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La decadencia del parlamentarismo costeño

Los parlamentarios del Caribe le vieron las orejas al lobo y claudicaron por miedo o por avaricia.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
23 de octubre de 2014

Antes era verbo. Ahora es una sombra que merodea entre la maleza del Congreso. Roberto Gerlein Echeverría sintetiza una penosa realidad: la decadencia del parlamentarismo del caribe colombiano.

Ocho departamentos,  con el Archipiélago de San Andrés, en el que habitan más de 10 millones de almas cuyo destino está encomendado a una bancada de 31 Senadores y otro tanto de Representantes a la Cámara que no abren la boca y cuando lo hacen es para atragantarse con el anzuelo.

A finales de los setenta Roberto Gerlein se batió como un león contra los allanamientos, detenciones y torturas. Era presidente el liberal Turbay Ayala y los militares andaban como fieras sueltas. Gerlein, junto al ex canciller Alfredo Vásquez Carrisoza y el líder comunista Gilberto Viera White batallaron contra el Estado de Sitio y el delito de opinión. La firma de Gerlein relucía en los comunicados contra el militarismo junto a las de los jóvenes trotskistas o la de poetas como Luis Vidales. 

El hombre que lastimó a través de un comentario escatológico a los matrimonios entre personas de un mismo sexo es, o no es el mismo, que en 1984 hizo parte de la Comisión Nacional de Negociación y Dialogo con las guerrillas colombianas junto al mártir Héctor Abad Gómez y la escritora Laura Restrepo, entre otros. Todo tiempo pasado fue mejor machacan los nostálgicos que aún no se han enterado que el siglo 21 comenzó hace catorce años. 

El presente enseña otra cosa. Los parlamentarios del Caribe le vieron las orejas al lobo y claudicaron por miedo o por avaricia. Desde hace muchos años el poder real en el Caribe está en manos de otra gente. Gente que tiene capacidad de dañar. Gente que quita y pone. Gente que controla negocios raros. Esta gente les quitó la exigua fisonomía moral que guardaban los congresistas costeños y les dejaron, como premio de consolación, unas tijeras para cortar cinta, un bolígrafo para firmar papeles y una papayera para alegrar la fiesta.

Cuando estás tratando con algunos de los actuales parlamentarios del Caribe, decía un chico bogotano de padres costeños que trabaja en el Congreso, no hay manera de saber qué es lo que se traen entre manos. Son como esas tortas de cumpleaños, explica, en las que hay que hundir el cuchillo bien hondo para encontrar consistencia porque la capa de crema que les han echado encima es tremendamente engañosa.

Para la muestra un botón. Paula Sierra Valencia, es una periodista costeña del matutino El Heraldo de Barranquilla. Ella, por su juventud, rebosa entusiasmo y fue hasta la casa del senador Gerlein para entrevistarlo. Esto le dijo: “Mire niña, con la teatralidad que lo caracteriza, quien conozca la realidad colombiana sabe que antes al presidente lo elegía el pueblo y ahora lo elige la televisión y la televisión la manejan los grandes poderes económicos de este país”. ¡Vaya lío!

Así ocurren las vainas con mis paisanos congresistas. Una especie de realismo mágico en los que la mayoría de los personajes del relato se alimentan de mierda. Es como si fuera una obra de teatro en la que unos actores interpretan a un grupo de parlamentarios. Los actores saben que en realidad no son parlamentarios y el público también lo sabe pero todo el mundo se mete en la obra y terminan creyendo que todo lo que están representando en las tablas es verdad. 

El viejo cuento del “Bloque Costeño” es una obra de teatro pero la gente costeña no lo mira así. Cree que es verdad. Al primero a quien le escuché el cuento del “Bloque Costeño” fue a un vecino del barrio que era dueño de una tienda en la que se jugaban partidas de siglo y dominó. Era un cachaco y unas veces votaba por el partido liberal y otras por el partido conservador. Todo dependía de cómo amaneciera la plaza.

Las cifras no mienten. Según Veeduría Caribe Visible la mayoría de los parlamentarios costeños son unos haraganes porque cobran puntual y su actividad en el Congreso de la República es irrelevante. La región Caribe no tiene portavoces en el legislativo. Sólo consiguen aprobar un poco más del 8 % de las iniciativas que a duras penas presentan y que, en su mayoría, tienen que ver con celebraciones, honores y monumentos. Y de ese triste porcentaje sólo la mitad tiene que ver con los intereses de la Costa Atlántica.

Los parlamentarios costeños no saben, o se hacen los que no saben, que es la pobreza multidimensional (IPM). En el año que cursa el IPM del país, según el Departamento Nacional de Planeación, está estimado en un 22,5%, pero en la Costa Atlántica la cifra se eleva a un 36,9%. Catorce puntos por encima de la media. Esto se traduce en atraso escolar, desempleo de larga duración, escasez de vivienda, carencia de agua potable y acueductos o falta de cubrimiento sanitario para millares de costeños. El Tratado de Libre Comercio (TLC), por ejemplo, va como un gancho a la mandíbula de la población caribeña y los congresistas costeños no se dan por aludidos.

En resumidas cuentas, la región caribe colombiana, va de jopo hacia el abismo gracias a la ineficacia de los parlamentarios de la región que se volvieron listos en librar batallas por la conquista de la burocracia del Congreso. Fanfarronean y chantajean con el cuento del “Bloque Costeño” a fin de conseguir puestos pero no dan muestras de pudor ante las calamidades y el drama de sus paisanos.  
El orgullo Caribe por los suelos. El decoro de una región hecho trizas. Una región barata. Devaluada. Esperemos, dice el vecino con resignación, que por edad ya varios de estos congresistas colgarán los guayos. No, vecino, estás equivocado. Muere la perra, mi brother, pero van quedando los perritos. Nada de esto va a cambiar salvo que llegue, como dijo El Pachanga, la “R” mayúscula.

En twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/   

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