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Fátima y Yuliana: torturadas, violadas y asesinadas

Los narcos, amancebados con los operadores políticos, consiguieron que en México y Colombia el crimen sea admitido social y culturalmente. El saqueo de las arcas públicas, la evasión de impuestos o el asesinato de líderes sociales son vistos con normalidad.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
19 de febrero de 2020

El cadáver de Fátima fue encontrado en un basurero de Ciudad de México. Fue torturada, violada y asesinada. Tenía 7 años. Los mismos que Yuliana Samboní, la niña indígena torturada, violada y asesinada por Rafael Uribe Noguera en Bogotá. Fátima y Yuliana tenían algo en común. Eran niñas pobres. La colombianización de México. La mexicanización de Colombia. Da igual. El orden de los factores no altera el producto: “Estados del crimen”, como los definió el escritor Carlos Fuentes. El poder político, económico, empresarial y criminal confabulados entre sí para maximizar sus ganancias. 

“Aquí está mi cabeza cortada, perdida como un coco a orillas del océano Pacífico”, se lee en el preludio de La voluntad y la fortuna, la novela de Carlos Fuentes. Una cabeza cortada a machetazos. Pudo ocurrir en Colombia o México. En la costa Pacífica de Sinaloa o Chocó. Los narcos, amancebados con los operadores políticos, consiguieron que en México y Colombia el crimen sea admitido social y culturalmente. El saqueo de las arcas públicas, la evasión de impuestos o el asesinato de líderes sociales son vistos con normalidad. Emilio Lozoya, el todopoderoso expresidente de Petróleos Mexicanos (Pemex) durante el gobierno de Peña Nieto, fue capturado en España el pasado 12 de febrero acusado de corrupción y blanqueo de capitales. En la finca del embajador de Colombia en Uruguay, Fernando Sanclemente Alzate, la policía halló un laboratorio de estupefacientes. Aida Merlano, excongresista del Partido Conservador, dejó con el culo al aire a los clanes políticos de Barranquilla. La prensa de Barranquilla guarda silencio. Siguen de carnavales.  

Con los “Estados del crimen”, como Colombia y México, no se puede hacer demagogia. La macrocriminalidad empotrada en el Estado es grave. Es un poder real que no se puede combatir con simbolismos. La macrocriminalidad impone las reglas en los territorios bajo su control. El gobierno de López Obrador en México no ha podido con ella. Es una batalla desigual. El narcotráfico, el robo de combustible y el tráfico de armas desde los Estados Unidos son negocios más poderosos que la políticas sociales de López Obrador. El narcotráfico, la minería ilegal, el contrabando de gasolina, la extorsión y la contratación pública viciada imponen las reglas en buena parte del territorio colombiano. La avaricia, el rencor y el exterminio son las realidades de México y Colombia. Una realidad que se antepone al mundo teorético. El ciudadano que cumple la ley y paga impuestos queda subordinado a un artefacto de humillación, alienación y muerte.

Nada indica que las cosas vayan a mejorar en Colombia y México. El gobierno de López Obrador avanza en lo simbólico pero sin chance para llegar hasta las entrañas del monstruo. Un engendro que cada día quita la vida de diez mexicanas. Crímenes machistas. En Colombia el monstruo devora vidas impunemente por la sencilla razón de que no hay gobierno. A Colombia solo le queda la ilusión. La ilusión de que en 2022 haya por fin un gobierno. 

(*) Escritor y analista político

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