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El país del “duélale a quien le duela”

Decir que la ética no tiene nada que ver con las acciones sociales es otra manera de poner en el escenario de los hechos el “duélale a quien le duela”. Esa otra forma de definir “me importa un culo”.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
27 de marzo de 2019

La patria duele, dicen algunos. El dolor puede ser físico o emocional, como sucede con un golpe en el rostro o la muerte de un ser querido. El dolor tiene un límite, aseguran otros. Una de las preguntas que hoy deberían formularse los colombianos es qué tanto nos duele el país. Los quince mil niños que mueren cada año a lo largo y anchos del territorio nacional por hambre y enfermedades prevenibles, como lo asegura un estudio de la Universidad de los Andes, ¿son en realidad el equivalente al dolor de patria? La patria es la infancia, afirmó el vate francés Charles Baudelaire en una ocasión. Si esto es así, entonces podría concluirse que ninguno de los niños muertos cada año por inanición tuvo la oportunidad de conocerla.

“Duélale a quien le duela” es una expresión que podría ser un grito de batalla. Podría hablarnos de aquello que afecta a algunos, pero indemniza a otros. En realidad, tiene la misma connotación de “me importa un culo”: “me importa un culo lo que pienses”, “me importa un culo tu dolor”, “me importa un culo cuánto niños se mueren al año o si el político más poderoso de este país chuzó ilegalmente durante su gobierno a trescientas mil personas o a su madre”, “me importa un culo tus derechos”. Si el dolor tiene un límite, como se asegura, entonces no quedan dudas de que el nuestro tocó fondo.

El “me importa un culismo” no es, en realidad, la indiferencia de un ciudadano para con otro. No es la desesperanza del que mira el mundo desde el borde del abismo ni la del trágico que le importa casi nada su futuro, sino la pérdida paulatina de eso que los viejos llamaban valores. Es la desaparición de ese gesto de cederle el puesto a una persona mayor en el transporte público, ayudar a una anciana a cruzar la calle o al niño a meter la moneda en la ranura de la máquina de dulces. La pérdida de esas acciones se traduce, pues, en el enfriamiento de esos lazos comunicacionales que en otros momentos definían la solidaridad, la atención o la caballerosidad de un ciudadano para con otro.

Pasarse las normas por la faja, o afirmar sin sonrojarse que la ética no sirve para nada, es otra manifestación del “me importa un culo” o la puesta en marcha de ese otro grito de batalla que algunas “personas de bien” pusieron de moda cuando fueron sorprendidas conduciendo ebrias o quebrantando las normas jurídicas: “usted no sabe quién soy yo”. Esta otra expresión define, en realidad, ese pensamiento colonialista del abolengo, del patrón y del amo frente al empleado o subalterno y saca a relucir la clase como una cualidad social y no como un hecho fortuito de aquello que los antiguos griegos llamaban destino.

Decir que la ética no tiene nada que ver con las acciones sociales (como lo afirmó el abogado del avión, refiriéndose a su relación con el derecho) es otra manera de poner en el escenario de los hechos el “duélale a quien le duela”. Es otra definición de superioridad (¿moral? ¿económica? ¿social?) de un colombiano para con otro. Es la forma cojonuda de decir “usted está allá y yo aquí” mientras se le mira por encima del hombro y se le recuerda que “lo que usted se gana en un año, yo lo gano en un mes”.

Cuando Georges-Louis Leclerc, más conocido como el conde de Buffon, aseguró que “el estilo es el hombre”, no estaba definiendo en realidad las particularidades de llevar a cabo una labor, “sino el orden y el movimiento que se pone en los pensamientos”.  Y los pensamientos, sin duda, están relacionado con las costumbres, las cuales se enmarcan en un momento de la historia y definen a los grupos. De manera que si el conde de Buffon hizo referencia al estilo como una construcción social, estaba dejando por fuera las particularidades de los individuos y centrándose en las acciones y los gustos de una época. “Me importa un culo” es, en este sentido, la impronta de un grupo social que se define a partir del “usted no sabe quién soy” y cuyo único mérito es ser “gente de bien”. Es decir, hacer parte de ese diez por ciento de colombianos que recibe el noventa por ciento de los ingresos del país.

Twitter: @joaquinrobleszza

E-mail: robleszabala@gmail.com

(*) Magíster en comunicación.

  

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