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Ideas para que Santos repunte en las encuestas

Las fallas se centran en la ejecución. El gobierno de Uribe ejecutaba más, como reconocen los defensores de derechos humanos.

Daniel Samper Ospina
28 de abril de 2012

No cabía de la dicha cuando supe que Uribe gestaba un plan para regresar al poder: "¡Ah -soñaba despierto- otra vez podré encontrar temas cada semana, trabajar sin esfuerzo, ganármela fácil". Pero luego supe que la estrategia del regreso consiste en presentarse como fórmula vicepresidencial de un esbirro de su confianza, como Pachito Santos, y hasta ahí me llegó la dicha: ¿qué tal que Pachito fuera presidente, así sea de mentiras? ¿Cómo sería su gobierno? ¿Fusionaría el Ministerio de Energía con el de Educación, para electrocutar estudiantes?

Para colmo de males, leí que mientras los uribistas preparan la retoma del poder -inspirados en el general Plazas Vega- la popularidad del presidente Santos cae como escolta gringo ante prepago colombiana y entonces se me partió el alma: me parte el alma que el pueblo no reconozca la increíble gestión de Santos, que, como advertí alguna vez, en apenas año y medio logró quemar la carrera política de Riverita, sacar de la televisión a José Gabriel y liderar él mismo valerosas marchas por la tierra para reclamar una hectárea en Anapoima, un lote en Mesa de Yeguas.

Pero así es este país ingrato. De nada han valido las elogiosas portadas de Semana; ni siquiera la de Time. Tampoco la Cumbre de las Américas, que resultó tan animada que el senador Juan Carlos Martínez pidió al Inpec que le den la próxima cumbre por cárcel. Nadie reconoce mérito alguno; apenas el secretario de Seguridad de Estados Unidos, que nos visitó esta semana porque quería conocer de primera mano la belleza de nuestras mujeres. El ministro Pinzón lo recibió en La 49, conocida también como La Forty Nine, porque La Piscina está desbordada por la ola invernal, y allí mismo le exigió que permita que los miembros del Servicio Secreto sean juzgados en Colombia. Y por nuestros jueces promiscuos.

El hecho es que el pueblo no valora el impecable gobierno de Santos, cuyas pocas fallas, si me dejan opinar, se centran en la ejecución. El gobierno de Uribe ejecutaba mucho más, como lo reconocen, en especial, los defensores de los derechos humanos.

Tampoco ayuda la ministra de Educación, que esta semana escribió un tweet en el que denunció al "carrucel" de las pensiones. Es triste, pero es así: la ministra también se come las "heces". Ojalá que el Estado invierta los recursos de la educación sobre todo en ella.

Por cosas semejantes la popularidad del gobierno pierde puntos como Millonarios en la era de Noemí. El pueblo ya no aplaude que Santos juegue golf con Clinton con handicap envidiable; ya no se conmueve cuando alza en los muslos a Edward Niño. De nada han servido la laca ni el pantalón amarillo. De nada, la asistencia puntual a los cocteles que se organizan en el Jockey: el único jockey que el colombiano promedio aplaude es el que monta a caballo, y ojalá con una taza en la mano.

Como ya me veo cambiando de apartamento con la Coneja Hurtado cuando Uribe regrese a Palacio, me ofrezco gratuitamente para reemplazar a Juan Mesa como asesor de imagen. Atajemos la hecatombe. Aún estamos a tiempo de que Santos repunte en las encuestas y despierte un fervor popular similar al de Uribe. Solo basta seguir mis consejos.

No me entiendan mal: no quiero criticar lo que se ha hecho. Delinear no solo unas metas ambiciosas, sino cada ojo de Santos antes de las alocuciones, no ha sido mala idea. Cotizar blefaroplastias es válido. Y regalar 100.000 casas es un cabezazo, por más de que algunos digan que es populismo barato. No señor, no lo es: es populismo caro. Vale 4 billones de pesos. Pero sincerémonos: la estrategia no está funcionando. Hay que dejar de pedir el desayuno de trabajo donde los Rausch y volver a la aguae'panela, calarse el vueltiao, capar potros: sintonizarse con lo que le gusta a mi gente linda, a mi gente bella.

Por ese motivo, recomiendo a Santos que: case a su hijo Martín en un escarabajo blanco; prohíba que Tutina se maquille; aprenda a montar a caballo -y se caiga y se parta una costilla cada dos meses-; consiga una vieja camiseta de Pintuco y se tire por un tobogán; zambulla el pecho blanco y lampiño en cuanto río de espumas carmelitas encuentre; nombre a un primo del Loco Barrera como asesor presidencial; trapee públicamente con Angelino; regale acciones de Invercolsa a Gabriel Silva; otorgue zonas francas a Antonia Santos; recorte por las tetillas el esmoquin que se mandó a hacer en Londres; se grabe a sí mismo amenazando a Juan Carlos Mira con darle en la cara; asigne un subsidio agrario -o al menos de drenaje- a Jessica Cediel; regale 100.000 casas de Nari, cada una con su garaje y su jefe para; baile sin usar las articulaciones; llore ante las cámaras mientras reza; amenace a Chávez con irse a los golpes, por más de que esta versión inflamada del presidente venezolano lo haga ver como un luchador de sumo, no importa: que se ponga un hilo dental y embista a Santos, mientras Santos le grita que sea varón. Que compre congresistas. Que cambie la Constitución. Que espíe opositores. Que conspire contra la Corte. Y que intervenga en la Rama Judicial, aunque sin molestar a nuestros jueces promiscuos mientras condenan a los del Servicio Secreto en los juzgados de Paloquemao, bautizados así en honor a ellos.

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