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Grandeza

El Papa Francisco alentó por el perdón y la reconciliación entre nosotros. Es hora que nuestros líderes den el ejemplo.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
8 de septiembre de 2017

Era un rumor vil. Cruel. Circuló, inicialmente, en los primeros meses de 2008. Se alegaba que Barack Hussein Obama, el más probable candidato presidencial del Partido Demócrata, no era un ciudadano estadounidense. Que contrario a la versión oficial, Obama habría nacido en Kenya. Y que, por esa razón, estaba inhabilitado para ser presidente de Estados Unidos. Tuvo tanto eco que en junio de ese año la campaña de Obama se vio obligada a publicar en la página web el certificado de nacimiento del futuro presidente, donde se comprobaba que había nacido en el estado de Hawaii.

Tal vez no haya mayor injuria que renegarle a alguien su origen. Es poner en entredicho su razón de ser. Más aún para alguien como Obama, quien describió en su autobiografía como luchó para forjar una identidad y comprender su pasado de hijo de un keniano negro y una mujer de Kansas.

No es usual en Estados Unidos que a un candidato a la presidencia le exijan demostrar su ciudadanía. El cuestionamiento a Obama tenía un fin específico: mostrarlo como un ser extraño, no americano. El objetivo inmediato era evitar su elección. No funcionó. Los ataques prosiguieron, incluso después de las elecciones y la posesión de Obama como el cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos.

Y allí se abrió un campo de calumnia aún más sensible: que su presidencia era ilegítima por ser ocupada por una persona que presuntamente había nacido en África. Un mensaje inequívoco de racismo. Si bien las dudas se limitaban a una franja minoritaria y a un debate en los portales más extremistas de internet, en marzo de 2011 los fanáticos recibieron un espaldarazo de una celebridad televisiva y pintoresco empresario. En una entrevista, Donald Trump dijo que era un “poco escéptico” sobre la ciudadanía de Obama. En posteriores declaraciones a los medios, retó al Presidente que mostrara el original de su certificado de nacimiento. Fue tanto el ruido mediático, que la Casa Blanca citó una rueda de prensa el 27 de abril para presentar el documento requerido por el magnate.

Trump cantó victoria: “estoy realmente honrado y orgulloso que pude hacer algo que nadie más pudo”. Unas semanas antes de las elecciones de noviembre 2012, Trump volvió a poner un manto de duda sobre el presidente. Ofreció donar cinco millones de dólares a la fundación favorita de Obama si el mandatario accediera publicar su aplicación para pasaporte. El juego de Trump apenas acabó en julio del año pasado. Sólo allí aceptó lacónicamente que Obama era estadounidense.

Difícil imaginar que sintió Barack Obama en la madrugada del pasado 9 de noviembre al confirmarse la elección como su sucesor de un hombre que negó por años su legitimidad. Un hombre que atizó las peores mentiras sobre su carácter. Que hizo eco, directa o por tercera persona, de los más infames insultos arrojados contra su esposa Michelle Obama.

Con esos antecedentes, no hubiera sorprendido a nadie que Obama aprovechara la reunión protocolaria entre los presidente salientes y entrantes el jueves 10 de noviembre para expresar su malestar. Que incluso se limitara a conversar sobre lo mínimo. En cambio, Obama fue magnánimo, como lo reconoció el mismo Trump después del encuentro. Fue tan amigable la actitud de Obama, que los dos líderes conversarían frecuentemente por teléfono en las semanas siguientes. 

En estos días se conoció la carta que Obama le dejó a Trump en su escritorio de la oficina oval. Con candidez y un toque personal le ofrece algunos consejos y concluye con la promesa “de que estamos (Michelle y él) listos para ayudar en cualquier forma que nos sea posible”.

Pensé en la grandeza de Obama cuando escuché las palabras del Papa Francisco este jueves en la plaza de armas de la Casa de Nariño. Allí alentó a los colombianos a “huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo… de sanar las heridas y construir puentes”. Infortunadamente, su mensaje de reconciliación no fue escuchado en persona por uno de los sectores de esta Colombia polarizada. El expresidente Álvaro Uribe y su bancada se abstuvieron de asistir a la invitación del presidente Juan Manuel Santos. Quizás sea el momento de emular a Barack y Michelle Obama en su capacidad de perdón. Como dijo sabiamente el Papa sobre los colombianos: “la soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años”.

En Twitter @Fonzi65

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