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La audacia de las ciudades

Tanto la cuarentena como el frenazo económico y la pérdida de cientos de millones de trabajos en el mundo hicieron evidente el abismo de inequidad y desigualdad sobre el que se construyeron muchas ciudades.

Fernando Rojas Parra, Fernando Rojas Parra
14 de mayo de 2020

Estamos en una era fundamentalmente urbana. En la década de 1960 el 33 por ciento de los habitantes de la Tierra vivía en las ciudades, mientras que para 2018 el porcentaje aumentó al 55 por ciento, según cifras de Naciones Unidas y el Banco Mundial. La crisis por el coronavirus sacudió los paradigmas que han orientado la planeación y gestión de las ciudades en las últimas décadas; y evidenció al menos tres aspectos relevantes para el futuro urbano.

Primero, los discursos de sostenibilidad, densificación, globalización, entre otros muy vendidos modelos, no prepararon a las ciudades para un desafío como el que estamos enfrentando. Esos enunciados que se han repetido por décadas como un credo, resultaron vacíos ante una amenaza que atacó el corazón de las ciudades: las personas.

Durante años las preocupaciones centrales de los debates urbanos han estado enfocados en indicadores que no tienen en cuenta buena parte de la cruda realidad. Sin embargo, como la vida es más poderosa que la teoría, por un inesperado virus, de forma casi simultánea, miles de millones de personas en todo el mundo pararon y con ellas, las ciudades.

Segundo, ninguno de esos discursos realmente ha logrado cambiar las condiciones estructurales de vida de los habitantes más vulnerables de las ciudades. Los ricos son cada vez más ricos, los pobres, más pobres y la clase media, en la cuerda floja, es sacrificada bajo las banderas de la competitividad y la productividad.

Tanto la cuarentena como el frenazo económico y la pérdida de cientos de millones de trabajos en el mundo hicieron evidente el abismo de inequidad y desigualdad sobre el que se construyeron muchas ciudades. Según la OIT, “alrededor de 2000 millones de personas trabajan de manera informal, la mayoría de ellas en países emergentes y en desarrollo”. Y el nuestro es uno de ellos.

Tercero, los gobiernos de las ciudades se preocuparon más por seguir esos indicadores internacionales, forzándose para cumplirlos, que por resolver las necesidades centrales de sus habitantes. Muchos gobernantes no pudieron resistirse al deseo de figurar en foros internacionales y presentaban a sus ciudades como si ya hubieran resuelto sus problemas estructurales o estuvieran camino a hacerlo.

La crisis nos saca de los discursos engañosos y nos obliga a aterrizar en la realidad. Mostró que hay unas ciudades ricas con sólidos sistemas de salud, con programas de asistencia social y que además cuentan con varios sistemas de movilidad para enfrentar esta situación. Y hay otras, que están lejos de ser privilegiadas, que, en su afán de copiar y creerse de primer mundo, ignoraron su propia realidad.

Gracias a las personas, las ciudades son cuerpos vivos que se transforman. Durante siglos han superado innumerables desafíos lejos de las teorías, porque estas llegan después. Este no es momento para echar cuentos ni para seguir engañando a las personas con promesas de futuro que no llegan. Nadie tiene la verdad absoluta. Es hora de reconocer el inmenso riesgo que para nuestro futuro significan la desigualdad y la inequidad. Por eso es necesario solidarizarse con los habitantes de las ciudades, apelar a su fuerza, a su poder transformador, a su creatividad. En ellos radica la audacia de las ciudades.

* Doctor en Historia, politólogo con maestrías en gestión urbana e historia. Consultor. @ferrojasparra

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