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La niña que pudo hablar

Nohemí logró escapar de la casa después de años de esclavitud y sólo 40 años después se atrevió a reclamar.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
23 de marzo de 2013

Mónica Sánchez Beltrán tiene 52 años y una historia desgarradora para contar. Creció siendo involuntaria testigo de un crimen continuado. Desde que tiene memoria hasta cuando cumplió once años, vio a otra niña -apenas cinco años mayor que ella- siendo humillada, discriminada, golpeada, torturada, esclavizada y abusada sexualmente. 

A la víctima le decían Nohemí, aunque seguramente su nombre sea otro, porque el nombre fue lo primero que le quitaron. 

Mónica Sánchez Beltrán, necesitó cuatro décadas, poner medio continente de por medio y superar las historias rosa que le habían contado sobre su propia infancia, para escribir en un blog –palabra por palabra- los recuerdos que la han atormentado.

Lo hizo en una carta abierta y pública dirigida a su papá y a su mamá que tituló “Una historia de Colombia” y para que no quedaran dudas, escribió como asunto: “Catarsis de los crímenes de mis padres” (ver vínculo).

Mónica es hija del señor Capitán de Fragata, en uso de buen retiro de la Armada de la República de Colombia, Vitaliano Sánchez Castañeda y de su señora esposa doña Eunice Beltrán de Sánchez.

Cuando el señor capitán era aún teniente fue nombrado alcalde militar del municipio de Anzoátegui, Tolima. Después de concluir esa misión volvió al pueblo para buscar una empleada doméstica para su suegra. 

Lo que encontró fue a un hombre de la región que le ofrecía en adopción a una sobrina de cinco años. Según el relato que Mónica oyó de su padre, él convenció a la mamá de la niña de que la entregara y firmara un “contrato de adopción” diciendo que la pequeña iría a vivir con una amable anciana que le brindaría educación, comodidad y mejores oportunidades.

La realidad fue distinta. La niña fue obligada a trabajar sin remuneración ni horarios en labores domésticas. Tenía que cocinar, asear la casa, lavar y planchar, desde la madrugada hasta el anochecer. La gentil viejecita la golpeaba sin misericordia cada vez que se equivocaba y le enrostraba todo el tiempo su modesto origen y ser supuestamente “hija de una vagabunda”.

La niña que aún no tenía uso de razón, como se decía en la época, era prestada para hacer oficios de casa en casa, entre los miembros de la familia. “Así convirtieron a Nohemí en una esclavita colectiva”, recuerda Mónica en su relato.

Sin embargo, lo peor le esperaba cuando llegó a la casa del señor capitán Sánchez y su esposa doña Eunice. Mónica asegura que  la humillación era pan de todos los días y que una vez vio a su mamá atar a Nohemí por las muñecas en una viga y golpearla furiosamente con un cable eléctrico hasta que perdió el conocimiento. 

En los recuerdos de Mónica también está que su mamá golpeó una vez a Nohemí con un tacón puntilla en la cabeza y que otra vez calentó un sartén para quemarla porque estaba malgastando el tiempo de hacer oficio, aprendiendo a leer.

Mónica asegura que su papá toleraba las torturas y le pregunta: “¿Cómo se explica que hayas sido tú el primero en violarla?”. En medio de terribles detalles, Mónica Sánchez cuenta también que dos de sus tíos abusaron de la niña.

Nohemí logró escapar de la casa después de años de esclavitud y sólo 40 años después se atrevió  a reclamar modestamente mediante una tutela que sólo pretendía que el señor Capitán Sánchez y doña Eunice contestaran estas sencillas preguntas: (ver preguntas)

“- ¿No les da vergüenza?
- ¿Por qué sí y por qué no?”

Nohemí perdió la tutela en primera instancia. El juez determinó que los eventuales delitos a los que fue sometida ya habían prescrito. Apeló y en un juzgado superior volvió a perder. El juez consideró que la demora en reclamar mostraba la falta de urgencia en amparar sus derechos.

La Corte Constitucional, en una sala de revisión, le dio la razón a la niña esclavizada y ordenó al capitán Sánchez y a doña Eunice indemnizarla. Expertos encontraron huellas del maltrato físico y sicológico; y también del abuso sexual. La Corte le ordenó al gobierno buscar a la familia de la niña, que hoy tiene aproximadamente 57 años, y emprender acciones para evitar que otros niños corran la misma suerte (ver Tutela).

El señor capitán Vitaliano Sánchez y doña Eunice Beltrán ya son personas mayores y quizás se vayan de este mundo sin pagar por sus acciones. Sin embargo, tendrán que vivir con los recuerdos de su hija Mónica Sánchez Beltrán, quien resolvió el dilema de su existencia a favor del más débil y de la justicia.

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