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Horrible

A la opinión pública, desinteresada de los detalles de este pleito, los avisos de prensa y el cuadernillo publicitario le sonaron a chantaje

Semana
23 de noviembre de 2002

Una pelea entre ricos", es la conclusión a la que había dado lugar, hasta ahora, el pleito que sostienen el Sindicato Antioqueño y el Grupo Gilinski. Una pelea entre ricos que sólo ellos entienden y que a la opinión casi la tiene sin cuidado. Por eso, quién tiene la razón es un detalle para expertos: la fusión del antiguo Banco Industrial Coombiano con el Banco de Colombia, que hoy se llama Bancolombia, dejó una cantidad de heridas abiertas entre ambos bandos, y hoy los Gilinski pretenden que el Sindicato Antioqueño les reconozca una fuerte suma de dinero sobre la base de que en la transacción hubo pasivos ocultos y que las acciones de la nueva entidad bajaron como producto de manipulaciones y de malos manejos administrativos.

Pocas veces en la historia judicial del país se había visto una batería de abogados tan poderosa como la que por lo menos el Grupo Gilinski ha contratado en este proceso, y en la que figuran vacas sagradas del derecho litigioso como Cancino, Bernal Cuéllar, Néstor Humberto Martínez, y en su momento el propio ministro Fernando Londoño. Y mientras éstos se mueven frenéticamente, repartiendo memoriales aquí y allá, con toda la notoriedad que les brindan sus respectivas célebres trayectorias, el Sindicato Antioqueño ha sido mucho más discreto en su defensa, y parece estar aguardando a que el pleito lo resuelva un tribunal de arbitramento que ha sido convocado para tal efecto.

Así estaban las cosas, hasta que la semana pasada el manejo de este pesado pleito tomó un rumbo inusitado. Los Gilinski publicaron en El Tiempo un aviso conminando públicamente al fiscal Luis Camilo Osorio a que se declarara impedido en este proceso alegando que su señora, Stella Villegas de Osorio, trabaja en Bancolombia. A este insólito aviso siguió uno segundo. Y al segundo una separata comercial publicada en esta revista, en la cual se reproduce un capítulo bastante ladrilludo, por cierto, de un libro que a su vez los Gilinski les encargaron elaborar a un conocido periodista y a un conocido publicista bajo un sugestivo título: Si no se puede confiar en los bancos, ¿en quién?

A estas rarezas publicitarias se ha sumado el protagonismo de un conocido parlamentario de izquierda, Gustavo Petro, quien se ha especializado en pisarles los talones a los ricos de Colombia, escarbándoles en todas sus operaciones financieras; pero es la primera vez que Petro aparece aliado de frente con los intereses de los ricos, y en particular con los de uno de los dos grupos de ricos en litigio: los Gilinski.

Ni siquiera la poderosa batería de abogados de estos últimos pudo estar de acuerdo con la decisión de comenzar a ventilar por espacios pagados en los medios los intríngulis del pleito. A las pocas horas de aparecidos los avisos de prensa tanto el ex procurador Jaime Bernal como el ex ministro Martínez Neira se declararon en desacuerdo con este método.

Pero a la opinión pública, desinteresada como estaba de los detalles de este pleito, los avisos de prensa y el cuadernillo publicitario le sonaron como a chantaje. Mientras lo correcto es acudir a los mecanismos judiciales para recusar a un funcionario en cuya imparcialidad no se confía, los Gilinski optaron por utilizar las ventajas de su posición económica para comprar espacios periodísticos a través de los cuales intentaban poner contra la pared al fiscal Luis Camilo Osorio.

Lo curioso de todo es que la señora del Fiscal, bastante conocida en el escenario financiero como seria y correcta, fue llevada por los propios Gilinski a Fiducolombia, que pertenece a Bancolombia. En esa época les debió parecer seria y correcta. Ahora la consideran una amenaza contra la imparcialidad de su esposo el Fiscal.

Esa ostentación de que los ricos pleitean y acorralan funcionarios judiciales a través de espacios publicitarios en los medios es sencillamente horrible para el ambiente de una justicia tan cuestionada como la nuestra.

Pero no es solamente eso lo que les salió mal a los Gilinski. Si querían que nos leyéramos el libro de Jimeno y Becassino, en lugar de publicar el aburrido capítulo que apareció en el cuadernillo de SEMANA, deberían haberlo mantenido escondido.

ENTRETANTO? Qué pena. Pero es que a veces los columnistas también tenemos derecho a tomar vacaciones.