
Opinión
Hidroituango, una gran oportunidad para Medellín
Hidroituango no debe ser visto solo como una fuente de ingresos, sino como el punto de partida de una nueva era para Medellín.
Medellín se encuentra ante una de las coyunturas más trascendentales de su historia reciente. Los ingresos provenientes de Hidroituango, que podrían superar los 700.000 millones de pesos anuales, representan no solo un alivio financiero para la ciudad y para Empresas Públicas de Medellín, sino una verdadera oportunidad para reimaginar su futuro económico, urbano y social. Son recursos de una magnitud que muy pocas ciudades en Colombia —y me atrevería a decir que en América Latina— tienen la posibilidad de recibir. La gran pregunta es qué haremos con ellos y si seremos capaces de administrarlos con la visión que exige el momento histórico.
Hace unos días tuve la oportunidad de conversar con el abogado Jorge Andrés Mesa Uribe, un profundo conocedor de la hacienda pública local y experto en temas fiscales. En esa conversación, Mesa Uribe me planteaba una idea que considero fundamental para el futuro de Medellín: la creación de una regla fiscal ciudadana que permita garantizar que los excedentes provenientes de Hidroituango se inviertan exclusivamente en proyectos estructurales, de largo plazo y con verdadero impacto en la competitividad, la movilidad, la sostenibilidad y la calidad de vida de los ciudadanos. En esencia, se trata de blindar estos recursos frente a la politiquería, el gasto corriente y los proyectos de corto alcance que tanto han afectado el desarrollo institucional de nuestras ciudades
Si Medellín adopta una regla fiscal de esta naturaleza, podría construir un fondo estratégico, transparente y técnicamente administrado, que actúe como una herramienta de planificación a 50 años o más. La disciplina en el manejo de esos 700.000 millones anuales permitiría consolidar un capital cercano a ocho o diez billones de pesos a valor presente, lo que abriría la puerta a una verdadera revolución en materia de movilidad, vivienda, educación e innovación tecnológica. Sería un paso monumental hacia la autonomía financiera y la estabilidad del desarrollo urbano.
Uno de los campos donde más podría sentirse este impacto es el de la movilidad sostenible. Medellín ha sido un ejemplo nacional con su sistema integrado de transporte: el metro, los tranvías, los cables aéreos y los buses eléctricos han demostrado que es posible combinar inclusión social, eficiencia y planeación. Sin embargo, el reto es no quedarse ahí. Los recursos de Hidroituango podrían destinarse a fortalecer y ampliar este sistema, permitiendo a la ciudad proyectar nuevas líneas, mejorar la interconectividad y extender los beneficios del transporte público a zonas que aún no los tienen.
En ese sentido, la propuesta de crear un Fondo Movilidad Siglo XXI Medellín cobra especial relevancia. Un fondo independiente del presupuesto corriente municipal, con reglas claras, auditoría ciudadana y proyección técnica, garantizaría que las inversiones se mantengan a lo largo del tiempo, sin depender de los vaivenes políticos de cada administración. Este fondo podría incluso apalancar recursos internacionales, acceder a créditos blandos y atraer donaciones o inversión privada, gracias a la confianza que genera una gestión transparente y responsable.
El impacto de una herramienta así no solo sería financiero. También permitiría a Medellín renegociar o incluso asumir el 100 % de la financiación en algunas obras del sistema metro, reduciendo su dependencia de la Nación y ganando soberanía financiera. Esto implicaría liberar al distrito de cargas históricas, aliviar el servicio de la deuda y destinar mayores recursos a la expansión del sistema o a otros proyectos de alto impacto urbano.
Pero la visión no debe limitarse a la movilidad. Con una gestión ordenada y de largo plazo, los excedentes de Hidroituango pueden transformarse en la base de un nuevo modelo de desarrollo para Medellín. Inversiones en infraestructura educativa permitirían consolidar a la ciudad como un centro de conocimiento, innovación y talento. Se podrían fortalecer proyectos como ‘Medellín, Ciudad de Inteligencia Artificial’, impulsado por la actual administración, así como intervenir integralmente los puntos críticos del río Medellín y sus quebradas, garantizando una gestión ambiental moderna y preventiva. También habría espacio para la construcción de nuevos escenarios deportivos, proyectos de vivienda digna y programas de bienestar social sostenibles.
En este punto, es inevitable conectar esta visión con el desarrollo regional que impulsa la Gobernación de Antioquia. El gobernador Andrés Julián Rendón ha anunciado que Antioquia liderará la primera fase del Tren del Río, con una inversión de 2,6 billones de pesos, para lo cual solicitará el aval de vigencias futuras. Esta decisión marca un hito en la integración del Valle de Aburrá y demuestra que, cuando hay voluntad política y visión de largo plazo, los grandes proyectos pueden hacerse realidad. Medellín debe ver en el Tren del Río una extensión natural de su sistema de transporte masivo, un símbolo de la Antioquia moderna que conecta su desarrollo urbano con el progreso regional.
La sinergia entre los recursos de Hidroituango, la posible regla fiscal ciudadana y proyectos como el Tren del Río permitiría construir una Antioquia más cohesionada, competitiva y sostenible. Mientras en otras regiones los ingresos extraordinarios se diluyen entre burocracia y gasto político, Medellín y el departamento podrían dar un ejemplo al país sobre cómo convertir una bonanza temporal en una política estructural de desarrollo.
Eso requiere liderazgo. Y ese liderazgo debe provenir no solo del alcalde y el Concejo, sino también de la academia, los gremios y la sociedad civil. Los recursos de Hidroituango no pueden verse como un simple ingreso más; deben convertirse en una herramienta estratégica para financiar el desarrollo de Medellín durante los próximos 50 años. Si se logra establecer una institucionalidad robusta, con controles ciudadanos, planificación técnica y visión de largo plazo, Medellín podría consolidarse como una de las ciudades mejor gobernadas y más sostenibles de América Latina.
Por el contrario, si estos recursos terminan en gastos de funcionamiento, burocracia o proyectos de vanidad política, habremos perdido una oportunidad irrepetible. La historia está llena de ciudades que, al recibir recursos extraordinarios, los malgastaron en decisiones improvisadas y populistas. Medellín, con su tradición de innovación y resiliencia, tiene la responsabilidad de no repetir esos errores.
El momento de decidir es ahora. Los ingresos de Hidroituango no solo representan una bonanza económica, sino un punto de inflexión moral y político. Son una prueba de que nuestra dirigencia y nuestra ciudadanía están a la altura de un proyecto colectivo de largo plazo.
Si Medellín logra blindar estos recursos mediante una regla fiscal ciudadana, orientarlos hacia la movilidad, la educación, la sostenibilidad y el bienestar, y articularlos con proyectos regionales como el Tren del Río, estaremos ante una transformación histórica. Sería la demostración de que el desarrollo no depende solo del dinero, sino de la capacidad de planificar con inteligencia, de pensar en el futuro y de actuar con responsabilidad.
Hidroituango no debe ser visto solo como una fuente de ingresos, sino como el punto de partida de una nueva era para Medellín: una era donde la visión, la disciplina y el compromiso con las futuras generaciones se conviertan en los verdaderos motores del progreso.
