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Guainía sí es Colombia

Urge proteger a Guainía de las amenazas como la invisibilización y la ilegalidad. Nadie habla de esa región, salvo cuando hay conflictos con el vecino país de Venezuela.

Semana
16 de septiembre de 2010

Tras una hora y diez minutos de vuelo desde Bogotá, llegué a la ciudad de Inirida, capital del departamento de Guainía, en el extremo oriental del país. Al salir de la aeronave recibí una oleada de calor que me golpeó la piel. Es la bienvenida que ofrece una región alejada del desarrollo que también es Colombia.
 
Al clima bochornoso se le suma una larga fila para registrar ante la Policía Nacional el nombre, número de cédula y profesión en un viejo cuaderno lleno de nombres, números de cédula y profesiones de todos aquellos que ingresan a este departamento por vía aérea. Es una manera muy local de llevar el control de los viajeros. La escena es propia de las filas migratorias para ingresar a otro país. Sin embargo, la agobiante espera no me borraba la idea de que aún estaba en mi propio país.

Una vez superada esta etapa, por fin pude salir de la terminal aérea. No hay taxis, por lo menos no como los conocemos nosotros. Cabe agregar que tampoco hay buses de servicio público. El transporte de pasajeros lo prestan numerosos vehículos de tres ruedas acondicionados con techo y espacio para llevar por lo menos tres pasajeros y sus maletas.

Luego de un trayecto de por lo menos diez minutos en esos pequeños vehículos se llega a lo que podría ser el centro de la ciudad, una calle larga que nace justamente en el aeropuerto y finaliza en el pequeño puerto sobre el río Inirida. En esa calle palpita Inirida. Ese es su corazón. Y lo rodean selvas y ríos.

Llegué a esta ciudad para realizar un taller de periodismo con un grupo de personas que hacen parte del proyecto Periodismo de Hoy: compromiso social y nuevos retos, que ejecuta en todas las capitales del país un grupo de profesores y comunicadores de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia en convenio con el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.

Pero más allá de proponer unos temas para el debate sobre los medios de comunicación locales, que la verdad en esta ciudad son pocos (no hay diarios, tampoco semanarios ni revistas; no hay periodismo digital; solo hay dos emisoras, una de la Armada y otra comunitaria; y no hay televisión local), lo que aprendí de las personas asistentes al taller es que Guainía es Colombia y urge proteger a este departamento, pues son muchas las amenazas que se ciernen sobre él.

Una de ellas es justamente su invisibilización. Nadie habla de esa región, salvo cuando hay conflictos con el vecino país de Venezuela, o algún hecho de sangre o calamidad natural digno de destacar a nivel nacional. De resto, es poco lo que se sabe de la cotidianidad de esta región.

Y esa invisibilización es problemática porque oculta otras amenazas, como la que le genera a las comunidades indígenas el oro y el coltán, un material natural codiciado por la industria electrónica. Estos minerales están en tierras de los Puinaves, Curripacos, Tucanes, Sikuanis, Piapocos, Guajibos, Yerales y Cubeos. De no protegerlos de contrabandistas y de grandes explotadores, legales e ilegales, cuya ambición desmedida no mide consecuencias, sus culturas ancestrales podrían afectarse profundamente.

Otra amenaza es la ilegalidad que se genera alrededor de esas explotaciones. El poder corruptor de las ganancias. Relatos escuchados en Inirida hablan de supuestos cobros quincenales de 400 gramos de oro que hacen algunos miembros del Ejército destacados en esa ciudad para proteger a los mineros que trabajan sin las respectivas licencias. A cambio del oro les dan información oportuna sobre posibles visitas de las autoridades para que “encaleten” y eviten incautaciones.

Otra amenaza más se cierne sobre el ecosistema. La fiebre del oro ha hecho que lleguen dragas, casi todas de fabricación brasileña, y que trabajan las 24 horas del día, vertiendo grandes cantidades de ACPM a las aguas. Todo ello impacta de manera negativa el ecosistema de los afluentes y a futuro las consecuencias serán irreversibles.

En esta ciudad también se habla de una amenaza funesta contra la población indígena  femenina: la prostitución infantil. En la cultura indígena es natural que las niñas comiencen a tener una vida activa sexual desde los 13 años. Por eso no es raro ver mamás muy jóvenes. Pero esa situación es aprovechada por el minero que llega de afuera para prostituirlas y alterar las costumbres.

La situación no es fácil en Guainía. Quienes me hablaron de todos estos temas lo hicieron con bastante preocupación, pero esbozando también algunas soluciones, entre ellas, y una de las más urgentes, es el fortalecimiento de la organización indígena para evitar que sus tierras sean invadidas por extraños que van detrás de sus riquezas. En ese propósito deben trabajar de manera conjunta diversas entidades del Estado y organizaciones no gubernamentales. De alterarse culturalmente esas etnias, se perdería un conocimiento ancestral que hace parte del sostenimiento del ecosistema del Guainía.
 
Ligado a ello se deben fortalecer diversas instituciones del Estado para que tengan las herramientas necesarias que les permita contrarrestar la presencia de actores ilegales en la explotación del oro y del coltán. Ese fortalecimiento pasa por evitar a toda costa la corrupción. Sólo así se podrán evitar alteraciones irreparables del medio ambiente y de las culturas indígenas.

Llegué al Inirida a coordinar un taller de periodismo y dos días después, cuando iniciaba el regreso a Bogotá, sentí que mis aportes eran ínfimos con relación a los conocimientos que había recibido de aquellos que día a día, desde sus lugares de trabajo, insisten en advertir que Guainía sí es Colombia y que no se les puede dejar solos.

(*) Periodista y docente universitario