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Fernando Ruiz Gómez  Columna Semana

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Las palabras de un ministro cuentan

El mensaje de un ministro de salud incluye tanto el discurso como en el tono que usa para difundirlo. Y el daño de la comunicación impropia en salud pública es demasiado grande.

Fernando Ruiz
4 de diciembre de 2023

Un ministro de salud puede hasta pecar por sus excesos de silencio, pero no puede cometer el exabrupto de la locuacidad. También debe distinguir su posición como activista de su responsabilidad sobre los ciudadanos, cuando asume la máxima autoridad sanitaria del país. Necesariamente debe siempre ajustar sus objetivos políticos frente a la evidencia científica, porque es una línea que jamás se debe cruzar.

El conocimiento de salud se genera de manera descentralizada y orgánica, eso quiere decir que no existe en ninguna parte un plan único ordenado que defina las prioridades globales de investigación. Existen riesgos, enfermedades, determinantes sociales de la enfermedad, poblaciones con diferencias genéticas y diferencias por género, etnia, raza, estilos de vida. Pero, cada centro de investigación, cada investigador define su agenda de investigación y los problemas que quiere abordar. Al final algunos temas de salud pública pueden tener mucha evidencia disponible para tomar decisiones, en otros, la ausencia puede ser grande o total.

Un duro reto para la comunicación en salud fue la pandemia de COVID-19. Se partió de un virus desconocido y sin información disponible. Para el mundo científico el COVID-19 se transformó en la prioridad global de investigación. Tan amplio fue el impacto de la producción científica que los estudios sobre COVID-19 redujeron en un 26% la producción de estudios clínicos sobre los demás temas de salud. El estudio de los factores asociados a la pandemia ocupó gran parte del espacio de investigación durante tres años. En una emergencia sanitaria por un agente nuevo, al principio la evidencia es limitada, y evoluciona rápidamente.

Sin embargo, muchos aspectos sobre la pandemia no contaban con evidencia suficiente. Para ello se decidió en Colombia recurrir al consenso de expertos sobre esos temas. Muchos infectólogos, pediatras, internistas, intensivistas, epidemiólogos y profesionales de las diferentes disciplinas de la salud invirtieron meses de su trabajo -sin ninguna remuneración- para ayudar al ministerio de salud a tomar decisiones con base en su criterio científico, donde no existía evidencia suficiente. Esas reuniones solían iniciar al final de la tarde y, en muchas ocasiones, se pasaron noches enteras construyendo la recomendación al ministerio.

Después venía la discusión en el grupo interno del ministerio y muchas veces se llevaba a las instancias de decisión como el comité asesor para la respuesta a la pandemia o la instancia decisora sobre vacunas, en las cuales se contaba con decanos y presidentes de sociedades científicas. De allí salía la recomendación final al ministro.

Ningún mensaje se emitía sin estudiar la forma comunicacional. Durante más de 20 meses todos los días el ministro, viceministros o algún directivo del ministerio de salud salió por diferentes medios a informar y explicar a los colombianos las decisiones tomadas y sus implicaciones. También se alimentaba a la presidencia con los mensajes más pertinentes y se atendían las consultas de los diferentes ministerios y otras agencias del Estado.

Se tomó posición frente a muchas personas que, por diferentes razones, realizaban las críticas a las decisiones tomadas. Algunas provenían de diferentes investigadores y académicos que diferían de esas decisiones. Otras, de personas de otras disciplinas, que expresaban su criterio a través de los diferentes medios. Y por último estaban algunos activistas, a quienes por definición ninguna decisión les satisfacía. Si hoy repasáramos sus diferentes mensajes en Twitter (hoy X) y entrevistas se podría escribir un libro sobre la argumentación sesgada.

Hoy muchos de esos activistas se encuentran en el gobierno. Dirigen y ocupan ministerios y entidades descentralizadas. Pero parecieran no tomar en consideración su nuevo rol. La evidencia les pasa de lado, rehúyen los espacios técnicos. Sus objetivos son efectistas. Anteponen las narrativas a la evidencia, dejan ver las costuras en sus objetivos políticos. Eso puede ser válido en la política, al fin ya cabo la política es el arte de los efectos de corto plazo, particularmente desde lo que denominamos como politiquería.

Pero es muy diferente es para quien ostenta la dignidad de ministro de salud. Todo lo que el ministro diga constituye la posición oficial del Estado en la defensa de la salud pública y la protección de los ciudadanos. El mensaje de un ministro de salud incluye tanto el discurso, como en el tono que usa para difundirlo. Y el daño de la comunicación impropia en salud pública es demasiado grande. La población siempre estará dispuesta a creer aquello que el ministro dice. Pero si sus mensajes son identificados como contraevidentes o sesgados por sus propios objetivos políticos, la confianza en la institucionalidad de la autoridad sanitaria se lesionará de manera casi irremediable.

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