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El odio a Uribe no justifica joder a Colombia

Petro, como la criptomoneda de Nicolás Maduro que lleva su nombre, emana inestabilidad. Es el peor desenlace para una Colombia, que después de 50 años emerge de un conflicto atroz

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
9 de junio de 2018

No creo en el cuento chimbo del castrochavismo. Ofende mi experiencia, mis conocimientos y mis estudios en ciencia política. Tampoco creo que una eventual llegada de Gustavo Petro a la presidencia significaría la conversión inmediata de Colombia en una república bolivariana revolucionaria. Las instituciones colombianas, con todos sus defectos, son mucho más robustas

que las venezolanas y los otros poderes son poderes de verdad. Sin embargo, no soy ingenuo. Sin duda, el sueño de Petro será replicar al pie de la letra el programa de Hugo Chávez que el candidato de la Colombia Humana llamó en 2003 “el neopopulismo” en una entrevista a la revista Dinero. Su crítica actual al modelo económico venezolano no es a las políticas, sino a la ejecución.

Escuche a Alfonso Cuéllar leer su columna aquí:

Si bien muchos colombianos han aceptado la presunta moderación de Gustavo Petro, igual no ocurre entre quienes toman decisiones sobre dónde poner su plata: los empresarios e inversionistas. No es casualidad que el Consejo Gremial –que reúne el 60 por ciento de la producción nacional y cuyas empresas generan el 73 por ciento del empleo formal– anunciara esta semana su apoyo irrestricto al programa de Iván Duque. Para el sector privado, nacional e internacional, un eventual gobierno de Petro representa riesgo e incertidumbre: dos palabras que ahuyentan al capital. En el fondo, la inmensa mayoría de los inversionistas son cobardes y conservadores. Añoran la tranquilidad antes que la turbulencia, el statu quo a las transformaciones.

Para ellos Petro es una incógnita. Son escépticos. Quieren ver para creer antes de arriesgar un solo centavo.

Y allí radica la enorme gravedad de un gobierno de Gustavo Petro. Todo quedaría congelado a partir del 18 de junio en caso de un triunfo del exalcalde. Una economía que no avanza retrocede. Pasaríamos cuatro años en el limbo, en un purgatorio de lamentaciones e indecisión. La confianza no se construye de la noche a la mañana.

El problema con una presidencia de Petro no se limita al tema económico. Tampoco es conveniente para la implementación del acuerdo con las Farc y la reconciliación nacional, argumentos que han utilizado algunos para defender su voto. No veo cómo Petro pueda unir a la otra mitad del país que se opuso en las urnas a lo acordado en La Habana ni ejercer liderazgo sobre un actor crítico y fundamental: las Fuerzas Militares y de Policía. Desconfía de él no necesariamente por condición de exguerrillero, sino por su falta de respeto por la institución castrense. Eso quedó al descubierto hace unas semanas, cuando equiparó la decisión de jóvenes colombianos con unirse a las Fuerzas Militares con quienes optan por la delincuencia. Durante su alcaldía, Petro fue incapaz de sostener una relación de respeto con la Policía. Nada indica que eso cambiaría en su presidencia.

Petro, como la criptomoneda de Nicolás Maduro que lleva su nombre, emana inestabilidad. Es el peor desenlace para una Colombia que después de 50 años emerge de un conflicto atroz, y que con su inclusión como miembro pleno de la Ocde, deja su sesgo de país paria.

Si Petro es el acabose, ¿por qué tanto santista y fajardista de centro anda contemplando votar por esa opción? El odio a Álvaro Uribe Vélez. Estarían dispuestos a hundir a Colombia, antes que permitirle a Iván Duque ser presidente. Sí, Duque. No Uribe. No recuerdo un mayor irrespeto a un candidato presidencial como el que ha tenido que soportar Duque. No le pasó a César Gaviria que, sin ser galanista purasangre, heredó las banderas de Luis Carlos Galán en el entierro del líder del Nuevo Liberalismo.

Gaviria no era Galán, como, perdone la obviedad, Duque no es Uribe. Representa otra generación para una Colombia muy diferente a la de 2002.

Es tanta la ceguera antiuribista que se niegan a reconocer que quien tiene más posibilidad de reconciliarnos, de cultivar lo sembrado en la última década es este joven de 41 años, formado afuera quien, más que nadie, sabe cuánto ha progresado Colombia. Un hombre con pocos enemigos y resentimientos. En síntesis, todo lo que no es Petro.

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