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¿El rey Arturo?

Arrastrando los pies. Así iniciamos esta nueva tanda de confinamiento y la legislatura que empieza el próximo 20 de julio.

Poly Martínez, Poly Martínez
17 de julio de 2020

Además de la covid-19, el debate político en emisoras, redes y entre los mismos líderes de partidos y congresistas se ha centrado en quién debe ser el próximo presidente del Senado, que se da por descontado será Arturo Char, senador de Cambio Radical, quien además de contar con la votación más alta de su partido, tiene una investigación preliminar en la Corte Suprema de Justicia por cuenta del caso Aida Merlano, condenada por compra de votos. 

Pero nada de eso importa. Como tampoco si el asunto pasa de preliminar a plena investigación, como lo dijo con desenfado el propio Char en una larga entrevista en W Radio: “Yo creo que muchos de mis compañeros tienen procesos formalmente abiertos, y no uno, sino varios. Confío en que las cosas no van a llegar hasta allá. Y si llegan, las enfrentaré y demostraré que soy inocente”.

Realmente de nada sirve cuestionar la candidatura y posible presidencia de Arturo Char porque, la verdad, es apenas la punta del iceberg del estado de complacencia del liderazgo de este país con las zonas grises y muchas veces oscuras con que se hace política. ¿Y por qué lo es? Bueno, porque su propia carrera legislativa deja mucho que desear: 149 días ausente de plenarias del Congreso, entre 2014 y 2018, con la mayoría de excusas médicas no acreditadas por el propio Senado, según el portal Trabajen Vagos. En 12 años como congresista solo ha sido ponente de 11 proyectos de ley, según Cuestión Pública. Memorable, memorable, nada.

Sin embargo, los atributos reales de Char los detalló, en el mismo programa radial, Luis Eduardo Diazgranados, uno de sus copartidarios. Aquí la perla: “Arturo Char representa un sector político que tiene presencia en el Senado de la República desde hace más de 30 años, sumando los periodos que estuvo don Fuad, su padre, y los propios que ha tenido Arturo”.  

Es decir, casi un derecho adquirido, como los reyezuelos, cosa que reafirma la poquísima movilidad política en el Congreso colombiano, donde para nada se cuestiona el control de ciertos grupos familiares que combinan poder económico, electoral y control administrativo de los puestos clave de una región. Un monopolio, sin más. Ese es su real éxito, o mejor, su “olimpismo”.

Pero lo significativo no es que Arturo Char tal o cual cosa, sino cómo su entorno político y el entramado de intereses de eso que se llama “opinión pública” con frecuencia eco del entramado privado justifican que llegue a la presidencia del Senado a pesar de la investigación y de los cuestionamientos a su desempeño legislativo.

El primer argumento: Char es el ‘man‘ porque eso forma parte del acuerdo político del Congreso. La presidencia para Cambo Radical, y el hombre para el cargo debe ser el senador más votado de ese partido. Esos pactos, dicen los expertos, son necesarios para el funcionamiento del Legislativo, más allá de si la persona es la idónea para ocupar el principal cargo del Congreso. No hay cuestionamiento, así es y así se queda, que es precisamente por lo cual el Congreso sigue siendo como es. 

Obviamente, los que son parte de la coalición apoyan al príncipe de la Arenosa y no van a traicionar los acuerdos que los benefician. Y sueltan otras perlas, como las de Juan Diego Gómez, del Partido Conservador, quien confiesa que la investigación preliminar por el tema de Aida Merlano “forma parte de la dinámica propia del Congreso. El Partido Conservador ha estado allí, ha estado acompañando al Gobierno como partido de gobierno, y ha estado acompañando también estos acuerdos y creo que se van a cumplir”.  

Que eso lo digan los interesados de la coalición es comprensible. Pero la siguiente perla, de Alberto Casas, comentarista de W Radio, en medio de la pregunta de por qué Char y no Iván Marulanda (candidato por el Partido Verde) fue de otro nivel, hasta tal punto que sus compañeros del programa trataron con todos los comentarios posibles cuestionar su afirmación:

“Me parece desproporcionado el interés que se ha creado alrededor de quién es el presidente del Congreso. Es una distinción, una dignidad absolutamente importante para el funcionamiento del Congreso, pero no para la opinión pública, que no tiene los elementos de juicio para establecer cuál de los senadores cumpliría mejor eses papel. Y lo hemos vuelto una cosa como si fuera la elección de un movimiento definitivo de la política”. Es decir, debería ser algo así como la elección de la reina del Carnaval de Barranquilla o dejarlo de lado por ser un asunto menor sobre el cual su propia audiencia (la del programa) no tiene la suficiente ilustración. ¿Para qué podrían servir los medios de comunicación, entonces?

El cargo del presidente del Senado no es menor, ni puede ser de ‘monocuco‘.  Es el encargado de la orden del día, es decir, de cuáles proyectos de ley se tratan y en qué orden. También debe dar garantías a las minorías (partidos de oposición) y fijar el procedimiento para la deliberación en el Congreso. Por sus manos pasarán, además, decretos como el de emergencia económica, la renta básica, las reformas tributaria y legal, entre otros.

Así, con Char presidiendo, cabe esperar que la mesa quede servida para el Gobierno. Y es justo allí donde resulta tan valiosa una de las habilidades que tanto le reconocen sus colegas y defensores: haber “hecho un trabajo silencioso en el Congreso”.

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