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Farc: entre el miedo de la izquierda y el odio de la derecha

La fuerza política real de las FARC es una incógnita y los operadores políticos toman precauciones.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
31 de agosto de 2017

Cuando te clavan un apodo es para toda la vida. Ni tu propia madre te llamará por el nombre de pila. Tal como pinta el puñetero panorama político colombiano el nombre del Partido que salga del congreso de las FARC es irrelevante. Llámese como se llame será siempre el Partido de las FARC. Lo relevante es: ¿Cómo hicieron su congreso? ¿Quiénes asistieron? ¿Qué dijeron? ¿Qué votaron? ¿Qué es lo que quieren para Colombia? ¿Qué clase de Partido son? ¿Quiénes son sus candidatos para las próximas elecciones? ¿Cuáles son las caras que estarán en primera, segunda y tercera linea? ¿Quienes desaparecerán por las variaciones propias de los partidos políticos o por los azares del destino?  

“Las FARC entran al juego de la política”, expresan los medios. La política, literalmente, es un juego ejecutado por tahúres en el que de vez en cuando aparece un soñador que desea participar en él sin emplear trampas. El congreso de los hijos e hijas de “Tirofijo” fue teatro de algunas jugadas de la clase política que, confirman por enésima vez, una de las razones por la que es despreciada por la mayoría de colombianos: el arribismo. Los 1200 delegados de la guerrilla que asistieron al congreso deliberaron en un ambiente de soledad política a raíz del miedo de la “Izquierda”, la ambigüedad de los autoproclamados demócratas y el odio de la Derecha. Los farianos, solos, ante el devaluado mundo de la política colombiana. La soledad a veces sienta bien. Oír a lagartos y lambones es una mala idea.

Hace un par de años no había político colombiano que no quisiera aparecer en La Habana para reunirse con los plenipotenciarios de las FARC. Una foto en La Habana era entonces una especie de medalla que bien valía la pena lucir colgada en el cuello. En el congreso de las FARC, en cambio, no apareció ninguno de los que se pavoneaban en Bogotá contando anécdotas sobre las veladas con los guerrilleros en los hoteles de Cuba. La mayoría de estos personajes esgrimieron alguna excusa para no verse retratados y relacionados con la iniciativa política de las FARC o enviaron un carísimo ramo de flores para que los representara. La fuerza política real de las FARC es una incógnita y los operadores políticos toman precauciones hasta el día en que las urnas aclaren las cosas. Son gestos de manual.

Para la derecha colombiana todo lo que salga de las FARC es un blanco a batir. Lo hicieron saber desde el minuto uno de la negociación. Saben que es un adversario serio, resistente, industrioso, que puede abrir hueco entre la gente colombiana. Cumplieron su amenaza de “volver trizas” los acuerdos de paz y lo están consiguiendo a través de los alfiles que tienen en el Congreso, las Cortes  y la Fiscalía. La administración Santos ha bajado los brazos, rendida, permitiendo que las fuerzas regresivas del país continúen desinflando el balón hasta el límite en que no pueda rodar. De los ambiciosos acuerdos que llevarían a transformar y modernizar al país, solo quedará el proyecto político que salga del congreso de las FARC. Un boceto político piloteado por gente que ha sorteado infinidad de peligros de muerte, pero con tan poco oficio para detectar las artimañas de unos operadores políticos que, en el caso colombiano, les da igual dirigir desde una curul en el Senado o desde la celda de una cárcel.   

La gente de Timo no tiene más alternativa que intentar no perder el equilibrio sobre la movediza política colombiana. Esa formidable autonomía que demostraron en resolver con eficacia los asuntos logísticos de la guerra, puede que les sea útil en la singladura política que comenzará cuando los delegados del congreso vuelvan a sus lugares de origen con su escarapela, su bolso  de tela estampado con el logo de las 3 caras, la carpeta con los informes, el bolígrafo desechable y demás arandelas. Tienen las FARC el mérito de haber cumplido lo pactado con el Estado y la sociedad colombiana y realizado un congreso con mujeres y hombres que, pese a los yerros cometidos en su lucha, traen una historia de martirio cuyo patrimonio individual cabe en un bolso de viaje.

Salvo las mañas, Timo, la clase política colombiana tiene poco que enseñar. Es un error tratar de imitar sus maneras, sus protocolos y su estética. No hay que ir hasta el Centro de Convenciones para saldar las deudas con el pasado y enhebrar el futuro. No es necesario leer un informe de una hora, a la vieja usanza de los partidos de la Komintern, para explicar lo sucedido y lo que quieren que suceda. No es necesario tener una mesa directiva, a guisa de jarrones orientales, separada del resto de delegados. En la medida en que se acerquen a los modales de la recriminada clase política se irán distanciando de la gente.    

El breve discurso de Timo en el congreso fue un elogio a lo sencillo que enfatiza los hechos sobre el palabrerío insustancial, al tiempo que reprueba el “dogma” y la “ostentación ideológica” como usos de la nueva política. Las botas pantaneras -icono de la guerrilla colombiana- colocadas en el decorado del salón inaugural del congreso a guisa de floreros fueron un simbólico detalle que se bastaba a sí mismo para rememorar una larga historia y enseñar que hay un país más allá de los políticos de Bogotá.

Las FARC están sometidas al más grande reto de su historia: sortear en colectivo y sin fisuras, un probable escenario de atomización a causa del incumplimiento de los acuerdos y por la industria de un adversario político empeñado en volverlas un archipiélago de vanidades. La sensatez, la generosidad y la humildad deben prevalecer sobre los resquemores generacionales y sobre el deseo de figuración. Plantearse una especie de catenaccio a la italiana para proteger el proyecto político puede que no sea la mejor idea, lo adecuado es defender la idea política de cara al país.

La izquierda se muestra temerosa al qué dirán y la derecha se tira a la calle para recoger firmas. Dos manifestaciones palmarias de que las cosas no están del todo claras en Colombia. Son esos momentos de la política en los que pueden estar sucediendo dos cosas para que los peces estén nerviosos: que el agua se esté calentando o congelando.

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