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Crisis ética. Falta de sentido de la vida

La moral cristiana se ha ido desvaneciendo. No basta el imperio de la ley. Ahora la ética laica se ha generalizado. Vale la pena preguntarse ¿qué hay después de la muerte?

Juan Manuel Charry Urueña, Juan Manuel Charry Urueña
12 de julio de 2017

Los muchos escándalos de corrupción política, administrativa y judicial han sacudido a los colombianos, quienes, ya descreídos en las instituciones, perciben a los políticos y a los burócratas como bandas saqueadoras del erario público. El imperio de la ley flaquea en todos los órdenes, se infringen desde las disposiciones más elementales de convivencia y tránsito hasta las últimas fronteras del derecho penal, cometiendo graves delitos con plena conciencia.

El espacio público es ya un indicativo de los desordenes sociales. Los peatones botan basuras en cualquier lugar y cruzan las calles sin previsión alguna. Los ciclistas pasan por andenes, transitan en contravía y desconocen todas las señales de tránsito, como si tuvieran licencia para toda transgresión. Los motociclistas zigzaguean entre los vehículos, poniendo en riesgo su propia vida. Los conductores disputan todo espacio, buscan atajos y riñen cuando consideran tener razón. Eso sin hablar de la inseguridad que implican los atracos, los asaltos y otros delitos.

En cambio, los espacios privados, protegidos por verjas, cercas, puertas de seguridad y empresas de vigilancia, pueden albergar ambientes de singular belleza y organización; reservados a propietarios y relacionados. Hemos construido una perversa ecuación de entornos públicos caóticos con jaulas privadas confortables, que, de alguna forma, se prolongan a vehículos particulares. Si algo distingue la civilización y el progreso son los espacios públicos de buena calidad.

Todo esto muestra una clara inversión de valores; la prevalencia de lo particular sobre lo público; del individuo sobre la sociedad, en todos los niveles.

Es un lugar común señalar que Nietzsche declaró la muerte de dios, pero pocos han reparado en sus efectos a lo largo de estos últimos 120 años. Si bien es cierto que más del 80 por ciento de los colombianos se reconoce como católico, muchos no son practicantes y no siguen sus preceptos con rigor. La esperanza de ganar la otra vida, después de la muerte, mediante sacrificios y sufrimiento, ha sido lentamente desplazada por la propuesta de un mundo hedonista de placeres, sentimientos y sensaciones, que se beneficia de los progresos tecnológicos e industriales. En otros términos, la moral cristiana se ha ido desdibujando; su lugar ha sido invadido por individuos hedonistas en busca del éxito inmediato, con lo cual se evidencia la ausencia de una ética laica generalizada y convincente.

No, no debe ser el Estado, como tampoco el derecho, las instituciones que reemplacen la moral cristiana de antaño. El imperio de la ley y la coacción, no se bastan por sí solos; necesitan de valores sociales a partir de los cuales se establezcan las limitaciones y deberes propios del Estado. Lo que está en juego es la visión del grupo y del futuro de las próximas generaciones, de suerte que permita que los sueños y proyectos de unos se sumen y se coordinen con los de otros.

La crisis ética que golpea a Occidente es producto de una civilización que pierde su religiosidad, que debe construir una nueva ética democrática y tolerante, que ofrezca sentido a la vida antes de la muerte, que permita comprender el valor de la solidaridad y la prolongación de la especie, ya próxima a desbordar el planeta.

La corrupción de los actores públicos es solo un síntoma de cambios mucho más profundos, donde aquellos individuos no encontraron más sentido a sus vidas, que la rápida riqueza ilícita, sin mayores esfuerzos.

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