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LA TRAMPA DEL "PEDIGREE" LITERARIO

Semana
3 de octubre de 1983

Si en lugar de un libro, el ex embajador de Estados Unidos en Colombia, Diego Asencio, hubiera utilizado el mecanismo del cine para reconstruir la experiencia vivida durante la toma de la embajada dominicana en 1980, habría sido más difícil "descrestar" a los colombianos interesados en oír la versión del incidente. Y es que, curiosamente, en Colombia ha hecho más carrera la crítica cinematográfica que la literaria, y mientras es factible y hasta inevitable encontrar que algún comentarista se haya atrevido a criticar en terminos feroces la última creación del archi-cotizado Fellini es en cambio inútil buscar en las páginas literarias de las publicaciones colombianas la voz de alerta de un crítico contra algún libro lleno de pedigree que acaba de ser lanzado a la circulación.
Haberle perdido el miedo a la crítica cinematográfica y mantenerlo, en cambio, frente a la literaria, es una inexplicable y hasta peligrosa actitud colombiana. Ahora mismo está circulando bajo el título "Terror en la embajada", el libro en el que Diego Asencio quiso depositar su experiencia como rehén del M-19, y al llegarnos acompañado de mucho ruido de bombos y platillos orquestados por el periodismo colombiano, (al que irónicamente Asencio le asigna en el libro el defecto de ser demasiado "creativo"), son docenas los que han terminado ya de leerlo pero ninguno el que hasta ahora se haya atrevido a confesar que le pareció una auténtica "lagartada" .
Es comprensible, por decir lo menos, que el embajador Asencio hubiese querido ser el protagonista de su propia versión, porque muy rara vez en la vida le permiten a uno la oportunidad de ser el protagonista de una versión ajena. Pero a lo largo de las casi 260 páginas del libro resulta un tanto molesto descubrir la huella del embajador en cada uno de los momentos cruciales del incidente, además de que el lector se tropieza permanentemente con enternecedoras pero poco profundas consideraciones del embajador sobre las raíces del terrorismo, salpicadas de frases de amor por su esposa Nancy, co-autora del libro, y por supuesto, su segunda gran protagonista.
Abriéndose paso entre la tupida maleza que crece en torno al papel protagónico del embajador, y cortando aquí y allá, de un solo tajo, las secuelas de una muy deficiente traducción de la obra original, le es posible al lector descubrir unos pocos puntos que pinchan morbosamente su curiosidad.
Hasta último momento, según insinuaciones del autor, los embajadores temieron que el gobierno colombiano "metiera la pata", como se dice vulgarmente, hasta el punto de que el primer pensamiento de Asencio, cuando puso un pie en el avión que habría de conducirlo a Cuba, fue el de que aún se encontraba cautivo, pero que "por lo menos los colombianos ya no podrían hacer ninguna tontería" .
Tan despectiva consideración nos obliga a dar marcha algunas páginas atrás, para interpretar de su contenido que, aunque Asencio no lo diga textualmente, los embajadores consideraban que la hazaña era la de salir vivos a pesar del esfuerzo del gobierno colombiano por liberarlos.
En varias ocasiones el autor pinta a Zambrano y a Jiménez, los negociadores del gobierno, como unos auténticos ineptos, al ministro Uribe Vargas como un desalmado y al presidente Turbay como un egoísta.
Esto me recuerda que entre los colombianos no hubo jamás, en su momento, ningún intento serio por evaluar las gestiones del gobierno colombiano ante el incidente de la toma de la embajada, y simplemente se asumió como cierto que el triunfo se lo había llevado el presidente Turbay, cuando los rehenes fueron liberados sanos y salvos.
De la versión de Asencio, sin embargo, surgen tres conclusiones básicas: la primera, que el gobierno colombiano cometió graves e inexplicables equivocaciones en el proceso de liberación de los rehenes. La segunda, que los verdaderos protagonistas del desenlace fueron el comerciante Víctor Sasson y el ex ministro José Manuel Rivas Sacconi, quienes a última hora neutralizaron la ineptitud de Zambrano y Jiménez. La tercera, que los rehenes jugaron un papel fundamental en las negociaciones, tendiéndoles pequeñas trampas al M-19 y al gobierno.
No contando más que con la versión de Asencio sobre los intríngulis de este incidente, no queda más alternativa que la de aceptar que el manejo que le dio Turbay al caso de la embajada dominicana fue tan mediocre como muchos otros aspectos de su gobierno. ¿Vale la pena sufrir la lectura de este libro para llegar a tan intrascendental conclusión? No. Y guardo la esperanza de que alguno de los respetados comentaristas literarios del país tenga el coraje de admitirlo.