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CRÍTICA DE LIBROS DE NO FICCIÓN

“El miedo es el problema. El miedo nebuloso y multiforme que impregna a la sociedad”: Martha Nussbaum

Mauricio Sáenz escribe sobre ‘La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual’.

Revista Arcadia, Mauricio Sáenz, Sara Malagón Llano
26 de agosto de 2019

Este artículo forma parte de la edición 166 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Que no cunda el pánico

Sola en su hotel en Kioto, Martha Nussbaum sintió miedo. Su viaje a Japón para recibir un prestigioso premio había coincidido con el cierre de las elecciones de 2016. Mientras sus anfitriones le anticipaban los pormenores de la ceremonia, ella escuchaba en el fondo la televisión. Poco después todo estaba consumado: Estados Unidos tenía un nuevo presidente, Donald Trump. Y a la celebrada filósofa, profesora de la Universidad de Chicago y autodeclarada “liberal socialdemócrata”, la invadió una sorda sensación de alarma.

En esa noche de sueño irregular y mariposas en el estómago, lo entendió: “El miedo es el problema. El miedo nebuloso y multiforme que impregna a la sociedad estadounidense”. Como cuenta en el prefacio, entonces sintió el deber de profundizar las ideas que ya había planteado en obras anteriores. Veinte meses más tarde publicó La monarquía del miedo, recién lanzado en Colombia por Paidós.

Nussbaum recurre a los griegos y romanos, a la neurociencia, a la psicología y hasta al espectáculo para explorar los orígenes y los efectos del temor generalizado. De esa sensación confusa asociada a quedar desempleado, a perder nivel de vida, a competir con la tecnología, a no vivir mejor que los padres. En fin, a la desaparición del “sueño americano”, aunque sus reflexiones funcionan igual de bien para la sociedad actual en su conjunto.

La autora comienza por mostrar que no hay nada más primigenio, ni universal, que el miedo. El bebé, lanzado a un mundo hostil que no puede controlar, se ve avasallado por esa sensación que lo marcará para siempre. Esa vulnerabilidad animal implica el fundamento de la democracia, pero también de la tiranía. El bebé solo puede sobrevivir si esclaviza a las personas que lo rodean. Debe mandar para no morir. Con el tiempo, aprenderá conceptos como colaboración y confianza, interdependencia mutua e igualdad. Pero siempre podrá involucionar hacia el narcisismo original cuando sienta que lo ignoran, o lo que es peor, que lo abandonan. Con Rousseau, Nussbaum afirma que los bebés y los monarcas absolutos actúan igual. Y en este punto es inevitable entrever la referencia al gigantesco muñeco “bebé Trump”, tantas veces presente en las manifestaciones contra el magnate.

Cuando la adversidad, el desamparo, la destitución traen de regreso ese miedo que nubla las conquistas del crecimiento, la colaboración y la confianza pasan a un segundo plano, reemplazadas por soluciones fáciles. Ya no hay que pensar en cómo enfrentar racionalmente problemas complejos y comunes, sino echarle la culpa al otro, léase minorías raciales o religiosas, inmigrantes o incluso mujeres.

Como un autócrata inseguro, ese ciudadano atemorizado deja caer su odio sobre quienes le causan ira, como los inmigrantes; envidia, como las personas que percibe exitosas; o asco, como las mujeres y su corporalidad. Nussbaum dedica un capítulo a la interacción del miedo con cada una de esas sensaciones, que forman un coctel intoxicante, capaz de modificar la percepción de la realidad. No obstante, en un arranque de debatible corrección política, aclara que la derecha no lo monopoliza: “En la izquierda encontramos temas similares en el odio a las ‘élites’, a los ‘banqueros’ y a los ‘grandes negocios’, así como al ‘capitalismo en sí’”, lo cual implicaría la imposibilidad de una rebeldía justificada.

En todo caso, Nussbaum no quiere ser catastrofista. Por eso no deja de mencionar a la contraparte del miedo, la esperanza. Con Adrienne Martin, Immanuel Kant, Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela, demuestra cómo la esperanza puede inspirar una espiral de acciones positivas. Para tal efecto propone “practicarla” con un papel más central de las artes, el diálogo constructivo, el disenso. Y algo más concreto, con una verdadera integración en la educación, incluido que los jóvenes hagan un servicio social de tres años, en busca de crear un propósito común. Porque mientras el miedo es monárquico, la esperanza y el amor son esencialmente democráticos.

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