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La historia de O

En todos los aspectos, la política de este gobierno es la que dicta Washington , o lo que se le ocurre a su funcionaria aquí, la señora Patterson

Antonio Caballero
18 de diciembre de 2003

Lei con asombro, como todo el mundo, las declaraciones que le hizo al diario El Tiempo del domingo pasado el doctor Fernando Londoño, ministro de Justicia e Interior. Mi conclusión fue la de todo el mundo: el doctor Londoño ha perdido la razón. Es evidente en todo lo que dice, sobre el tema que sea: el referendo o la guerrilla. Lo arrastra, como un río crecido, su propia verborrea, que lo obliga a decir insensateces y a refrendarlas con insensateces nuevas. Citaré un solo ejemplo. Le preguntan los entrevistadores del periódico: "¿Este año el gobierno acaba el narcotráfico?". Y responde el Ministro: "Sí".

Una enciclopedia -ni siquiera una enciclopedia médica, sino una normalita- define la enfermedad mental de la esquizofrenia como caracterizada por "disociación específica de las funciones síquicas" que en caso grave conduce a "una demencia incurable". Parece ser que "el esquizofrénico está más o menos divorciado de la realidad, lleva una vida imaginativa con disociación entre sus impresiones sensoriales y sus reacciones, entre las ideas y sus emociones, es insociable, incapaz de crearse amigos y de conservarlos, tiene delirio de referencia e ideas paranoides".

El pobre doctor Londoño se ha vuelto, tal vez irremediablemente, esquizofrénico.

No creo que se deba sólo al hecho de que ocupe a la vez dos carteras ministeriales contradictorias, puesto que en la vida real no se ocupa de ninguna de las dos, sino solamente de su propio lucimiento. Creo que el problema es más de fondo: la esquizofrenia que padece el pobre doctor Londoño, que distorsiona gravemente sus percepciones sensoriales, lo aísla de la realidad, le genera ilusiones megalomaníacas y paranoides, lo hace insociable y le crea enemigos, es solamente el reflejo de la esquizofrenia general que afecta al gobierno entero del presidente Alvaro Uribe. La cual viene de que es un gobierno que actúa en contra de los intereses de sus gobernados, e incluso de los del gobierno mismo, por ponerse al servicio del capricho del gobierno de los Estados Unidos.

Eso es así en el tema de las drogas, por supuesto: el que llevó al infortunado doctor Londoño a dar el paso al vacío de afirmar, contra toda evidencia, que en el Putumayo no queda ni un solo arbusto de coca. Al día siguiente salió el gobernador del departamento, más conectado con la realidad, a recordarle que quedaban sembradas por lo menos treinta mil hectáreas. Pero es igual en el tema de la guerrilla, que para el doctor Londoño es fruto del narcotráfico: ha olvidado el infeliz enfermo que la guerrilla existe desde tres décadas antes de que apareciera el narcotráfico. Debería saberlo, puesto que hace ya cerca de cuarenta años el gobierno del presidente Carlos Lleras tuvo que desmilitarizar dos departamentos enteros para que la guerrilla de entonces liberara a su padre secuestrado: aquel, también verborreico, doctor Londoño y Londoño, como éste de ahora es ministro y ministro. Pero digo que el mal no lo afecta sólo a él, sino al gobierno entero, desde su misma cabeza hasta el último de sus tentáculos.

Afecta al presidente Uribe cuando declara -en su entrevista a la revista Cambio- que los problemas del campo colombiano tendrán que ser "compatibles con el libre comercio" que exigen los Estados Unidos (los cuales no lo practican). Afecta al embajador Valdivieso cuando les lleva a las autoridades norteamericanas en la boca, como un perrito amaestrado lleva un periódico, los documentos que entrega Irak a las Naciones Unidas. En todos los aspectos, la política de este gobierno es la que dicta Washington, o la que se le ocurre a su funcionaria aquí, la señora Patterson. La de orden público, tanto frente a las AUC como frente al ELN o a las Farc: incluso en los 'errores', como el bombardeo de Santo Domingo que mató a una docena de civiles. Y también la política económica, que no sólo es dictada por el Fondo Monetario Internacional sino además vigilada por él estrechamente, con exámenes cada tres meses. Esa política económica, que condiciona todo lo demás, es saludada por otro ministro enloquecido, el de Hacienda, Roberto Junguito, que se hace fotografiar en los periódicos haciendo gestos de alborozo para celebrar su propio sometimiento.

Jean Paulhan, en su prólogo a la célebre novela erótica L'Histoire d'O, que trata del sometimiento consentido a la tiranía sexual, cuenta el curioso caso de unos esclavos de la Martinica que, liberados a finales del siglo XVIII por cuenta de la Revolución Francesa, prefirieron buscar unos amos nuevos que los esclavizaran otra vez. Es una lástima, desde el punto de vista literario, que Paulhan no hubiera conocido a los doctores Uribe, Junguito, Londoño, Valdivieso, etcétera. Su mujer -la autora de la novela en cuestión- hubiera podido escribir una segunda parte mucho más interesante.

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