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Por el mal camino

En todos los rincones del planeta están brotando los nacionalismos, como en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
13 de octubre de 2018

Al fascismo se llega por el camino seductor del nacionalismo. Lo recordaba aquí hace quince días a propósito de Donald Trump, que es actualmente el hombre más peligroso del mundo por la suma de dos elementos: la fuerza del país que gobierna, que es militar y económicamente el más poderoso del mundo, y sus propias convicciones nacionalistas a ultranza. Todo se resume en un letrero simplista pintado en una cachucha de baseball: “America first”. Los Estados Unidos primero.

Pero Trump no es el único. En todos los rincones del planeta están brotando los nacionalismos, como en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial: listos a convertirse en fascismos hechos y derechos en cuanto las circunstancias sean favorables. Que ya lo son. Una larvada crisis económica que desde hace años golpea a las clases medias en los países ricos, y el desmesurado crecimiento de las migraciones de pueblos pobres hacia esos mismos países ricos, que amenaza el sentimiento de seguridad de esas mismas clases medias. Las cuales se refugian en la xenofobia y el nacionalismo, y en el anhelo o la nostalgia de un líder fuerte y duro: un Duce, un Führer, un Caudillo que les prometa devolverles la “grandeza”. “Make America great again”, clama Donald Trump, como Benito Mussolini prometía restaurar para Italia el antiguo Imperio romano o Francisco Franco llevar a España “por el Imperio hacia Dios”. La grandeza, que es la exaltación de la propia superioridad: Deutschland über alles (Alemania por encima de todo) para los nazis alemanes de Hitler, America First para los republicanos norteamericanos de Trump.

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Los republicanos de los Estados Unidos conservan todavía su viejo nombre, aunque hayan pasado de ser los reformistas de Abraham Lincoln a los reaccionarios de los multibillonarios hermanos Koch. Llama la atención que actualmente los nombres de los partidos políticos en el mundo entero subrayan más su pertenencia a un país que su creencia en una ideología: no se llaman comunistas, o conservadores, o liberales, o socialistas, sino que ponen por delante su nacionalidad. Así el partido de Vladímir Putin se llama “Rusia Unida”, y viene de la fusión de “Toda Rusia” y “Patria” y “Unidad”. Los ultraderechistas alemanes que por primera vez desde la guerra mundial acaban de entrar con fuerza al Parlamento se llaman “Alternativa por Alemania”. Los ingleses que encabezaron el brexit para liberarse de la Unión Europea se llaman “Ukip”, iniciales en inglés de “Partido de la Independencia del Reino Unido”. Todos los partidos independentistas catalanes llevan en su nombre el de Catalunya, así como el de Escocia se llama “Partido Nacional Escocés” y el de Flandes “Interés Flamenco”. Los de Italia, que son muchos, se distinguen por el nombre de su región respectiva: “Liga Lombarda”, “Liga Véneta”, “Movimiemto de Independencia de Sicilia”, “Cerdeña Nación”. En Francia, los independentistas corsos, que hace unos meses barrieron en las elecciones regionales, se llaman “Pé a Corsica”: “Por Córcega”. Al otro lado del planeta, en Indonesia, crece el Movimiento Papúa Libre, que reclama la independencia de la Nueva Guinea Occidental. Ninguno se presenta diciendo en dónde está: a la derecha o a la izquierda o en el centro; sino de dónde es.

Curiosamente, muchos de esos partidos nacionalistas excluyentes y xenófobos, o abiertamente racistas como los nazis del siglo pasado, se pretenden de izquierdas. Leí al respecto la ingenua anécdota de un viejo militante socialista del norte de Italia que por motivos nacionalistas vota por la derechista Liga Norte: “Pues a ver si se independiza nuestra Padania de una vez, y así yo puedo volver a votar de izquierdas…”. Curiosamente también, Marine Le Pen, la jefa del nacionalista partido francés “Front National”, felicitó por su victoria a los nacionalistas alemanes de la “Alternativa por Alemania” llamándolos “partido hermano”: como si no fueran de países distintos y secularmente enfrentados por sus respectivos nacionalismos. Que sin embargo los igualan: no hay que olvidar que la palabra “nazi” es una abreviatura de “nacionalista”. Más exactamente, de “Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei”, o “Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores de Alemania”.

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Porque, tal como sucede en los cuentos infantiles, los lobos avanzan siempre disfrazados con pieles de oveja.

(¿Y en Colombia no? Por el contrario: como siempre, somos pioneros. Aquí a nuestro “presidente eterno” Álvaro Uribe Vélez no lo eligieron una primera vez en el año 2002 y una segunda vez en el 2006 por el Partido Liberal en el que había hecho toda su carrera burocrática, ni por el Conservador que correspondía a sus preferencias espirituales, sino por una fundación sin ánimo de lucro llamada “Primero Colombia”. De ahí en adelante todo el mundo se copió la idea). 

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