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El arribista

Las sociedades que se caracterizan por tener altos niveles de inequidad y una pobre institucionalidad, donde el sentido de la norma no es la regla del comportamiento ciudadano, son las más proclives a convertirse en caldo de cultivo para el arribismo.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
16 de agosto de 2017

Hace casi dos décadas una revista de un diario capitalino hizo una crónica sobre lo que llaman "lobo", la cual entre sorna y verdad concluía que en últimas se le decía lobo al que hacía o tenía las cosas que, en el fondo, el observador anhelaba.

Algún motivo habrá tenido quien escribió dicha nota, pero no es sino mirar para arriba, a los lados o para abajo, y lo que encontramos es un Armagedón de arribismo en nuestro entorno, que sin duda fractura el tejido social en virtud de que dicho arribismo no solo se transpira e incomoda, sino que infortunadamente se traslada de manera amplificada a la descendencia de estos especímenes.

El hermoso e inspirador concepto de movilidad social fruto de la educación y el trabajo, que se traduce en conocimiento, buenas costumbres, prosperidad económica, civilidad y valores, desafortunadamente la sociedad contemporánea y la cultura traqueta y clientelista de nuestra nación, la ha pervertido en su espíritu, traduciéndola a puro, barato e insostenible arribismo.

Existen palabras que provienen de la misma raíz, pero que en idiomas distintos adquieren significados diferentes, incluso opuestos. No es el caso de la palabra francesa arriver, que pasó al inglés y al español con el significado de llegar la embarcación a puerto. Al francés llegó proveniente del latín arripare, (acceder a la orilla). El o la que llega sería, en buena lengua arribador, arribadora; pero, las lenguas poseen un criterio ético, y a quien llega utilizando medios e intenciones que la sociedad repudia recibe el calificativo de arribista, del francés arriviste.

Por esos misterios, que también guardan las lenguas, el inglés se apartó de la raíz latina cuando tuvo necesidad de nombrar o calificar a quien pretende ser reconocido como lo que no es o elige alcanzar el objeto deseado impulsado por el principio de “ el fin justifica los medios”, y formó la palabra compuesta social climber, cuya traducción al español sería trepador, escalador social.

Las sociedades que se caracterizan por tener altos niveles de inequidad y una pobre institucionalidad, donde el sentido de la norma no es la regla del comportamiento ciudadano, son las más proclives a convertirse en caldo de cultivo para el arribismo. En esas sociedades algunos hombres íntegros, probos para ascender, en los términos que son comunes a toda sociedad civilizada, más pronto que tarde declinan y se auto-marginan para evitar verse envueltos en una competencia de la que solo los arribistas pagan el precio de la humillación de ascender, mediante las credenciales de la fidelidad perruna y la complicidad con el delito del superior -por lo general, arribista también-, cuyos criterios de reconocimiento de sus subordinados apuntan hacia el círculo vicioso de servilismo-imitación-figuración-arribismo.

Las sociedades que se colocan fuera de las fronteras de la sana dinámica de la evolución natural y social de sus miembros no tienen otra opción que ver crecer la pérdida de talentos o sencillamente el despilfarro de la energía de sus instituciones.

El arribista se hace en las instituciones que conoció durante su crecimiento: la escuela, la familia, la empresa, el grupo político, el grupo religioso; en fin, en todas esas formas de asociación aprendió a evadir las disciplinas del esfuerzo, la calidad del trabajo, el perfeccionamiento continuo, la empatía, y, sobre todo, la autoestima.

El arribista es envidioso, porque es inseguro, luego, odia el éxito del otro; convierte su apetito egoísta en un ideal social, y su aparente éxito, medido en monedas, likes o portadas, lo hace un personaje público, efímeramente "de éxito", no exento de seguidores, escuchas, fanáticos, aduladores, e incluso vasallos, y un falso modelo para jóvenes inteligentes pero marginales, social y psicológicamente hablando.

Como hablar del tema desde el Caribe sin recordar himnos al arribismo, tales como, Y tu abuela donde está, de Ruben Blades (the last flight, 1982), o Bomba Camara de Ritchie Ray y Bobby Cruz (Jala Jala y Boogaloo, 1967), cuando en su lírica dice "…a mi nadie puede decirme que yo estuve aquí primero/que yo tengo dinero/ o soy más blanco que tu". Es la cándida prosa espontánea y Caribe para desde el barrio, la esquina y sin pretensiones, desenmascarar al trepador, al arribista, ahí donde está posando y ostentando todo lo que anhela y es consciente que jamás será, en el restaurante, en la galería, el coctel, en el cargo, en el medio de comunicación, en su curul, en la academia, en su nuevo barrio y con sus nuevos "panas", pero en el fondo, solo, siempre solo.

Los ideales demandan entusiasmo, al margen de sus contenidos, por ello el éxito del arribista no puede provenir sino del frenesí de una acción obsesiva por atravesar un mar sin orillas alcanzable solo en sus sueños. Hasta hace poco, esto bastaba en Colombia para trepar los peldaños de una carrera pública, y a causa de los vasos comunicantes de este sector y el privado, podía sentirse llegar a estas playas. No obstante, ante la necesidad de contar con un Estado eficiente para enfrentar los retos de un mundo altamente competitivo, el arribista se ha dado cuenta que debe renovar sus estrategias, y ya no descuida su capacitación como antes, sino que encuentra todavía motivos para buscar caminos heterodoxos y paralelos para ascender a expensas de los méritos y el buen nombre de sus legítimos rivales. De allí, que no sea extraño que nuestro personaje recurra a formas alternativas para mantenerse usando sus onzas de poder, como el chisme, el rumor, y en ocasiones, la agresión moral para deshacerse de quienes se atrevan a robar un poco de su luz, de su sufrido cuarto de hora de figuración, lo reta, o simplemente, porque lo conoce, lo ignora o lo desprecia.

Hoy las redes sociales le facilitan la tarea, porque en ellas puede montar atentados contra la honra de sus enemigos con total impunidad.

Esta es razón por la que el arribismo colonizó todos los imaginarios de ciudadanos que confunden deseos con necesidades, y los sueños más recurrentes continúan pegados a los placeres de la carne y la banalidad, que con la falsa creencia del derecho a la felicidad desplazan cualquier insinuación espiritual.

El poder político, mediático y la industria del entretenimiento, son medios inmejorables para sus fines; ha convertido a los arribistas en campeones de la verdad, las posverdades, absuelven, condenan, canonizan o exorcizan, son guardianes de los partidos, maquinarias públicas y privadas personalizadas con guardias pretorianas, todas bien pertrechadas de, obviamente, otros trepadores o social climbers. Ellos están ahora muy dispuestos y entrenados para el crimen moral que utiliza la mentira, la difamación contra los enemigos de su amo, jefe, socio o simplemente, gratuito malqueriente.

Ellos se han hecho expertos en redes sociales y suelen comandar campañas al mejor postor para sus ofertas de improperios, mentiras, posverdades en el mercado de las vanidades. Un corolario de este análisis psicosocial nos revela a un personaje cuya lealtad dura hasta que el superior o víctima le sea útil, su fidelidad tiene el alcance de su paso al siguiente escalón de su macabra escalera de ideales espurios.

Pero siendo objetivamente racionales, no se puede desconocer que mientras más desequilibrios sociales, económicos, culturales, y menor institucionalidad tengamos presentes en el entorno del arribista, y menos críticos y autocríticos seamos los espectadores y actores de la vida, más estímulos encontrará el arribista para validarse en su imaginario y en las efímeras y finitas alturas de sus nuevas grandezas.

Por Ramsés Vargas Lamadrid, MPA, MSc

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