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El valor del trabajo doméstico

Cuando llegué a Bogotá una de las cosas que más me impresionó fue cómo cada casa a la que entraba era tan limpia y ordenada que parecía de revista.

Semana.Com
15 de mayo de 2015

Cuando visitaba a mis amigos, sin faltar, decían “qué pena por el desorden” cuando sus apartamentos podrían estar en un tablero de Pinterest. Con el tiempo descubrí su secreto para siempre tener sus casas tan relucientes: sus empleadas del servicio doméstico. Claro, también descubrí que este bajo costo de servicios domésticos cobra un precio altísimo en las vidas de las empleadas.

Según la ley las trabajadores domésticas tienen casi los mismos derechos laborales que cualquier otro trabajador en Colombia. Sin embargo, estudios de la Escuela Nacional Sindical y Carabantú y el Centro de Cultura Popular muestran que eso no es el caso, y que la gran mayoría de trabajadores domésticos laboran en condiciones de explotación.

Es insuficiente decir que la mayoría de los empleadores no cumplen con sus obligaciones legales con respecto a sus trabajadores. Para empezar, casi ninguna empleada tiene un contrato laboral escrito. La gran mayoría no reciben seguridad social ni las prestaciones sociales a las que tienen derecho. En Medellín el 90 por ciento de las empleadas internas trabajan más de 10 horas diarias y menos de 10 por ciento de ellas reciben pago de horas extra. Dados los datos anteriores, no debe sorprender que alrededor del 85 por ciento de las empleadas domésticas reciban menos del salario mínimo. De hecho, en Bogotá la gran mayoría reciben menos de 500,000 mensuales. Cuando las empleadas trabajan por días, la situación es incluso más precaria, ya que es aún menos probable que reciban las debidas prestaciones sociales y casi nunca tienen estabilidad laboral ni, por más que intentan, pueden llegar a conseguir las horas suficientes para alcanzar el salario mínimo.

Pero, si frases como “el secreto de un matrimonio feliz es una buena empleada” o “mi empleada es como familia” son tan comunes, ¿por qué no las tratamos así? La respuesta a esta pregunta es compleja, ya que se mezclan factores tan dispersos como los legales, histórico-culturales, el mercado laboral, el carácter informal del trabajo y la falta de organizaciones sindicales de trabajadores domésticas. Sin embargo, una razón importante es que simplemente no valoramos el trabajo que hacen.

La sociología y la experiencia nos enseñan que en culturas como la nuestra, el trabajo reproductivo es menos valorado que el trabajo productivo, y los trabajos considerados “femeninos” (los reproductivos) reciben menos remuneración y prestigio que los trabajos considerados “masculinos” (los productivos). De pronto no existe un trabajo más “femenino” que el servicio doméstico, ya que es una versión paga del mismo trabajo reproductivo. Por eso, no debe sorprender que casi todas las empleadas son mujeres. En el caso de las trabajadoras domésticas, esta subvaloración se exacerba cuando, además de género, temas de clase social y raza entran en juego. Hasta los mismos estudios que abogan por los derechos de las trabajadoras demuestran este subvaloración, al explicar que muchas mujeres terminan trabajando como empleadas porque son pobres y tienen poca educación y cualificaciones para conseguir trabajo, como si ser empleada doméstica fuera poca cosa.

Esta es una visión equivocada del trabajo “femenino” en general y lo que hacen las empleadas en particular. Lo de crear un hogar, limpiar, cocinar, cuidar a los niños y los ancianos no es cosa fácil y requiere habilidades y una personalidad particular, como han argumentado las reivindicaciones feministas, así como enseña el sentido común. En la universidad, trabajé haciendo labores del aseo y fue el trabajo más demandante físicamente que he hecho. Si cocinar fuera algo que pudiera hacer cualquiera no abundarían los programas ni los libros de cocina. Y los políticos declaran que criar a los niños es una de las labores más importantes y demandantes que existe, y cualquier madre o padre sabe que es cierto.

Parece que estamos dispuestos a reconocer esta verdad (hasta cierto punto) cuando se trata de reconocer el trabajo que hacen nuestras esposas y madres para sus familias, pero lo ignoramos cuando se trata de pagar a otra persona para que lo haga. Pero casi todas las empleadas también son madres. Tienen sus propias familias y hogares que están dejando para hacer que los nuestros parezcan como tableros de Pinterest. Aún si se les pagaran lo mínimo legal, ¿realmente consideran que criar sus hijos, mantener un hogar agradable, prepararles las comidas vale 2.600 pesos la hora? ¿El trabajo doméstico realmente vale lo mismo que una gaseosa?
Acabamos de celebrar lo que muchos consideran la esencia de lo femenino en el día de la madre, pero estamos lejos de realmente valorar el trabajo “femenino,” en particular lo doméstico. Es hora de reconocer el verdadero valor de las trabajadores domésticas.

(*) Celeste Kauffman es una investigadora en el Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (Dejusticia).

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