetivos en un plazo razonable. Persistir en esa estrategia, además, podría ser entendido como una suerte de renuncia a los derechos que el país –no solo Antioquia– tiene a que esas obras se culminen en la forma estipulada. La generosidad de los ciudadanos de nuestra comarca no puede ser entendida como una suerte de convalidación de la arbitrariedad del Gobierno central.

Quiero culminar apoyando la movilización ciudadana en defensa de las instituciones que tendrá lugar este domingo. Su capacidad de resistir el embate destructor de Petro depende de nosotros. La Constitución es un escudo protector –no una mera hoja de papel– porque la gente del común sale a la calle a respaldarla.

Briznas poéticas. En su más reciente novela -“Baumgarten”- Paul Auster escribe: “Vivir es sentir dolor… y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir”.

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