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Bulto de anzuelos

En el fragor de la campaña es difícil discutir con serenidad la reforma de la justicia, asunto que será prioritario para el próximo gobierno.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
5 de abril de 2018

Es verdad que tenemos muchas altas cortes: la Constitucional y la Suprema; los consejos de Estado, de la Judicatura y Nacional Electoral; más la que todavía se encuentra en obra negra: la Jurisdicción Especial para La Paz, JEP. Es cierto también que todos estos organismos son poco eficientes; adolecen, con frecuencia de politización, y no siempre son -para decirlo con delicadeza- modelos de pulcritud. Pero me resulta dudoso que hacerlos concurrir ante una instancia de cierre -una super corte- sea la solución.

En realidad, el crecimiento de jurisdicciones especializadas es, en parte, consecuencia del surgimiento de ramas nuevas del Derecho regidas por principios que les son propias. En mi época de estudiante no existían las que tienen que ver con el medio ambiente, la protección de los intereses de los consumidores o la recopilación y difusión de datos personales. Algunas de esas materias podían ser asignadas, y así ha sucedido, a los jueces y tribunales existentes.

Pero esa solución a veces es inadecuada; cuando no lo es, conviene establecer jurisdicciones especiales. Así fue como surgieron en 1991, las jurisdicciones de familia e indígena. Igualmente, los constituyentes de ese año optaron por crear una Corte Constitucional dedicada exclusivamente a la guarda de la Carta; ese es un paso que muchos otros países han tomado. España, Alemania, y Francia, entre otros. No es herético pensar en un sistema de control constitucional diferente, como el que entre 1910 y 1991 tuvimos, o parecido al de los Estados Unidos; sin embargo, el trastorno institucional y la fractura política que ese cambio produciría tal vez no valgan la pena.

En este contexto tan heterogéneo, pensar en una corte única de cierre difícilmente generaría fallos de mejor calidad, mayor celeridad en la Justicia o menores costos de operación. Tal vez la estrategia adecuada no sea la de demoler para construir sobre un terreno limpio, sino la de realizar ajustes parciales, de tal manera que el aparato judicial que el país reclama con urgencia vaya surgiendo por el efecto agregado de una seria de reformas.

Mucho se habla de la necesidad de “despolitizar” a la Justicia. Nadie lo pone en duda cuando se trata de excluir a las altas cortes de la presentación de candidatos para los cargos de Procurador, Contralor y la designación de magistrados de la Corte Constitucional. No es claro cómo, entonces, se designarían estas magistraturas. Hay otra dimensión de esa despolitización respecto de la cual tampoco hay consenso: la de superar el llamado “gobierno de los jueces” que se genera cuando por la vía de la acción de tutela se omite la aplicación de leyes vigentes con fundamento en vagas nociones de equidad. Por esta tronera, creo yo, nos llega buena parte de la agobiante carga de inseguridad jurídica que tanto daño hace al clima de inversión, y, por ende, al empleo. Desde la otra orilla se dice que ante la palmaria corrupción de las instancias de la democracia representativa los jueces deben ser los líderes políticos de la sociedad.

Los magistrados de la Corte Constitucional llegan demasiado jóvenes a sus cargos e, igualmente, se van muy pronto. Subir la edad de ingreso y ampliar sus periodos son propuestas que gozan de amplia aceptación. De otro lado, debería prohibirse la práctica de decidir mediante comunicados de prensa. Las sentencias se publican muchos meses después de anunciadas. El temor de que su texto haya sido manipulado para recoger las reacciones que se generan luego de que se divulgan sus líneas conceptuales, es comprensible y daña la reputación de la Corte.

Más allá del escándalo que conocemos como el “cartel de la toga”, que está en trámite de solución, la Corte Suprema en su sala penal padece la congestión derivada de los procesos contra los funcionarios de alto nivel que gozan de fuero. Ese privilegio debería eliminarse: todos deberíamos ser juzgados por los mismos jueces (e ir a las mismas cárceles). Además, la Corte en sus distintas salas no cumple de manera eficiente la función de unificar la aplicación del Derecho. Es prisionera de un filtro absurdo que hoy no podré explicar: el recurso de casación.

Que los integrantes del Consejo Nacional Electoral sean designados por el Congreso en representación de los partidos y movimientos políticos es una aberración absoluta. Si me perdonan una expresión coloquial “los ratones no puede encargarse de cuidar el queso”. Necesitamos una justicia electoral independiente.

Me refiero a la JEP de la que fui acérrimo opositor y ya no lo soy. La Corte Constitucional y el Congreso modularon sus alcances en aspectos importantes. El próximo gobierno podrá no sentirse vinculado políticamente por el Acuerdo del Colón (postura que, en algunas dimensiones, comparto) pero mal haría en intentar el diseño de una nueva estructura, tarea esta que tomaría mucho tiempo. No se olvide que estamos bajo observación por la Corte Penal Internacional como consecuencia de la impunidad que gravita sobre los crímenes cometidos durante el conflicto armado; por eso necesitamos mostrar resultados sin más dilaciones. Además, como el actual gobierno posiblemente no alcanzará a dejar este organismo operando a plenitud, el entrante podría todavía realizar algunos ajustes si le pareciera necesario.

Finalizo con algunos consejos no pedidos para el próximo presidente: no se meta en el enredo de convocar a una Constituyente para reformar la Justicia; le coparía, a cambio de inciertos resultados, buena parte de su capacidad de acción. No intente tampoco un referendo; lo puede perder y dividiría profundamente al país; las negativas experiencias de Santos en el plebiscito de 2016 son elocuentes. Busque amplios consensos políticos para reducir el riesgo de que la Corte Constitucional le aniquile el producto que salga del Congreso; y también para recuperar un principio fundamental que hemos perdido: las reglas constitucionales que perduran son las que congregan, no las que antagonizan.

Briznas poéticas. De José Manuel Arango esta evocación del padre: “A veces siento en mis manos las manos de mi padre/ y mi voz es la suya/ un oscuro terror me toca/ quizá en la noche sueño sus sueños/ y la fría furia y el recuerdo de lugares no vistos son él repitiéndose”.

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